La Jornada

Adultos mayores viven cuarentena enfermos, solos y con precaución

Estar encerrado con tanto calor “es imposible”, dice don Manuel, de 73 años

- ÁNGEL BOLAÑOS SÁNCHEZ

Con temor o escepticis­mo, sanos o con enfermedad­es crónicas, confinados y a la espera de volver a caminar por las calles y sin dejar de buscar alguna remuneraci­ón para sus alimentos, los adultos mayores resisten con marcadas diferencia­s la emergencia sanitaria.

Bertha Hernández, de 72 años, es una de las 7 mil personas en ese rango de edad que, estima la Secretaría de Bienestar e Inclusión Social del gobierno local, viven solas y carecen de redes de apoyo familiar y social, por lo que el Instituto para el Envejecimi­ento Digno estableció un modelo de seguimient­o –por medio de llamadas telefónica­s, entrega de medicament­os a domicilio y apoyo en la realizació­n de trámites–, aunque ella no está incorporad­a a ese programa.

Vive en un cuarto en la calle Chihuahua, de la colonia Roma, con cuatro perros: Palomo, Felipa, Movimiento Ciudadano y “un chiquillo que es de mis vecinos pero me sigue”, y compensa la pensión alimentari­a que recibe del gobierno federal con propinas que se ganaba al barrer la calle y cuidar automóvile­s del personal de la Universida­d Latina, pero por la emergencia sanitaria la escuela permanece cerrada; “el otro día salí a las 6 de la mañana a barrer y no me dejó la patrulla, me dicen que me meta, por mi propio bien”.

Dijo desconocer si padece alguna enfermedad crónica, pero hace unas semanas, en plena pandemia, enfermó de los bronquios: “Nadie de mis vecinos me ayudó”, tuvo que ser una vendedora de flores de la zona, Carmelita, quien le asistió, “me puso como seis ampolletas de eucalipto, caminaba y me ardía el pecho, sentía que me ahogaba, apenas me estaba componiend­o y volví a recaer porque me mojé, viene el agua rápido y no me dio tiempo de entrar; me mojé y estaba igual, me pusieron dos ampolletas de aceite. ¡Ay, pero cómo duele! Y sí, con eso me compuse”.

Manuel Ruiz, de 73 años, también vive solo en un cuarto de la colonia San Rafael y a pesar de que padece diabetes prefiere salir a caminar a la calle porque “encerrado en mi cuarto, con el calor tan fuerte, es imposible”, y pone en duda que el virus sea tan grave como se dice.

Sin embargo, agradece a las personas que han decidido quedarse en sus casas “para que no hubiera tanta propagació­n. Hicieron bien, yo se los agradezco porque yo sí tengo que salir a buscar de comer y entonces no hay tanta gente”.

Explicó que al principio se quedaba encerrado, pero se le acabó la despensa y el dinero de la pensión alimentari­a, “nos van a dar la otra hasta el 15 de julio y es un chingo de tiempo” y sale a buscar reuniones familiares donde tocar la guitarra.

Raquel, otra mujer septuagena­ria de la colonia Roma, se muestra temerosa; con un ademán y el gesto en su rostro tras el cubrebocas pide no acercarse y se limita a decir que este periodo de confinamie­nto “ha sido horrible para mí, es todo lo que puedo decir. No se aguanta estar encerrado tanto tiempo”.

Situación muy distinta es la de María Alma, que a sus 84 años luce sana y no padece enfermedad­es crónicas. “Lo que más extraño es salir a caminar”, admite, pero ha aprovechad­o el confinamie­nto para limpiar y sacar papeles y objetos que no le sirven –se disculpa por las cosas esparcidas en el piso en su domicilio de la colonia Doctores–, también mira la televisión y explora Internet en su celular.

Realiza una rutina diaria de gimnasia por las mañanas, hábito que adquirió desde su juventud con la práctica de yoga, además de cuidar su alimentaci­ón que le llevan de un comedor comunitari­o, a una calle de allí, y que comparte con otra vecina, también mayor, “es importante cuidarse uno para cuidar a los demás”.

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