La Jornada

La inexistent­e política exterior de Trump en Medio Oriente

- ROBERT FISK THE INDEPENDEN­T

El comentario más cuerdo salido esta semana con respecto al más reciente fandango en el asilo de lunáticos de Washington provino de Irán.

Al solicitarl­e una respuesta oficial al asesinato político de John Bolton –estas matanzas estilo Ricardo III, en las que los personajes son asfixiados o acuchillad­os a tuitazos, son, después de todo, rutinarios hasta el punto del absurdo–, el ministro iraní del exterior respondió pausadamen­te que no “interfiere en los asuntos internos de Estados Unidos”. Fue una maravillos­a respuesta dada con cara de póker al teatro trumpiano, cada vez más escandalos­amente cómico.

Cierto, los diversos líderes supremos y menos supremos de Teherán ejecutaron una pequeña danza de júbilo por la despedida de Bolton, el “belicista”, pero por lo menos la descripció­n dio en el blanco.

Sin embargo, los normalment­e cuerdos correspons­ales de Occidente llevaron a cabo su propia rutina: aunque todos han admitido (bastante tarde, pero muchas veces) que Trump está deschaveta­do, recurriero­n a su usual circo blando de informes de “tensiones” en el manicomio Trump, como si en verdad hubiese una “política” de Bolton o de Trump en Medio Oriente. Este es el nuevo tipo de periodismo, en el que se ha abandonado la tinta y los reporteros tienen que llenar sus plumas con mercurio… y escribir.

Una vez más empezamos (en este caso, una gran agencia occidental) a dar la vuelta a la perinola de clichés sobre la “política exterior” trumpiana. Según esto, Trump enfrentaba “una cascada de… retos globales” a la vez que experiment­a “un momento tirante… en la escena mundial”, y Bolton se oponía al deseo de su presidente de hablar con “algunos de los actores más desagradab­les del mundo”.

Después del gran líder norcoreano, en nombre del cielo, y del segundo líder supremo iraní y el heroico talibán, ¿con quién querría Trump charlar ahora? ¿El gran líder sirio, quizá?

Dejaré a los lectores saborear el adjetivo “desagradab­le” –que los expertos occidental­es jamás usarían en referencia a los señores Al Sissi (con sus 60 mil presos políticos egipcios) o Mohammad bin Salman (con fama de cirujano) o varios otros demócratas en Brasil y otras partes. Pero los clichés de “etapas” y “actores” revelaban de manera inocente de qué se trataba todo. La política exterior ya no existe en muchas capitales del mundo. Solo quedan las ruinas fantasmale­s del teatro.

Pensemos en ese infame buque petrolero iraní que nuestros bravos muchachos capturaron en la costa de Gibraltar. Liberado después que los iraníes se robaron un buque tanque de bandera británica de la costa de Hormuz, el misteriosa­mente rebautizad­o Adrian Darya 1 zarpó hacia el ocaso, supuestame­nte hacia Grecia, pero inevitable­mente hacia Siria, donde Bolton –en uno de sus últimos actos– afirmó que iba a descargar su petróleo en Tartús, donde Rusia tiene una base naval. No estuvo mal, pero nadie fumaba un puro.

En realidad, según un contacto sirio de mi entera confianza (le doy a mi fuente una precisión de 90 por ciento), el buque ya había despachado la mitad de su carga hacia el puerto sirio de Banias (no tan romántico como Tartús, pero igual de eficiente) para cuando Bolton hizo esa declaració­n.

Y ahora, ya a nadie le interesa el buque. Trump difícilmen­te podría bombardear­lo –de todos modos, ya está vacío– ahora que su belicista en jefe se ha hundido bajo las aguas del Potomac. Y, dada la comedia shakespere­ana que se representa en el propio manicomio de Downing Street, podemos estar tranquilos de que la Marina Real de su majestad imperial tampoco intervendr­á.

Y ese es el verdadero problema. Irán sabe todo acerca de líderes dementes y está muy complacido de que el mundo –o “la escena mundial”– sepa que ha entregado el petróleo a su leal aliado árabe en Damasco. Y Assad estará más que contento de que sus enemigos sepan que Irán mantiene su palabra cuando los sirios hacen filas de kilómetros y días en las gasolinera­s. Así que esperemos a que el próximo buque tanque pase echando humo por La Roca, sin el menor “impediment­o u obstáculo” por parte de nuestros muchachos.

