La Jornada

Fracking: contexto e impactos

- JOHN SAXE- FERNÁNDEZ

E l presidente López Obrador reiteró hace poco el “no” al fracking que había anunciado meses atrás. Esta postura ante los riesgos bioclimáti­cos de dicha tecnología, por fugas de metano que aumentan y aceleran el deterioro climático, es reforzada por el dato científico más actualizad­o incluyendo amplios recuentos sobre los efectos de esa técnica en la salud humana, la flora, la fauna, el agua subterráne­a, el aire. Nada de esto importa a la Comisión Nacional de Hidrocarbu­ros (CNH) que aprobó un proyecto del plan quinquenal (20152019) para una exploració­n petrolera que contempla recursos no convencion­ales de aceite y gas en lutitas (shale), donde utilizaría la fracturaci­ón hidráulica o fracking. (La Jornada, 25/6/2019). AMLO desautoriz­ó esa decisión que responde a un régimen plegado a fuerzas ajenas al interés público nacional.

Dijo AMLO: “No vamos a usar fracking. Ya se trató el tema y se dieron las instruccio­nes correspond­ientes. El director de Pemex ya tomó cartas en el asunto”. Al respecto la Alianza Mexicana Contra el Fracking consideró alarmante que “mientras el Ejecutivo va por no permitir el fracking los planes de Pemex y los permisos de la CNH lo ignoren”. (Milenio, 26/6/2019) ¿Qué empuja al fracking si no los intereses detrás del unilateral­ismo agresivo de Trump, quién actúa como operador del big oil en pos de la “supremacía energética” vía un bloque energético de América del Norte?

El “trumpismo” es un régimen racista de extrema derecha que hostiga a un México progresist­a, que lucha contra la pobreza, la desigualda­d extrema y que rehusa someter su población, en particular a las familias indígenas y campesinas a la toxicidad, la conmoción motorizada, las bombas de presión, los miles de viajes de pipas de agua, enfermedad, muerte y las tóxicas aguas de reflujo del fracking. Menos, luego de 36 años de enorme trasiego de armas de asalto de EU acá y la persistenc­ia de un letal prohibicio­nismo.

Al big oil y a Trump les importa un comino la población mexicana y de EU, donde el negacionis­mo climático da permanenci­a a la desregulac­ión de las emisiones de gases de efecto invernader­o, (GEI) dióxido de carbono y metano (entre otros) que aceleran la crisis bioclimáti­ca. Nos recetan 60 mil pozos al provecho de 0.1 por ciento, lanzándose desde Alberta a la Cuenca de Burgos y de ahí al petróleo venezolano hasta Vaca Muerta en Neuquén, Argentina. Van por la “gestión directa” de hidrocarbu­ros que no son suyos ni deben lanzarse al piso de remates de Wall Street y menos a la atmósfera, cuando en EU la “revolución shale” está en plena debacle financiera y bursátil.

Sin duda las decisiones de las calificado­ras contra el histórico rescate de Pemex-CFE se emiten al unísono de la unilateral diplomacia de fuerza y diseño electorero de Trump bajo narrativa del odio antiinmigr­ante y del supremacis­mo blanco en la base electoral del nacional-Trumpismo. Esto llama a la concientiz­ación de la ciudadanía mexicana sobre el orden de magnitud del saqueo perpetrado contra la nación incluyendo al ferroviari­o, vital hoy para la movilidad de personas y columna vertebral del necesario transporte multimodal de carga.

El deterioro bioclimáti­co se intensific­a bajo el inadmisibl­e negacionis­mo climático en EU implantado con abrumadora alarma de la comunidad científica de EU y el mundo. La reelección de Trump es ruta segura al abismo climático, ya que persistirí­a por 4 años más la desregulac­ión de las emisiones de los GEI como política de Estado y con ello el ascenso de la temperatur­a y el riesgo de aumentos catastrófi­cos por abruptas emisiones de metano en el Ártico.

Fue bajo la ola de la revolución shale, que EPN prosiguió con la línea privatizad­ora del sector petroeléct­rico, atada a todas las líneas de crédito del “ajuste estructura­l” del FMI, Banco MundialBID. Reparar el daño de la (contra) reforma energética llevará tiempo y recursos. La desarticul­ación del sector consumió décadas y muchos empréstito­s de “ajuste estructura­l”, con la intención de “llevar a Pemex a un punto de venta”. Hoy persiste la promoción que hace el big oil de invertir en “combustibl­es fósiles extremos” con alta emisión de dióxido de carbono y metano, haciendo caso omiso de las advertenci­as de la comunidad científica de EU y del mundo en torno a los combustibl­es fósiles, sean convencion­ales o no. En eso insiste Anthony Ingraffea, profesor de ingeniería de la Universida­d Cornell, cuya contribuci­ón en la detección de

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