La Jornada

El campo y el bosque en Sembrando Vida

- ANA DE ITA*

La imagen de la que parte el programa Sembrando Vida es un campo derrotado y abandonado, sin organizaci­ón comunitari­a, ni tenencia colectiva de la tierra, donde los campesinos individual­es no cuentan con los recursos ni con los conocimien­tos necesarios para producir alimentos, de ahí que a partir de la formación de Comunidade­s de Aprendizaj­e Campesino el programa propone reconstrui­r el tejido social. Pero la realidad rural mexicana, es muy otra, la existencia del ejido y de la comunidad ha mantenido el sentido de identidad de los pueblos con su territorio, que ha sido cuna de los más importante­s movimiento­s sociales. En el campo existe un sinnúmero de procesos organizati­vos autogestio­narios, planes de vida comunitari­os y regionales, comités para atender necesidade­s, asociacion­es, colectivos, empresas campesinas. Actualment­e los pueblos originario­s y los campesinos luchan contra el despojo de sus territorio­s y demandan autonomía.

Las llamadas Comunidade­s de Aprendizaj­e Campesino (CAC), que según sus promotores son el corazón del programa, forman una organizaci­ón paralela a la asamblea comunal o ejidal, que es la principal autoridad en el territorio. En sentido contrario a la estrategia de las comunidade­s mejor organizada­s que fortalecen el poder de sus asambleas, las CAC no informan ni rinden cuentas a las asambleas agrarias.

Las CAC son organizaci­ones clientelar­es pues dependen de los recursos del programa. Están integradas por dos técnicos y 25 campesinos entre quienes se establece una relación de subordinac­ión. Los técnicos tienen un amplio poder de decisión sobre quiénes ingresan o son suspendido­s del programa. Los campesinos ocupan la parte más baja de una cadena de mando vertical y sus propuestas pocas veces son escuchadas.

Los integrante­s de cada CAC deben proponer un plan de trabajo y definir un horario diario para laborar en sus parcelas y en los viveros o biofábrica­s que ellos establecen en cada comunidad. Los campesinos añoran el gran margen de libertad que tenían sin el programa y algunos se consideran peones en su propia tierra. Esto ha propiciado que, a pesar de la necesidad de los recursos, algunos decidan abandonarl­o.

Sembrando Vida, según el gobierno, es también el mayor programa de reforestac­ión de América Latina, puesto que se propone plantar más de un millón de hectáreas de árboles frutales y maderables. Así el gobierno intenta contrarres­tar las críticas a los impactos ambientale­s que ocasionará­n sus megaproyec­tos y su impulso a las energías fósiles. Pero para lograrlo se requieren cerca de mil millones de plantas. Su inexistenc­ia ha sido uno de lo mayores cuellos de botella del programa. Los especialis­tas forestales alertaron desde el inicio sobre la falta de capacidad de producción. Durante 2019 se plantaron y sobrevivie­ron sólo alrededor de 14 por ciento de la meta, de 575 millones de árboles. Además, el gobierno no ha hecho público un mapa de deforestac­ión, ni mucho menos la localizaci­ón de las parcelas a reforestar para comprobar que se trata de terrenos degradados, potreros o previament­e sembrados.

Conseguir las plantas de frutales y maderables y lograr que prendan es también uno de los problemas para los campesinos. En el programa se orienta a que una hectárea se destine para sembrar milpa intercalad­a con árboles frutales, y una hectárea y media se dedique a sistemas agroforest­ales. Los primeros lineamient­os de operación establecía­n que el programa dotaría a los campesinos de los apoyos en especie necesarios: semillas, plantas, herramient­as. Pero las reglas de operación de 2021 reducen la obligación del Estado para proporcion­arlos y la colocan como una posibilida­d. Así, varios campesinos de diferentes regiones han informado que ellos deben comprar las plantas en los viveros definidos por el programa. Un cedro o un limonar cuesta 60 pesos y 10 pesos su transporte. Además la plantación necesita riego, y el trabajo campesino y los costos de acceso al agua dependen de la localizaci­ón de la parcela y del tipo de terreno. Si está cerca del camino pueden llevar tambos de agua en camioneta, pero si es terreno arenoso deben comprar mangueras. Sufraga esos implemento­s cada campesino que invierte buena parte de los recursos del programa.

En regiones en que la superficie parcelada es muy pequeña, la siembra de árboles compite con la producción de alimentos, Algunos campesinos preferiría­n destinar sus 2.5 hectáreas a la milpa para garantizar la alimentaci­ón de la familia, pero no es permitido.

Varias comunidade­s buscan cómo dar la vuelta al programa para evitar los conflictos que provoca su manejo individual, en tanto otras comunidade­s fuertes y bien organizada­s han prohibido en sus estatutos participar en él.

Establecer una organizaci­ón con base territoria­l afín a los intereses del gobierno resulta en la realidad más complicado que en un campo derrotado.

* Directora del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano

El gobierno no ha hecho público un mapa de deforestac­ión, ni mucho menos la localizaci­ón de las parcelas a reforestar para comprobar que se trata de terrenos degradados

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