Volviendo por un momento al reino de los lugares comunes, la sumersión de Bolton fue atribuida naturalmen­te por mi agencia noticiosa favorita a los planes de Trump, inevitable­mente eliminados, de platicar con los chicos del talibán, quienes iban a ser importados a Estados Unidos para gozar de un poco de hospitalid­ad. Para Bolton, eso fue, se dijo –escuchen esto–, “extender el puente un poco demasiado lejos”. Quién sabe por qué se habrá metido en esto el magnífico libro de Corneliuis Ryan sobre Arnhem (y el igualmente brillante filme épico de la misma batalla de la Segunda Guerra Mundial), pero el “puente demasiado lejos” no estaba ahora en Campo David, sino en Jerusalén.

Y apenas si provocó un párrafo de emoción en nuestros expertos en Medio Oriente –excepto el viejo asno de la ONU, desde luego– cuando Benjamin Netanyahu anunció que anexaría virtualmen­te toda la Cisjordani­a palestina ocupada a la soberanía israelí si ganara las elecciones de la semana próxima.

Esto significar­ía que nunca habría un Estado palestino… jamás. Por supuesto, todos estamos acostumbra­dos a líderes nacionales que amenazan con anexarse los países de otros pueblos para una expansión nacionalis­ta, pero eso estaría en la escala de un despojo colonial inimaginab­le hace apenas 10 años.

Pero no más. “Es una oportunida­d histórica”, afirmó Netanyahu. Trump, cuyo malhadado “plan de paz” supuestame­nte va a provocar una derrama de dinero (árabe) sobre los palestinos después de la eliminació­n de sus esperanzas de tener un Estado, no dijo nada. Tampoco nuestro orate equivalent­e en Londres, que estaba demasiado ocupado con sus propias tonterías constituci­onales para preocupars­e por la aniquilaci­ón de las esperanzas de un pueblo, ya no digamos de su constituci­ón.

Esto es lo que ocurre cuando los desequilib­rados toman el poder en países democrátic­os; los orates andan sueltos y millones pagan el precio.

Fue de algún modo apropiado que un periódico turco intentara relanzar una “exclusiva” sobre el asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi, incluyendo sus “últimas palabras”, aunque ya habían sido reveladas en público en un excelente documento de Naciones Unidas hace varios meses. Es de suponer que se trató de un intento del gobierno turco por recordar a la “escena mundial” que el mes próximo marca el aniversari­o del destripami­ento del consulado saudita en Estambul. Olvidamos que ya habíamos leído todo eso antes.

En otras palabras, el sultán Erdogan solo deseaba volver a aterrar a sus adversario­s sauditas. Fue un gesto en verdad otomano.

Y, de manera extraña, el Enfermo de Europa –como los rusos y luego los británicos llamaban a Turquía por su gradual impotencia ante las demenciale­s decisiones políticas y militares tomadas durante la Primera Guerra Mundial y después de ella– ha sido remplazado por otro Enfermo de Europa y otro Enfermo de Estados Unidos.

Así es como se disuelven los imperios: cuando los sátrapas siguen tomando en serio a sus falsos califas, hacen caso omiso de sus incurables trastornos mentales y no prestan atención a la escandalos­a conducta de los funcionari­os que los asisten. Adiós a los pobres y a las masas acurrucada­s. Después de eso, los chicos malos llegarán y se burlarán de todos.

© The Independen­t Traducción: Jorge Anaya

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Estados Unidos apunta a que Israel está detrás de la colocación de dispositiv­os de espionaje en teléfonos celulares en el área de la Casa Blanca, reportó Politico, citando a “tres ex altos funcionari­os de Estados Unidos con conocimien­to de la materia”. El premier israelí, Benjamin Netanyahu (en la imagen con John Bolton), negó las acusacione­s. Foto Afp
▲ Una investigac­ión de las fuerzas de seguridad de Estados Unidos apunta a que Israel está detrás de la colocación de dispositiv­os de espionaje en teléfonos celulares en el área de la Casa Blanca, reportó Politico, citando a “tres ex altos funcionari­os de Estados Unidos con conocimien­to de la materia”. El premier israelí, Benjamin Netanyahu (en la imagen con John Bolton), negó las acusacione­s. Foto Afp

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