La autonomía
L a autonomía universitaria es el resultado de un largo anhelo que inspiró a miles de jóvenes en toda América Latina hacia finales de los años 20 del siglo pasado. Es también una condición en extremo sensible para todos los universitarios, pues es sinónimo y garantía de libertad e independencia ante el poder del Estado.
En México, la autonomía no fue, en modo alguno, un regalo o una concesión del Estado a la universidad pública; por el contrario, es una conquista de los universitarios ganada en las calles, incluso a balazos, hace exactamente 90 años.
Es por esto que no resulta extraña ni exagerada la preocupación manifiesta de los universitarios sobre la iniciativa de reformas al artículo tercero constitucional enviada por el Ejecutivo a la Cámara de Diputados, que sustrae el texto completo de la fracción séptima, con lo cual se desconoce el derecho de las universidades a la autonomía.
La condición autonómica, de la que jurídica y constitucionalmente gozan hoy muchas de las universidades públicas, es sin duda uno de los más importantes logros de la posrevolución, que permitió construir en las universidades los espacios de libertades y reflexión propicios para el pensamiento y las ideas; la generación y difusión del conocimiento; la creación artística y la recreación.
De acuerdo con el diccionario, la autonomía es “la potestad que dentro de un Estado tienen municipios, provincias, regiones u otras entidades de regirse mediante normas y órganos de gobierno propios”. Es decir, esto implica una capacidad no arbitraria, ni inventada, sino un derecho avalado por el Estado mexicano.
Al estar constituida como una entidad autónoma, con los órganos de gobierno que libremente se ha dado, la universidad pública tiene, sin embargo, una autonomía frágil y vulnerable, como ha constado en numerosos episodios lamentables de la historia, donde la injerencia del Estado y de agrupaciones políticas o sociales ha buscado someterla a intereses ajenos a su quehacer académico y a su forma de gobierno.
Estos embates contra la universidad pública ocurren en el ámbito nacional, pero son más palpables en universidades de los estados del país, donde no pocos gobernadores sucumben con frecuencia a la tentación de irrumpir en esos espacios donde les incomoda el pensamiento crítico que ahí se cultiva.
La autonomía universitaria es entonces, paradójicamente, una de las grandes fortalezas de la universidad pública y, al mismo tiempo, una condición de debilidad aparente ante la fuerza del poder, donde la única herramienta de defensa que posee es su autoridad moral.
La universidad pública autónoma cuenta con la capacidad de gobernarse a sí misma, de elegir libremente a sus autoridades, de ejercer su presupuesto conforme a sus prioridades académicas, pero sobre todo orientado a satisfacer las demandas y requerimientos del país o de la región donde se encuentra asentada.
No obstante, a mi juicio, lo más trascendente de la autonomía es la capacidad que
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