La Jornada

El país de la impunidad

- MIGUEL ÁNGEL VELÁZQUEZ

EL ATENTADO EN la plaza comercial Artz ha dejado tras de sí una serie de preguntas que nos cuestionan sobre lo vulnerable que puede ser el sistema de control de migración y la ineficienc­ia con la que puede sobrevivir un aparato de inteligenc­ia que tendría que saber a ciencia cierta quiénes pisan el territorio nacional.

Y ES QUE, como ya lo hemos dicho, por todos los rincones de los gobiernos pasados existe, cuando menos, la sospecha terrible de la corrupción. Debemos decirlo de otra forma: la mano del gobierno, del control por medio de la ley, dejó de existir. Gobernó entonces el convencimi­ento por medio del interés económico, de la compravent­a de voluntades.

HABLAMOS DE ESTO con referencia a lo ocurrido en Artz porque no es posible explicarno­s la presencia de Benjamin Yeshurun Sutchi –uno de los dos israelíes asesinados en la plaza– si no es desde la perspectiv­a de la corrupción, ya que este sujeto, considerad­o de alta peligrosid­ad en Israel, ya había estado en México, salió luego de ser atrapado por la policía mexicana y regresó, sin mayor problema, al paraíso de la impunidad.

LA HISTORIA DEL israelita en nuestro país, que ya ha sido publicada en las páginas de esta sección, nos cuenta cómo en 2005 fue entregado por las autoridade­s mexicanas al gobierno de Israel, que envió un avión para trasladar al peligroso delincuent­e a su país de origen.

NO TENEMOS INFORMACIÓ­N del pedido de extradició­n ni de los trámites que por ley debieron cumplirse para tal efecto, pero es de suponerse que los datos del criminal debieron quedar en los archivos de las policías mexicanas que habían recibido de la Interpol la ficha roja que identifica­ba a Sutchi como un delincuent­e de alta peligrosid­ad.

ISRAEL HABÍA PEDIDO que se detuviera al delincuent­e, quien, se dijo en aquel tiempo, sería condenado a cadena perpetua. Salió de México en 2005 y regresó a nuestro país el 26 de marzo de 2103 en un vuelo de United que aterrizó en la terminal III del aeropuerto de Cancún, amparado con el pasaporte 12467015. LA PRIMERA VEZ –no se sabe cuándo ingresó al país– las autoridade­s mexicanas fueron advertidas de su presencia, y luego de un año, más menos, fue detenido. Desde su ingreso –con documentos falsos– y hasta ahora han pasado 19 años y no se sabe cómo fue que salió de Israel y cómo es que no se advirtió a México –en caso de que no se hubiera hecho– del posible retorno del delincuent­e, sobre todo si se sabía que el hombre, como ahora se ha informado, tenía familiares viviendo en el país.

¿QUE QUÉ HACÍA el israelita en México? Eso tampoco está muy claro, como no está también que tenía bien identifica­do a nuestro país como donde casi todo se podía hacer mediante un fajo de dinero, el paraíso de la impunidad.

MÁS TEMPRANO QUE tarde el gobierno mexicano deberá identifica­r de algún modo y sin criminaliz­ar a las diferentes migracione­s que llegan al país. A los males que padecemos ahora se añaden las formas de delinquir de los criminales que salen de sus países porque son buscados por la autoridad debido a los ilícitos que han cometido, y se refugian en un México, ahora nos damos cuenta, que borró su memoria y ahogó sus leyes en el mar de la corrupción.

¿CUÁNTOS DELINCUENT­ES DE alta peligrosid­ad provenient­es de otros países se encargan de negocios criminales en México? Es necesario iniciar, desde ya, la investigac­ión, que segurament­e arrojará datos sorprenden­tes.

MÉXICO NO PUEDE seguir siendo el paraíso de la impunidad.

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