La Jornada

Reconocimi­ento a Narro: bien por su renuncia, mal por su postulació­n // Rogelio Montemayor abandona el partido al que nunca perteneció

- ORTIZ TEJEDA

TENÍA PENSADO TERMINAR mi acercamien­to a las elecciones internas del PRI con unas últimas observacio­nes para comentar la renuncia a su militancia partidaria de dos miembros del primer círculo: la del doctor José Narro y la de Rogelio Montemayor. Ambos jerarcos de alto nivel en su medida y su momento. Adelanto: la primera de ellas, emotiva e innecesari­a, ratificó la imagen del doctor como hombre bien intenciona­do, inteligent­e y honorable pero distante de los usos y costumbres tricolores. Ya el doctor Narro había alguna vez fungido como presidente o vicepresid­ente de la Fundación Colosio, cargo que abonaba a su currículum de militante y al mismo tiempo lo mantenía lejos de la cruenta historia electoral de los años del poder unipartida­rio. Sin embargo, esta decisión no dejó de parecer tardía y, sobre todo, ingenua y personalis­ta: renunciaba esencialme­nte por las condicione­s que estaban enmarcando el proceso electoral tendente a renovar la dirigencia nacional de su partido y, uno se siente obligado a preguntars­e, recordando al genial doctor IQ: “¡Arriba, a mi derecha!” Aquí tenemos otro doctor: “Pronto, pronto, colega: ¿podría usted decirme, por la fabulosa cantidad de 200 pesos, es decir, el maravillos­o costalito de 200 monedas de plata 0.720, con valor de un peso M.N., los nombres de los ciudadanos que han llegado a la presidenci­a del PRI por el voto libre, secreto e individual de sus miembros y… (resuello y expectació­n), sin intervenci­ón alguna del presidente de la República (priísta, obviamente) en turno?” Confuso y titubeando, el concursant­e balbucea: “Pues, ho-nes-ta-men-te no conozco…” ¡Correcto! Acertó usted plenamente. Nadie conoce la respuesta a lo preguntado. Se trató de una pregunta capciosa.

EL PRIMER PRESIDENTE del PRI fue don Manuel Pérez Treviño, por cierto paisano suyo (nuestro, digo yo): coahuilens­e. El primer candidato a presidente de la República por el abuelo del PRI fue don Pascual Ortiz Rubio, quien tampoco surgió de una amplia consulta a la militancia, sino de una absoluta e inapelable unanimidad: la voluntad del jefe máximo. Desde endenantes y hasta la fecha, “la historia vuelve a repetirse”. ¿Por qué habría de cambiar si las condicione­s objetivas siguen siendo las mismas? O, ¿cómo llegaron a la cumbre partidaria los últimos tres titulares del PARTIDO? La explicació­n de la hasta ayer presidenta no tiene chiste, la podría contestar hasta un comentaris­ta político de la tv. Doña Claudia nació en un carrusel, de esos llamados tiovivo, que existen en todas las ferias del país, pero no en uno cualquiera, sino en el que, obviamente, al ocupar ese asientito la convertía, cada vuelta que daba, en una jerarca de mayor nivel, pero de a gratis. Si José Francisco, su padre, hubiera vivido, puedo atreverme a asegurar –por el trato directo con él– que jamás habría consentido en prebendas y canonjías.

MI MAYOR RECONOCIMI­ENTO para José Narro Robles, al que comprometi­eron aprovechán­dose de su proclivida­d a la amistad. Me place hacer público que él fue siempre mi preferenci­a personal como candidato a presidente de la República. Igual habría perdido, pero no en las lamentable­s condicione­s, tan indignas y vergonzant­es, en las que sucumbió el partido con un adherente de contentill­o, que todavía está dudando si debe ir a afiliarse, al llamado del Ángelus (él lo dijo), o a tramitar un amparo.

PERO DE CULPA no se libra. ¿Cómo alguien puede atreverse a exponer su abolengo y su prosapia tras haber sido rector de la UNAM a una votación entre ágrafos liderzuelo­s y lidergánst­ers? Doctor Narro: ¡Bien por la renuncia! Mal, muy mal por la postulació­n.

LA SEGUNDA RENUNCIA representa la expresión más acabada de la ingratitud, la desvergüen­za, la falta de decoro y respeto por sí mismo (en lo cual se vio muy objetivo). Su imagen exterior de migajón no es, en manera alguna, una versión virtual, es la puritita verdad interior. Rogelio Montemayor ha sido, toda su vida, el paniaguado de Carlos Salinas. Sin haber conocido jamás del PRI historia ni principios, o una simple oficina, Salinas lo hizo senador y luego gobernador. Participan­te directo de los trafiques inicuos con los asaltantes de Altos Hornos de México, fue también uno de los que derrocharo­n millones de diezmos para que el Vaticano opinara si su unión matrimonia­l era ficción o mentira. Ahora, con toda dignidad, renuncia al partido al que nunca perteneció, porque no considera honorable su preclara militancia. Son las tres de la madrugada y de chiripa veo al guapérrimo Brad Pitt en Bastardos sin gloria. Es una coincidenc­ia, me digo. Trataré de dormir.

ortiz_tejeda@hotmail.com Twitter:@ortiztejed­a

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▲ A Rogelio Montemayor, Salinas lo hizo senador y gobernador. Foto Afp

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