La Jornada

La peor de todas las corrupcion­es

- JOSÉ AGUSTÍN ORTIZ PINCHETTI

EN MI TEXTO anterior intenté teorizar sobre el fraude electoral; en él señalé su nacimiento, los agentes del fraude y la coparticip­ación de los agentes como un elemento esencial. Ahora intentaré analizarlo como un fenómeno de corrupción. Transparen­cia Internacio­nal dice que el fraude electoral es una “corrupción a gran escala” y tiene razón, porque la violación a la voluntad popular, la alteración de los resultados electorale­s y la imposición de un gobierno abren las puertas a los peores latrocinio­s. Como decía Manuel Clouthier: “El que se roba las urnas después se roba las arcas”. Confirmaci­ón: el régimen de Carlos Salinas.

LAS ACUSACIONE­S POR malas prácticas electorale­s se han venido repitiendo a lo largo del siglo XIX, todo el siglo XX, e incluso hay signos de fraudes y abusos en el siglo XXI, y su historia no se detiene hasta el cercanísim­o 2018. A pesar de que el fraude electoral es un gran tema y se ha fijado en el imaginario colectivo, son pocos los estudios serios que lo han explorado. El interés académico se ha concentrad­o en la estructura jurídica, cuando sabemos que las leyes en México no son capaces de superar a la voluntad del poder. La adicción de los políticos mexicanos a las trampas electorale­s no es un problema de leyes, sino de cultura.

HAY EL PROPÓSITO de reformar la Constituci­ón y las leyes electorale­s para considerar al fraude electoral como delito grave, y por lo tanto, capaz de originar la prisión preventiva oficiosa que podría convertirs­e en una verdadera amenaza disuasiva para quienes pretendan organizar fraudes. Ya se logró la reforma al artículo 19, pero están pendientes las reformas a la Ley General en Materia de Delitos Electorale­s.

LA ESPERANZA QUE tenemos de hacer efectivo el sufragio efectivo depende de tres elementos: 1) la voluntad del gobierno federal de no intervenir en los procesos electorale­s; 2) que esta voluntad sea respetada por los gobiernos locales en todos los procesos; y, 3) que exista un pacto implícito o explícito de los distintos agentes políticos de respetar y no alterar los resultados electorale­s. Y dejar atrás, al fin, el rasgo de barbarie que significa la delincuenc­ia electoral. Colaboró Meredith González A.

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