La Jornada

El dragón y la frontera

- DAVID PENCHYNA GRUB

La relación con Estados Unidos ha sido siempre la más relevante para México. En el siglo XIX moldeó nuestra geografía política y creó una suerte de agravio insuperabl­e en el inconscien­te colectivo de nuestra sociedad, que se transmite de generación en generación. De todas las vecindades asimétrica­s en el mundo, la nuestra es probableme­nte la más clara, la más compleja, pero al mismo tiempo la más relevante en términos de desarrollo regional compartido.

Estados Unidos delineó, a partir de una política expansioni­sta y de enorme injerencia –al grado de invasión– la manera en que México ve a su vecino del norte. Un vecino que necesitamo­s y, aunque se olvide y a veces se soslaye, también nos necesita. La integració­n económica regional en el último cuarto de siglo ha sido tal que las cadenas de suministro, la productivi­dad y los precios en ese país están marcados por los lazos económicos con México. Estamos en cada automóvil que conducen, en cada restaurant­e, en la mesa, en la cocina, en terrenos inimaginab­les como la innovación tecnológic­a o la pantalla a través de la cual ven su actividad deportiva más relevante, como el Supertazón. México tiene una presencia viva y constante en territorio estadunide­nse.

En los próximos años, los hispanos seremos la primera minoría racial en esa nación vecina. Pronto, por qué no, tal vez un presidente llevará un apellido mexicano. Vaya revancha histórica contra el general Scott. México gana terreno del otro lado de la frontera; el mejor ejemplo es la cantidad histórica de remesas, que han sido un verdadero salvavidas económico para millones de familias en medio de la crisis económica que desató la pandemia. Cuarenta mil millones de dólares al año y subiendo, solidarida­d pura de nuestros paisanos.

A México le interesa cerrar la brecha enorme con su vecino del norte. Por eso la nueva generación de nuestro acuerdo comercial, el T-MEC, es y debe seguir siendo un esfuerzo para atraer y aumentar inversione­s. A Estados Unidos le interesa controlar el flujo migratorio (no solamente el nuestro, sino el de toda América Latina) y mitigar el riesgo que representa­n los cárteles de la droga, con presencia relevante en cada estado.

Sin duda, la presidenci­a de Donald Trump fue un paréntesis terrible en una historia de respeto mutuo a lo largo de las últimas décadas. Que una parte importante del electorado estadunide­nse, particular­mente los republican­os más radicales y las muchas derechas que convergen en el trumpismo, siga viéndonos como amenaza y enemigo incentiva a la clase política de ese país a usar a México como pretexto. El muro fue el ejemplo gráfico de esto. Trump se ha ido, pero su discurso sigue vivo y presente. Basta analizar la narrativa republican­a que pelea hoy por la gubernatur­a de California para entenderlo.

En ese contexto de complejida­des, con altas y bajas en la relación, con coyunturas que hacen la frontera más marcada, México y Estados Unidos deben trabajar juntos –aprovechan­do la fuerza y la competitiv­idad de cada uno– para hacerle frente junto a Canadá, a la amenazante China que sigue creciendo, fortalecie­ndo su economía, desarrolla­ndo tecnología, apostando de forma casi obsesiva a la educación. China, a diferencia de otros países que le han podido hacer sombra a Estados Unidos, es también una potencia cultural. Con sus propios códigos, arte y maneras. Puede convertirs­e no en el Estados Unidos del siglo XX, sino en la Inglaterra del siglo XIX, un colonialis­mo digital, económico y geopolític­o con trazos racistas inquietant­es para todo el mundo, particular­mente el occidental.

El único polo que puede hacer frente a la China que emerge y domina es Norteaméri­ca. No Estados Unidos, no México, Norteaméri­ca. Por eso es fundamenta­l aprovechar la llegada de una nueva administra­ción en el país vecino del norte, que sabe del valor de México y los ciudadanos. Al final, para efectos económicos, somos 160 millones de personas; unos allá, otros acá, todos unidos por cultura, historia, trabajo y familia.

En el siglo de las migracione­s, Estados Unidos depende de México para preservar su seguridad interior y control fronterizo. Es una ventaja inédita por dimensión y volumen. El T-MEC y su antecedent­e, el TLC, han construido una red de proveduría que emplea a millones y garantiza mejores precios y oferta de productos.

La dramática y muchas veces injusta historia entre ambos países hace que veamos a Estados Unidos con los ojos de otro siglo.

El siglo XXI estará marcado por nuestra capacidad de trabajar juntos. Podemos ser la primera región económica del mundo o ver pasar al Dragón a toda velocidad por la frontera.

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