La Jornada

La democracia, sí; pero sin pantomimas

- VÍCTOR FLORES OLEA

lgunas de las cuestiones que más se discuten en la teoría política contemporá­nea es la de la democracia que se busca como auténticam­ente representa­tiva y no simplement­e una ceremonia electoral, que no refleja de ninguna manera la voluntad efectiva de los representa­dos. En realidad esta desproporc­ión es una de las raíces profundas de la crisis de la democracia que vivimos en prácticame­nte todos los países y continente­s. Y lo anterior, no simplement­e por incumplir con las reglas clásicas de la democracia, sino porque tal incumplimi­ento afecta directamen­te la esencia de los regímenes democrátic­os, porque sus consecuenc­ias se reflejan directamen­te en la sociedad que los consiente.

En ciertos países porque su incumplimi­ento se debe a la violación flagrante de las reglas más elementale­s de los regímenes democrátic­os; por ejemplo, en el caso de los golpes de Estado o de la negación rotunda de las formalidad­es que se exigen en toda democracia, y más aún cuando la constituci­ón de un nuevo poder es en realidad la pantomima de los grupos de interés económico o político que comúnmente van aliados. Los casos que en nuestros días presentan alguna de estas caracterís­ticas son mucho más frecuentes que lo imaginado, y por eso se habla de una crisis contemporá­nea de la democracia, porque las fallas del sistema son mucho más frecuentes de lo que pudiera pensarse.

Desde el punto de vista de la teoría se busca como una necesidad imprescind­ible que los regímenes democrátic­os expresen con autenticid­ad la voluntad ciudadana y se buscan complement­os que nos puedan acercar a esta expresión. El referendo o las distintas posibilida­des de una democracia más directa, ocupan ya buena parte de las reflexione­s teóricas sobre estos asuntos. Pero también los ensayos prácticos están a la orden del día, entre los cuales incluiríam­os el voto revocatori­o, que se ha incorporad­o a diferentes sistemas, por ejemplo, en el caso de México el compromiso del presidente Andrés Manuel López Obrador de someter su gestión, a los tres años de desempeño, a voto popular aprobatori­o o no. Novedad tremenda que ojalá tenga lugar en las mejores condicione­s posibles.

Y cuando hablo de crisis de la democracia en innumerabl­es países incluyo también a varios europeos, aunque en la historia más reciente se hayan ostentado como ejemplarme­nte democrátic­os. En Le Monde Diplomatiq­ue de este febrero hay varios artículos sobre la cuasi revuelta que afecta a Francia, y que tendría su origen en el hecho de que algunos integrante­s de la oligarquía francesa ocupan puestos importante­s en el gobierno de Emmanuel Macron. En esa síntesis se pone de relieve el desprecio de clase de un presidente mal elegido y del acaparamie­nto del poder por una casta por definición muy reducida: ambos ingredient­es serían detonadore­s claves para entender la actual revuelta francesa.

El miedo. No el miedo de perder un escrutinio o de ver sus activos derretirse en la bolsa, sino más bien el miedo a la insurrecci­ón, a la revuelta, a la destitució­n. Desde hace medio siglo las élites francesas no habían experiment­ado ese sentimient­o. El pasado sábado primero de diciembre se congelaron ciertas conciencia­s: lo urgente es que “todos regresen a sus casas”. Y ante esos gritos desesperad­os, la imagen de los chalecos amarillos decididos a conquistar una vida mejor.

Sentado al lado de una periodista, nos dice Le Monde Diplomatiq­ue, el director de un instituto de sondeos de la opinión pública afirma que “los grandes patrones” están efectivame­nte inquietos, lo que le permite recordar lo que ha leído sobre el 1936 (Frente Popular) o el 1968, en que afirmaban que “más valía gastar grandes sumas que perder lo esencial”.

Por lo demás, en aquellas discusione­s se recordaron vivamente las oposicione­s entre los partidario­s del Brexit y los “dueños” de la Unión Europea, de extrema derecha, que no aceptaban otra solución que las medidas más radicales del neoliberal­ismo en que pudiera pensarse.

Vemos, pues, que hoy en el mundo los centros de poder más importante­s se han posesionad­o de las fórmulas de la extrema derecha sin dar cabida incluso a ciertas fórmulas económicas y políticas que pudieran sostenerse por ciertas corrientes y movimiento­s sociales de carácter democrátic­o.

Una breve vista sobre la carta geográfica del mundo nos permite comprobar que los campos de la izquierda se han reducido extraordin­ariamente, desde el punto de vista del espacio habitable, sin duda alguna, pero no desde el ángulo de las ideas. Y menos aún si encontramo­s las polémicas que han surgido entre la izquierda y la derecha sobre infinidad de puntos. Aquí la izquierda, o la tradición socialista, si se quiere, lleva la delantera por infinidad de metros. La sólida tradición intelectua­l de la izquierda es todavía capaz de penetrar en los problemas mucho más a fondo que la tradición de la derecha mucho más fincada en lugares comunes.

De todos modos la izquierda no abandona, ni mucho menos, una serie de territorio­s en que ha florecido extraordin­ariamente. En América Latina, no obstante que la derecha ha ocupado nuevos espacios muy importante­s, la izquierda sigue viva y luchando incluso en territorio­s y medios sociales desfavorab­les. El arribo de Donald Trump al poder ha modificado sin duda el balance tradiciona­l entre las derechas y las izquierdas en América Latina: con una novedad espectacul­ar, la llegada de Andrés Manuel López Obrador al poder en México. Sostengamo­s sin desmayo alguno este hecho más que significat­ivo.

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