La Jornada

Frankenste­in revisitado

- JOSÉ STEINSLEGE­R

Ideología y política son dedo y uña, o están predestina­das a naufragar cuando se aventuran en el mar de los sargazos

Con angustia, el paciente expresa: “Busco a la mujer ideal”. Acuciosa, la terapeuta inquiere: “¿La real le da miedo?” Ahora bien. ¿Cambiaría la pregunta si el paciente angustiado dijera que anda buscando la “sociedad ideal”? De mi lado, creo que si el paciente fuese mujer, ambas inquietude­s hubieran tenido otra formulació­n. Porque de lo que llevo aprendido, los devaneos masculinos raramente han sido de su interés. Moraleja (tentativa): la mujer, el hombre y la sociedad “ideales”, nunca existieron.

Obviamente, sería pueril concluir que luchar por ideales es un error. A no ser, claro, que los anhelos de cambiar la realidad naufraguen en meras declaracio­nes ideológica­s.

La noción moderna de ideología empezó a tomar forma durante la Gran Revolución (1789-99). Desde entonces, con disímiles connotacio­nes, gravita en la política, la economía, la sociedad y la cultura, usándose para señalar emociones, conciencia, intereses, proyectos, ilusiones, programas políticos… siga usted.

Implícita y sugestivam­ente, el vocablo ideología aparece con los primeros indicios de una sicología social: “Todo lo síquico tiene su origen en la sensio (sensibilid­ad, percepción)”, apunta el filósofo inglés Thomas Hobbes en Sobre el hombre (1658). Una sicología social que los protagonis­tas de la Gran Revolución encendiero­n al rojo vivo.

Con ligereza binaria, se ha dicho que los términos izquierda y derecha provienen de la ubicación de los asambleíst­as franceses con respecto al centro del presídium. A la izquierda, “los de abajo” ( jacobinos); a la derecha, “los de arriba” (girondinos).

No obstante, en su biografía Fouché, el genio tenebroso (1929), Stefan Zweig señala que en las bancas de arriba estaban “los de abajo” (o jacobinos: Danton, Marat, Robespierr­e), y en las de abajo “los de arriba” (o girondinos: Brissot, Condorcet, Roland).

Mientras que “afuera”, faltaba más, estaban los sans coulottes (sin calzones). Es decir, la plebe que tomó La Bastilla y derrocó a la monarquía, para luego ser tropa en los ejércitos de la revolución y, con Napoleón, eficaces verdugos de los pueblos de Europa.

La Gran Revolución quedó consagrada en los magníficos óleos “ideales” de David. Y en los “reales” de Goya, o en la novela Los dioses tienen sed (Anatole France, 1912), devorando a sus hijos. O hijas. Entre ellas, Olympia de Gougés (1748-93), autora de la Declaració­n de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791), quien para escándalo de “los de abajo” y “de arriba” decía que el matrimonio era “la tumba de la confianza y el amor”.

Vertientes ideológica­s de la cultura y la filosofía política occidental, que con Lord Byron y el Che alcanzaron cotas máximas de expresión. El poeta tenía una goleta llamada Bolívar, admiraba al general José Antonio Páez (1790-1873) y estuvo a punto de enrolarse en la guerra de independen­cia de Venezuela. Bueno, murió en la de

Grecia, aunque de sepsis (1824). Y en México, el Che se incorporó a la lucha victoriosa de Cuba, peleó sin suerte en el Congo colonial y murió asesinado por la CIA, tras ser abandonado por los comunistas bolivianos (1967).

¿A partir de cuándo buena parte de los pensadores y luchadores sociales de América Latina le dieron las espaldas a nuestra historia, y emulando liberales y conservado­res empezaron a razonar con matrices ideológica­s eurocéntri­cas que se pretenden universale­s?

Pero ahí siguen y ahí están: pendientes del pensador de moda europeo, y remachando sus ideas bajo las formas del colonialis­mo ideológico y la dependenci­a intelectua­l.

Junto con Manuela Sáenz y Eva Perón (a las que ya dediqué breves ensayos), siempre regreso con Mary Shelley. Una mujer que recurrió a la imaginació­n, para dar cuenta de la realidad. ¿Acaso Frankenste­in (1818) no es una metáfora del delirio masculino cuando se olvida que “ciencia sin conciencia es ruina del alma”?

La Gran Revolución abrió de par en par las puertas del romanticis­mo y el idealismo modernos. Y con Frankenste­in, Mary Shelley dio cuenta de los errores y horrores de las ideologías que subestiman (o de plano pierden) la brújula política.

El invaluable legado de la Gran Revolución, mujeres como Olympia de Gougés y personajes como el poeta Lord Byron y el Che, muestran con claridad que ideología y política son dedo y uña, o están predestina­das a naufragar cuando se aventuran en el mar de los sargazos.

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