Huelga UAM
n este sexenio, la huelga Situam es la primera en una universidad. En un momento en el país, de ebullición social, la autonomía permite mayor libertad y más sensibilidad para conectarse con procesos nacionales de cambio. Los conflictos ya no tienen los cauces corporativos, ni los horizontes confinados por “topes” y por la coacción gubernamental. Además, hoy la presión pública, los trabajadores y hasta la Presidencia de la República consideran intolerables las distorsiones que al quehacer público y universitario impone una distribución del presupuesto sesgada en favor de las burocracias administrativas y académicas. Esto se agrava por el hecho de que 30 años de iniciativas neoliberales (restricción al ingreso de estudiantes, colegiaturas, enormes disparidades salariales, venta de servicios de investigación y difusión cultural, verticalidad gerencial) alejaron a las universidades de las necesidades de conocimiento del país y de sus jóvenes. En la UAM fuimos ejemplares, y vivimos en una especie de campana de cristal, pero ahora sufrimos recortes que hacen necesario demostrar nuestra validez frente a la sociedad y a los estudiantes y trabajadores universitarios.
La huelga obliga a la UAM a cambiar.
Sus autoridades no pueden ya simplemente sentarse a esperar hasta que la huelga se agote, durante semanas o meses, como en ocasión anterior. El costo sería inaceptable para los trabajadores y para la institución pues emergería internamente confrontada, y, al calor de las acusaciones, más vulnerable. Mejor opción es ocuparse en resolver ya el conflicto laboral y hacerlo en forma tal que por un lado se fortalezca hacia adentro (mejor distribución de sus recursos, apertura al escrutinio interno y externo, fortalecimiento del tejido), y, por otro, muestre la disposición a pensar en una más clara respuesta a demandas sociales de conocimiento (admitir a más estudiantes, crear y difundir libremente la ciencia, para atender “primordialmente, a los problemas nacionales…” (Ley Orgánica UAM, artículo.2).
Lo inmediato y urgente, sin embargo, es el tema salarial. Ahí se va a demostrar qué tanto interés hay por comenzar a redefinir y fortalecer la institución comenzando de inmediato, a disminuir la fragilidad salarial en la UAM. Esto suena paradójico pues los ingresos de sus académicos son de los más altos del país. Pero frágiles: un profesorinvestigador titular de tiempo completo tiene un salario de alrededor de 28 mil pesos, aunque puede superar los 90 mil mensuales con las “becas y estímulos”. Estos últimos, sin embargo, los determina el rector cada año y de acuerdo con su apreciación de la disponibilidad de recursos. No están anclados en un acuerdo bilateral, tampoco garantizados institucionalmente, y en una época de recortes pueden ser inestables. En el caso de los administrativos, la fragilidad estriba en que son salarios bajos (9 mil pesos promedio, según nómina), sensibles a la inflación y a cualquier reducción o estancamiento de recursos institucionales. Permiten la sobrevivencia pero no facilitan que los trabajadores respondan adecuadamente a las exigencias de mayor especialización y profesionalización en el trabajo. Por otro lado, el salario académico debe aumentar para que, aunque sus ingresos globales no crezcan sustancialmente, sí pueda tener una proporción mayor de sus ingresos laboralmente salvaguardados.
ONG cuestionan si la política de borrón y cuenta se aplicará en estos casos