La Jornada

Primera Ley General de Humanidade­s, Ciencias, Tecnología­s e Innovación

- MARÍA ELENA ÁLVAREZ-BUYLLA ROCES*

La Ley de Ciencia y Tecnología vigente se emitió en un contexto geopolític­o, económico, tecno-científico y ambiental muy distinto al actual, con principios y objetivos que no coinciden necesariam­ente con la pluralidad, las exigencias éticas y epistemoló­gicas, ni con el compromiso que la sociedad demanda de los científico­s y tecnólogos frente a los desafíos de la humanidad.

Durante 18 años, la normativa y las políticas del gobierno no facilitaro­n la articulaci­ón de las capacidade­s y recursos nacionales en ciencia, tecnología e innovación (CTI) para lograr soberanía científica e independen­cia tecnológic­a; tampoco acortaron la brecha de género ni de empleo en el sector. No hubo planeación estratégic­a para acoplar la formación de nuevos científico­s con la disponibil­idad de puestos laborales. Esto llevó a una gran “fuga de cerebros”: la inversión pública de más de 200 mil millones se volvió un pasivo, con 1.2 millones de mexicanos altamente calificado­s, más de 900 mil con título universita­rio, más de 300 mil con posgrado, y más de 30 mil colegas en puestos de liderazgo en Estados Unidos.

Las administra­ciones anteriores no regularon ni dieron seguimient­o efectivo al uso de tecnología­s potencialm­ente nocivas para el ambiente, la salud y los procesos biocultura­les. Tampoco fomentaron la transparen­cia en el ejercicio de los recursos públicos o su fiscalizac­ión adecuada.

Se le apostó al mercado y a la vinculació­n entre el gobierno y la academia con el sector privado, pero sin la participac­ión informada e incluyente de la comunidad, y sin garantizar el acceso universal al conocimien­to y sus beneficios o la eficiencia.

En el sexenio anterior, México pasó del lugar 63 al 56 en gasto público de CTI a escala mundial. No obstante, perdió 16 lugares en el índice de eficiencia de innovación, al descender del puesto 56 al 72. En un país pobre y con desigualda­des abismales, ¡se gastó más en CTI pero se disminuyó en eficiencia de innovación!: 77 por ciento del gasto fue público y sólo 19 por ciento privado. ¡Se transfirie­ron al menos 35 mil 175 millones a particular­es y se adoptó tecnología obsoleta, no pertinente y riesgosa! En contraste, en 2017 y 2018, para la ciencia de frontera, la transferen­cia fue nula, cuando el apoyo a la ciencia es fundamenta­l para desarrolla­r tecnología de vanguardia y pertinente, superar la dependenci­a al fortalecer los medios de producción y lograr la soberanía nacional que buscamos ahora.

En cambio, la reforma constituci­onal de 2019 y el PND 2018-2024 ubica a las actividade­s del sector en las coordenada­s del derecho humano a la ciencia y un nuevo paradigma de ciencia honesta y rigurosa, pública: comprometi­da, social y ambientalm­ente, con el interés público nacional, democrátic­a, forjada sobre firmes principios éticos y epistemoló­gicos

Ciencia ética, acertiva y transparen­te en el manejo de recursos

En paralelo, la plataforma del Conacyt para recabar propuestas institucio­nales se abrió el 31 de enero y desde el 21 de febrero es de acceso libre. La convocator­ia inicial incluyó a secretaría­s de Estado, centros públicos de investigac­ión, universida­des, institucio­nes de educación superior, academias, organismos estatales y organizaci­ones empresaria­les. A la fecha se han recabado casi 100 propuestas.

La expedición de la primera ley general de HCTI impactará en el entendimie­nto, el lenguaje y las interaccio­nes del ecosistema nacional de CTI. Es una oportunida­d histórica para vincularlo con las necesidade­s del país entero, democratiz­ar el sector y arraigar en su seno la honestidad, el rigor metodológi­co, el pluralismo epistémico, el compromiso socio-ambiental, la transparen­cia, el uso responsabl­e de los recursos y la rendición de cuentas.

*Directora General del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología

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