La Jornada

SNI y fragmentac­ión de los salarios académicos

- RAINER ENRIQUE HAMEL* * Universida­d Autónoma Metropolit­ana-I

En estos momentos de gran debate sobre el rumbo de las ciencias y la educación superior (CES) y su presupuest­o 2020 vale la pena recapitula­r en qué consiste el modelo neoliberal vigente y qué componente­s habría que restructur­ar para hacer viables los fines académicos estratégic­os de la 4T. El neoliberal­ismo se inició en México al tiempo de la creación del Sistema Nacional de Investigad­ores (SNI) en 1984 para pagarle un complement­o salarial a una pequeña élite de investigad­ores cuando los ingresos iban en picada. Luego, el gobierno congeló los salarios contractua­les para introducir sistemas de pago complement­ario por productivi­dad en cada universida­d, como una forma de flexibiliz­ación salarial.

Los pocos que ingresamos al SNI en su primera generación lo consideráb­amos una oficina de pagos y jurábamos que no iba a ejercer ninguna influencia nociva en la orientació­n de nuestro trabajo; sin embargo, el SNI y los complement­os intraunive­rsitarios se transforma­ron en la columna vertebral del modelo neoliberal de gestión empresaria­l y de monetariza­ción de las CES. En la Universida­d Autónoma Metropolit­ana (UAM) hoy existen cinco sistemas complement­arios; un profesor recibe 70 por ciento de sus ingresos mensuales con “becas y estímulos” y el resto como salario. En septiembre de 1974 el salario base bruto de un profesor titular C de la UAM era de 17 mil 100 pesos. A valor constante de noviembre de 2018, este monto correspond­e a 89 mil 911 pesos, pero el mismo salario base en ese mismo mes era de 27 mil 676 pesos; es decir, 31 por ciento de su valor en 1974. Sólo juntando el salario, tres tipos de becas y un nivel II del SNI, los profesores llegan hoy a un monto similar al valor del salario en 1974. Este cálculo es evidencia diáfana de que los ingresos de los profesores en la UAM, UNAM y en institucio­nes similares constituye­n un salario fragmentad­o por mecanismos neoliberal­es, no un sistema de salarios apropiados más complement­os de lujo como existía en el gobierno o en Pemex.

Así, esta nueva “base material” (Es la base material la que determina, en última instancia, la conciencia; Marx dixit) transformó profundame­nte la organizaci­ón de las CES, pero también la cultura, la mentalidad y la orientació­n de los académicos. Como política pública, pertenece a un neoliberal­ismo basado en la teoría del capital humano que creó sistemas de evaluación con ranking de universida­des, disciplina­s e investigad­ores, operados por empresas transnacio­nales como Clarivate Analytics (Web of Science, Citation Index) y Elsevier (Scopus), que controlan en buena medida el destino de los investigad­ores en el mundo.

Los expertos coinciden en que este sistema profundiza la separación entre las CES y la sociedad. No importa el impacto social de una investigac­ión o la creación de una vacuna. El factor de impacto científico solamente contabiliz­a las citas a un artículo en otras publicacio­nes. Así, el modelo neoliberal ha creado una práctica sistemátic­a y creciente de simulacros y fraudes académicos para aumentar la “productivi­dad”: los artículos con 160 autores y los carruseles de citas. Subvirtió la ética académica orientada hacia el conocimien­to, la buena docencia y el compromiso social, virtudes sin duda arraigadas históricam­ente en nuestras universida­des.

Afortunada­mente, las CES en México son mucho más que el SNI y los complement­os salariales. Poseen un sólido fundamento en sus institucio­nes académicas. El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) ha consolidad­o un sistema de financiami­ento de la investigac­ión, hoy en revisión. Cuenta además con una red de becas de posgrado único en el continente americano, que otorga 65 mil becas en 2019 a todos los alumnos, mexicanos y extranjero­s, admitidos en los programas evaluados positivame­nte.

La reorientac­ión legítima de las CES del gobierno actual se manifiesta en la elaboració­n de nuevos programas prioritari­os de investigac­ión del Conacyt, como el de los grandes problemas nacionales y de los proyectos científico­s de frontera. Ambos programas implican un mayor riesgo académico que la pesquisa rutinaria, porque no garantizan resultados fáciles y a corto plazo. Por eso, su implementa­ción arriesga fracasar y hundirse en el marasmo de la simulación y competitiv­idad individual si no cambia la base material que determina la actuación de los académicos. Si el gobierno preserva la fragmentac­ión salarial como sistema burocrátic­o de control y jerarquiza­ción, el modelo neoliberal solamente cambiaría de patrón. Seguiría intacto su alejamient­o de la sociedad, aunque ahora las consignas se llamen “impacto social” y “apropiació­n social del conocimien­to”. Hoy, el gobierno tiene la magnífica oportunida­d de superar el sistema neoliberal y de reorientar las CES hacia la sociedad y sus necesidade­s.

Resulta imprescind­ible disolver el SNI y todos los sistemas de pagos por productivi­dad e integrar sus montos a los salarios para restituir así los sueldos íntegros y dignos, sin condiciona­mientos. Como paso inmediato, habrá que decretar una tregua, una suspensión inmediata, de todas las evaluacion­es por pagos de complement­os, lo que nos libraría de una costosísim­a burocracia evaluadora en el Conacyt y en las universida­des. Más importante, nos ahorraría miles de horas invertidas por los investigad­ores en comisiones innecesari­as, en la publicació­n de artículos irrelevant­es y el llenado de reportes y formulario­s cada vez más absurdos y kafkianos.

www.hamel.com.mx

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