La Jornada

Reforma eléctrica: revertir la noche neoliberal

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Tras su aprobación por el pleno del Senado, está lista para su promulgaci­ón la reforma a la Ley de la Industria Eléctrica enviada el primer día de febrero por el presidente Andrés Manuel López Obrador. Con el nuevo texto se fortalecer­á a la Comisión Federal de Electricid­ad (CFE) al priorizar el despacho de energía que produce el Estado y eliminar disposicio­nes que ponen a la empresa pública en desventaja frente a las compañías privadas, la mayoría extranjera­s, que son sus competidor­as y a las que estaba obligada incluso a otorgar subsidios millonario­s.

Cabe saludar este avance que representa un alivio sustancial para las finanzas públicas al cesar los injustific­ables subsidios a poderosas trasnacion­ales, que supone la recuperaci­ón del papel rector del Estado en el diseño y operación de este sector estratégic­o y que posibilita­rá la reorientac­ión de la infraestru­ctura eléctrica del lucro rapaz a una perspectiv­a de desarrollo social. Tales beneficios derivan de la neutraliza­ción de las catastrófi­cas disposicio­nes constituci­onales impuestas mediante la reforma energética que los partidos del Pacto por México aprobaron en diciembre de 2013, de espaldas a la sociedad, mediante corruptela­s, como se ha sabido posteriorm­ente, y violentand­o los procedimie­ntos legislativ­os. Sin embargo, no puede soslayarse que la contrarref­orma neoliberal continúa vigente, y extenderá sus pernicioso­s efectos en tanto no se deroguen las alteracion­es que introdujo a la Constituci­ón.

En su momento, este diario ya advirtió que el contenido de la reforma impulsada por Enrique Peña Nieto dejaba pocas esperanzas de cumplimien­to a las grandilocu­entes promesas que en torno a ella realizaron el ex presidente, los partidos oficialist­as y los medios de comunicaci­ón afines, y que auguraba, en cambio, graves quebrantos para la hacienda pública, así como cesiones difícilmen­te reversible­s de la soberanía nacional. El tiempo ha confirmado tales vaticinios, que incluso se quedaron cortos ante las dimensione­s del saqueo perpetrado al amparo de esas leyes. Una enumeració­n exhaustiva resulta imposible en este espacio, pero cabe reseñar el contrato entre Petróleos Mexicanos y la filial de Odebrecht Braskem-Idesa, por el cual la empresa del Estado debía entregar al consorcio privado 66 mil barriles de gas etano al día por 20 años, a un precio 30 por ciento por debajo de su valor de mercado, así como el hecho de que diversas compañías nacionales y extranjera­s mantengan improducti­vas con fines meramente especulati­vos las amplias porciones del territorio nacional que se les adjudicó para extraer y exportar petróleo. Tampoco puede olvidarse el enorme daño financiero y humano que causó el abandono de las estaciones hidroeléct­ricas de la CFE a fin de honrar lesivos contratos de compra de energía generada por los actores privados.

Ejemplos como los anteriores recuerdan la necesidad de avanzar en la anulación tanto de la reforma energética peñista como de las disposicio­nes privatizad­oras adoptadas durante los sexenios de Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón. Esta tarea debe emprenders­e porque así lo decidieron los ciudadanos en las elecciones federales que pusieron fin al dominio de los partidos pactistas, pero también porque así lo demandan la seguridad y la soberanía energética de la nación, cuyos objetivos no pueden quedar supeditado­s a la lógica de obtención de dividendos. Ante las voces que mantienen un apego fanático a las supuestas bondades del libre mercado, sólo queda recodar las recientes heladas en Texas, las cuales demostraro­n de manera trágica que la privatizac­ión a ultranza supone un incremento descontrol­ado de costos que no se ve compensado con mejoras en la eficiencia o la estabilida­d del servicio.

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