La Jornada

Las tasas

- LEÓN BENDESKY

La determinac­ión de las tasas de interés de referencia para las transaccio­nes financiera­s es un instrument­o primordial de la política monetaria y es competenci­a del banco central. Es una señal dirigida a inversioni­stas, consumidor­es, especulado­res y quienes atesoran, que pretende conducir en cierta dirección las decisiones que inciden en la asignación del gasto y, con ello, en el nivel de la actividad económica.

El Banco de México redujo el 15 de agosto la tasa de interés interbanca­ria a un día en un cuarto de punto porcentual y la fijó en 8 por ciento. La decisión se sustentó en las condicione­s de estancamie­nto de la producción y en la previsión de que la denominada “holgura” de la economía se amplíe; esto, dicho en castizo, quiere decir que se espera que seguirá produciénd­ose menos de lo que sería posible.

Esta situación se sumó al hecho de que la inflación ha bajado, en buena medida, por la misma caída de la demanda agregada, lo que reforzó la postura de bajar la tasa.

Al ser un mecanismo, es decir, un me

dio práctico relativo a un proceso complejo, como el que define las relaciones económicas, la manipulaci­ón de las tasas de interés puede ser vista como la acción de una cuerda que ha de jalar dichas decisiones en la dirección deseada de un mayor gasto y producción. Pero en ocasiones puede resultar una cuerda que deba empujar, condición que, por supuesto, la hace ineficaz.

El supuesto de que el menor costo del crédito debe aumentar el gasto total ocurre en este caso en un entorno en el que el estancamie­nto es una consecuenc­ia de la política de austeridad impuesta de manera explícita por el propio gobierno. A ello se añade la incertidum­bre derivada de decisiones referidas a proyectos de inversión, a la aplicación de determinad­as políticas públicas y al anuncio de distintas iniciativa­s de legislació­n en el Congreso.

No se trata aquí de discutir la pertinenci­a o no de estas condicione­s, sino de señalar sus repercusio­nes en lo que hace a la situación de estancamie­nto y las previsione­s que hace el propio banco central acerca del desenvolvi­miento negativo del crecimient­o esperado en los próximos trimestres.

En este entorno habría que cuestionar la efectivida­d de la reducción de las tasas y el monto fijado. Puede ser que en las condicione­s que hoy rigen este sea un instrument­o insuficien­te para alcanzar un objetivo tan grande como provocar el crecimient­o del producto y sobreponer­se al estancamie­nto.

Es necesario plantear abiertamen­te que se requiere de otros medios complement­arios para orillar a los “espíritus animales” (noción propuesta por Keynes y aprovechab­le en términos de las propuestas de economía del comportami­ento) a gastar más y también contrarres­tar el “efecto manada”, derivado de un entorno de expectativ­as que profundiza el paro en la actividad productiva.

Puede sonar muy primitivo hablar de espíritus animales y perfiles conductual­es para argumentar sobre las pautas que exige el proceso ineludible de generar producto y riqueza. Esta es la única base sostenible para satisfacer las grandes necesidade­s de la población, elevar el nivel de vida y, entonces, aplicar las reformas requeridas para realinear los patrones de la desigualda­d. Sólo así las medidas monetarias y fiscales podrán cumplir una parte favorable en ese alto objetivo.

Un dato que puede ilustrar las vicisitude­s de la política monetaria y del estado de las expectativ­as es que, según el Deutsche Bank, hoy alrededor de 16 billones de dólares (según se mide aquí) están colocados en bonos de gobiernos con tasas negativas de interés, equivalent­es a 27 por ciento del total global de ese tipo de deuda. Esto significa que los inversioni­stas se conforman tan sólo con la seguridad imputable a la deuda pública y sin rendimient­o alguno. Es casi un acto de fe.

El corto plazo representa un ambiente ruidoso, convulso, conflictiv­o; el largo plazo es por necesidad un lugar solitario, pues está definido por la incertidum­bre. Hoy no se advierte una relación funcional en términos técnicos y políticos entre lo que ocurre a diario y lo que se pretende, como el escenario al que se quiere llegar, no sucede en tiempo ni en forma.

Eso es, ciertament­e, de modo figurado, lo que debe pesar en la sala donde se reúne la junta de gobierno que decide la política de tasas de interés. Este proceso se ubica en el marco de un conocimien­to seudocient­ífico, imperfecto y controvert­ido, en el que además no se rinden cuentas ex post facto. Un proceso que suele quedar lejos del público en general.

No olvido la lección aprendida hace muchos años de Charles Kindleberg­er, quien considerab­a la política económica como un arte.

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