P
OR MÁS QUE los jilgueritos de la empresa repitieron hasta la saciedad que la gente asistiera a la plaza, independientemente de lo que se le ofrecía, como “la mejor manera de apoyar a la fiesta”, aunque en realidad se trate de “su fiesta” y de su lamentable oferta de espectáculo, la gente desoyó la recomendación y a lo largo de 16 tardes sólo en cuatro de ellas hizo media entrada o unos 20 mil espectadores: la corrida inaugural, la Guadalupana y las de aniversario del 4 y 5 de febrero, con bastantes huecos en los tendidos esta última, no obstante que alternaban los supuestos consentidos –¿o ya sólo soportados?– de la Plaza México, Enrique Ponce y Hermoso de Mendoza. A las otras 12 asistió en promedio 10 por ciento del aforo.
¿SE PUEDE CREER que la “nueva” empresa –ya 53 años de ensayo y error y de considerable falta de empatía con el público– siga dependiendo de los mismos ases que su antecesora, el olvidable Cecetla, como si entre los toreros de aquí y de allá no hubiera más opciones que este par de afamados ventajistas como culminación del arte del toreo? ¿Qué hay detrás de festejos taurinos que ya no interesan al público? ¿Por qué Alberto Bailleres González, propietario entre muchas otras, de la empresa Espectáculos Taurinos de México (Etmsa) y de las nueve plazas más importantes de la República, incluido el arrendamiento de la Plaza México, clasificado hace años entre los 100 individuos más ricos del mundo y tercero del país, no tiene interés en aplicar en su desastrosa gestión taurina “algo” de los criterios empresariales empleados en sus empresas exitosas?
¿POR QUÉ BAILLERES y su socio, el constructor de centros comerciales Javier Sordo, ambos ganaderos de lidia, se resisten a utilizar en su fallida promoción taurina “algo” de las fórmulas que han hecho florecientes a sus otras empresas, y en cambio decidieron importar como director taurino al torero sevillano en retiro Antonio Barrera con obedientes operadores, para seguir favoreciendo a unos cuantos