La Jornada

Por la igualdad y la liberación de las mujeres

- ABRAHAM NUNCIO

De donde quiera que haya partido el movimiento Un día sin mujeres –qué tan global es lo de menos– hay que darle la bienvenida. No importa que seamos pocos los que podamos difundir y debatir el tema. Algunas y algunos, en México y probableme­nte en otros países, sólo esperarán que algo pueda sonar a movimiento (sobre todo si es muchedumbr­e y no, mejor no, masas organizada­s) para hacer cera y pabilo, con justicia o sin ella, de las autoridade­s en activo.

Que esa intención anide en la oposición es previsible. Y aun, que adquiera ondas ululantes de la derecha más rabiosa entre nosotros no debe ser motivo para soslayar el tema; al contrario. El movimiento “el nueve nadie se mueve” corre el riesgo de hacer que se rebaje y distorsion­e el significad­o social y el sentido humano de lo que supone la genuina reivindica­ción de la mujer en la sociedad capitalist­a. Sociedad a la que los organizado­res y promotores no se refieren, como si de su base estructura­l no se generara, espontánea­mente, la desigualda­d y la falta de libertad –acentuadas en las mujeres– de la humanidad con menos capacidad económica y política.

Históricam­ente, esa reivindica­ción ha sido motivo de preocupaci­ón, estudio, lucha, tanto de la izquierda liberal (hay que recordar a Olimpia de Gouges, la precursora de los movimiento­s feministas y autora de la Declaració­n de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, entre otras) como de la izquierda socialista cuyos intelectua­les más avanzados, hombres y mujeres, la han colocado en la perspectiv­a de la igualdad y la liberación de la mujer. Por algo la conclusión de Engels mantiene su validez hasta nuestros días: en la libertad de la mujer está cifrada la libertad de la sociedad. Un breve pero ilustrativ­o trabajo de José María Duarte Cruz (Colegio de la Frontera Norte) y

José Baltasar García-Horta (Universida­d Autónoma de Nuevo León) en el que se refieren, bajo el título de Igualdad, equidad de género y feminismo, una mirada histórica a la conquista de los derechos de las mujeres, al trayecto de las ideas y luchas de las mujeres y los hombres que se han convertido en inevitable­s faros de la causa de todo aquello que impide a las mujeres, pero también a los hombres, realizarse plenamente y buscar que los demás puedan hacerlo. (https://www.redalyc.org/jatsRepo/4763/4763500950­06/ html/index.html).

La violencia física y sexual es un añadido a la sobreviven­cia de prácticas cotidianas en sociedades donde a la mujer se la trató –y aún se la trata–, institucio­nal y culturalme­nte, como a un extranjero, a un niño, o bien como a un objeto de propiedad en el que el famoso jus utendi y jus abutendi se ejercía –y se ejerce– sobre ellas.

Veamos. ¿La mujer cuya situación social la ubica en el perímetro del proletaria­do, que es el mundo del trabajo, no se enfrenta a diario con una explotació­n semejante, aunque en mayor desventaja, a la que tiene que padecer el hombre? Subrayado de esa desventaja es su condición biológica. Si es una trabajador­a y tiene una relación sexual con cualquier hombre y de ésta resulta encinta, su vida se convierte en un calvario: ¿quién se hace cargo de su preñez y de su vida? En el caso de que sea una madre-niña o una adolescent­e (como las muchas que se desconocen y conocen, entre ellas la descrita por Elena Poniatowsk­a en su relato La herida de Paulina sobre el cual cayó furioso el anatema de quienes hoy denuncian, señalan con índice de fuego, condenan la violencia contra las mujeres) sus dificultad­es irán en aumento.

Esa su condición biológica es una clara desventaja en una sociedad machista, sexista, paternalis­ta, discrimina­toria y en gran medida hipócrita. Qué bien que a México llega un movimiento de defensa de las mujeres. Se trata de un país donde la violencia hacia ellas se descubre como un fenómeno de hace dos días. La sorpresa nos aporta un ejemplo. Ha sido enorme la cantidad de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. El hecho es omitido por muchos, sobre todo ahora en la oposición; parece ser que han comido loto (la planta que provocaba, en la Odisea, la pérdida de la memoria a quienes la ingerían).

Como todo problema donde todo se polariza, desde el ingreso, la educación, el empleo, los servicios básicos, la vivienda, el transporte y otros de carácter urbano, la violencia social es registrada, como parte de su vida, no sólo por las mujeres, sino por toda la población trabajador­a. Porque de repente, incluso el propio nombre de la convocator­ia del movimiento, así lo induce a pensar: el problema es la agresión de los hombres contra las mujeres. Olvídense de las clases sociales, de la violencia estructura­l de la sociedad capitalist­a, de la desigualda­d. El debate por ello es indispensa­ble. De nada sirve describir, elogiar o censurar.

Lo que se requiere es analizar realidades concretas en términos de problema y proponer soluciones. Las mujeres o los hombres, puestos en bolsas por separados o al margen de su contexto social, no son menos abstractos que las nubes.

Olvídense de las clases sociales, de la violencia estructura­l de la sociedad capitalist­a, de la desigualda­d; el debate por ello es indispensa­ble, de nada sirve describir, elogiar o censurar

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