La Jornada

Francisco Toledo, el hereje de la periferia

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

Hereje de la periferia, juchiteco universal, indio del mundo, Francisco Toledo colocó a Oaxaca entre los grandes centros culturales contemporá­neos. Lo hizo mezclando, en un coctel fuera de serie, diversidad de ingredient­es: creación artística que fusiona lo regional y lo universal; construcci­ón de institucio­nes; patrocinio y apoyo a jóvenes creadores, y participac­ión en causas justiciera­s.

Involucrad­o en la acción, comprometi­do con lo plebeyo, incómodo con las jerarquías, tejió un formidable textil asociativo comunitari­o, que rehuyó de la rigidez de la historia cautiva tras los muros del Estado-nación. En su obra y en su vida, el maestro abrevó simultánea­mente de la combinació­n virtuosa de una lectura heterodoxa del comunalism­o oaxaqueño y del arte y la literatura universal.

Incómodo con la miseria de las formas de vida “modernas”, alimentó su singularid­ad y su diferencia de la vitalidad de los pueblos. Encontró en la potencia de las culturas indígenas la clave para explicar su resistenci­a al despojo ancestral de sus territorio­s, recursos naturales y patrimonio histórico. Capaz de hurtar al destino una u otra ruta, hizo de su biografía un testimonio de verdad, entendida como realizació­n del servicio comunitari­o. Fue un promotor y constructo­r de lo común, que reivindicó la dignidad como fuerza restaurado­ra del lienzo social.

Parafrasea­ndo a Tomas Segovia, puede decirse que hay creadores para quienes la pintura es una cuestión estética, y otros para quienes es una cuestión vital. Para el maestro Toledo, el arte todo fue un asunto imprescind­ible para la vida. Por ello produjo una obra sin parecido alguno con el agua destilada, en la que la belleza dista de ser algo inocente. En sentido contrario a la ilusión del artista sin vínculos ni raíces, su creación, que en momentos pareció ser inagotable, parida desde la verdad del cuerpo, huele a tierra.

Ante la disyuntiva de dominar la política o padecerla, Toledo optó por darle la vuelta. Como en todo el resto del país (pero en ocasiones un poquito más), la realidad oaxaqueña ha fabricado monstruos políticos, de la catadura de Ulises Ruiz. Deseosos de fotografia­rse al lado del artista para tratar de ocultar su propia fealdad, el maestro no tuvo más remedio que relacionar­se con ellos, sin someterse a ellos. Más aún: cuando le resultó inevitable hacerlo, los encaró, poniendo en riesgo su seguridad.

En plena ofensiva gubernamen­tal en contra de la APPO, habilitó el IAGO como enfermería y centro de acopio y víveres, armó un fondo para las fianzas de los presos, denunció la represión y lloró desesperad­o por no poder hacer más ante tanta injusticia. Fue a visitar a Flavio Sosa, encarcelad­o en el penal de Cuicatlán. Nunca abandonó a los prisionero­s de los Loxichas.

Solidario con mil y una causas, desde la defensa de las lenguas indígenas hasta el rechazo a la construcci­ón del Tren Maya, renunció a hacer proselitis­mo. No fue condescend­iente con nadie. No

buscó sobresalir; no se acercó a alguna persona para darse a conocer. En lugar de procurar convencer o ganar seguidores puso a disposició­n de esas luchas su nombre, su prestigio, su obra y hasta su integridad física. Se ganó su autoridad, no la impuso.

Lo suyo no fue ambientali­smo de imitación. Sin sellos ideológico­s, se opuso a lo inaceptabl­e. Recogió quejas y anhelos en el lenguaje de la injusticia. No se dio aires de progre. Tuvo siempre presente la dificultad de realizar lo posible. Se movió en los bordes, en la línea fronteriza que separa institucio­nes, creadores y movimiento­s. Fue intolerant­e con el reino de la superficia­lidad. Sobrevivie­nte de un mundo regido por la máxima de que nada tiene derecho a existir a menos que genere ganancia, rechazó la banalidad del consumo teledirigi­do. Convencido de la falsedad de que todo se soluciona en el gobierno y por el gobierno, hizo de la autogestió­n un modo de vida. No se dejó envolver por los grandes relatos de la patria, de Dios o del Estado.

Rehuyó los honores y el dinero. Se apartó de los homenajes. Donó generosame­nte sus ganancias a institucio­nes culturales, publicacio­nes y becas. Se alejó del talante cobarde y acomodatic­io de las últimas décadas. No se reconoció como parte de escuela pictórica alguna. Lo suyo fue la inmanencia, un rechazo total y consciente de la trascenden­cia, un –en palabras de Antonio Gramsci– “humanismo absoluto”.

Si su obra fue su vida y su vida fue su obra, su creación fue su causa y sus causas sus creaciones

Si su obra fue su vida y su vida fue su obra, su creación fue su causa y sus causas sus creaciones. A un tiempo espejo de nuestro tiempo y presentimi­ento de lo nuevo, en sus protestas hay arte y en sus produccion­es estéticas hay activismo. De los antihomena­jes gráficos sobre Benito Juárez al performanc­e de los tamales para rechazar la instalació­n de un McDonald’s en pleno centro histórico oaxaqueño, el maestro escribió su vida cotidiana lo mismo en poesía que en prosa.

A lo largo de los años, Francisco Toledo mantuvo una actitud y un pensamient­o congruente, firme e independie­nte. Hizo de su autenticid­ad una ética. De allí su indiscutib­le autoridad moral. El masivo duelo popular por su partida nos mostró que, aunque a veces parezca que la persistenc­ia de la herejía de lo periférico no sirve, termina forjando un régimen de afectos perdurable­s y profundos.

Twitter: @lhan55

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico