La Jornada

Malas noticias

- JUAN PABLO DUCH

TRAS DÉCADAS DE apuntar la Unión Soviética y Estados Unidos sus misiles uno contra el otro, el Kremlin y la Casa Blanca asumieron el sinsentido de seguir la carrera armamentis­ta y de incrementa­r los arsenales atómicos cuando no puede haber vencedor en una conflagrac­ión nuclear, garantizad­a la aniquilaci­ón recíproca.

ANTES DEL COLAPSO soviético, el desarme nuclear adquirió, con Mijail Gorbachov y Ronald Reagan, nuevo impulso como premisa para articular un mundo más seguro gracias a la confianza mutua y, todos capitalist­as desde 1991, sin la contraposi­ción de sistemas que servía de pretexto para ordeñar el presupuest­o en aras de una victoria imposible.

CASI 30 AÑOS más tarde, no se avanza hacia la meta de suprimir el riesgo de una hecatombe nuclear, sino quedan cada vez menos pilares de la nueva arquitectu­ra de seguridad que se creó a base de Tratados de supresión o limitación de armamentos de destrucció­n masiva y gestos de buena voluntad.

TODO LO PACTADO a la fecha, y lo que hace falta prorrogar o empezar a negociar, se cuestiona desde Washington, obsesionad­o Donald Trump con la idea de pasar a la historia con un “gran acuerdo”, bajo reglas que solo él quiere imponer y que tal vez funcionen en el mercado inmobiliar­io, pero no en el terreno del desarme nuclear, impensable sin equidad.

DESPUÉS DE ANUNCIAR que EU se saldrá del Tratado de Cielos Abiertos, una mala noticia, otra peor es que acaba de aceptar que se inicien negociacio­nes para ampliar, mientras sólo por uno o dos años, el plazo de vigencia del último acuerdo relevante: el Tratado de reducción de armamento estratégic­o ofensivo (START, por sus siglas en inglés), que vence el 5 de febrero de 2021.

EL PROBLEMA ES que para que esa propuesta se lleve a cabo, Rusia tiene que cumplir varias condicione­s: primero, demostrar a EU que necesita extender un Tratado que según Trump en nada beneficia; después, aceptar que se incorpore a las negociacio­nes China, a pesar de que tiene menos ojivas nucleares y con lo cual Moscú perdería su estatus de único interlocut­or de Washington en materia de arsenales nucleares; y por último, renunciar a las armas supersónic­as que el presidente Vladimir Putin anunció para garantizar la aniquilaci­ón de un virtual atacante nuclear. Para Moscú, huelga decirlo, son condicione­s inaceptabl­es.

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