México y el asilo diplomático
Si bien la figura del asilo data de tiempos remotos en el mundo, el asilo diplomático como tal está institucionalizado en América Latina y el Caribe como un acto jurídico humanitario para salvaguardar la vida y la libertad de las personas que son perseguidas por órganos del Estado por realizar actividades políticas contrarias a éstos. México fue uno de los primeros países en firmar y ratificar las convenciones que codifican esta figura (La Habana, 1928; Montevideo, 1933, y Caracas, 1954) y al amparo de éstas ha otorgado asilo a cientos de personas.
Sin embargo, no existen textos que describan los últimos casos de asilo que México ha otorgado en situaciones de grave peligro bélico. En este tenor están los asilos diplomáticos concedidos a raíz de la intervención militar de Estados Unidos en Panamá, el 20 de diciembre de 1989. En esta acción bélica de gran magnitud, denominada Operación Causa Justa, participaron alrededor de 26 mil marines utilizando armamento de alta tecnología.
El prestigio de México en materia de protección y asilo motivó que 12 panameños sortearan los graves riesgos de los bombardeos en la ciudad y del toque de queda y se desplazaran hasta mi residencia en busca de asilo. Entonces tuve presente una lección de diplomáticos de excelencia como los embajadores emérito Sergio González Gálvez y el eminente Raúl Valdés: “Lo más importante en lo inmediato, es preservar la seguridad y la vida de quienes buscan protección, independientemente de los signos ideológicos de los gobiernos y de los perseguidos”.
En virtud de ello, y después de evaluar cada caso, les otorgué asilo y procedí a informar a la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE). La nota verbal para comunicar a Panamá lo anterior y solicitar los salvoconductos correspondientes, la entregué al entonces ministro de Relaciones Exteriores, Julio Linares, quien me recibió dentro de un vehículo estacionado afuera del edificio de la cancillería, ante la imposibilidad de ingresar al inmueble tomado por fuerzas del Comando Sur. Mi buena relación profesional con el canciller Linares facilitó mi gestión y dos semanas después recibí los salvoconductos. Para en
El prestigio de México motivó que en 1989, 12 panameños sortearan los graves riesgos de los bombardeos en la ciudad y del toque de queda y se desplazaran hasta mi residencia
tonces, las acciones militares casi habían cesado en la ciudad, por lo que el traslado de los asilados hacia el aeropuerto se realizó sin peligro.
No descartaba la posibilidad de recibir nuevas solicitudes de asilo como la del ex presidente Manuel Solís y la del general Manuel Antonio Noriega. Ninguna de ellas se concretó, posiblemente el vehículo Hummer apostado al pie de mi residencia fue un factor disuasivo. El general Noriega buscó refugio en la Nunciatura Apostólica y otros panameños lo hicieron en las embajadas de Cuba, Ecuador y Perú.
A la par de la salida del último contingente estadunidense de tropas adicionales, se inició una campaña para enjuiciar a ex colaboradores del general Noriega, entre ellos, Rafael Arosemena, ex gerente general del Banco Nacional. Arosemena estableció contacto conmigo y solicitó asilo, mismo que le otorgué el 3 de marzo de 1990. Para entonces, las relaciones entre Panamá y México atravesaban una etapa difícil, toda vez que el gobierno panameño esperaba el reconocimiento explícito de México, y este asilo vino a tensar la situación. Mis gestiones con el doctor Linares para la obtención del salvoconducto de Arosemena fueron arduas. Linares cuestionaba la calificación de “perseguido político” por la que concedí asilo; mi contrargumento, basado en las convenciones vigentes y de las cuales Panamá también es signatario, fue que conceder el