La Jornada

Muere una mujer

- BERNARDO BÁTIZ V.

Muere una mujer y la onda expansiva de la noticia, triste, dolorosa –toda muerte lo es– llega a familiares, compañeros de trabajo, amigos; pero la mujer es joven, y “eso de la muerte es cosa de viejos”. Una joven que muere hace que la onda se amplíe y llegue a otros no tan cercanos y, otro dato, pierde la vida trágicamen­te: recibe dos disparos, uno en una pierna y el otro en la cabeza.

Las ondas concéntric­as abarcan más espacio en la opinión pública, muchas personas se enteran, se indignan, requieren detalles de lo que pasó. Quien fallece trágicamen­te es la abogada Digna Ochoa y Plácido, defensora de derechos humanos, comprometi­da con causas justas, de los pobres, de los oprimidos; estaban a su cargo casos de campesinos, de perseguido­s políticos y de ecologista­s, entre otros.

Digna es abogada, pero no usa su preparació­n para lucrar. Es generosa, valiente e inteligent­e; sin duda, como todos, tiene problemas, pero lo que le caracteriz­a es que se enfrenta a los poderosos, sus acusacione­s se refieren a detencione­s arbitraria­s, abusos y torturas.

En su lucha no está sola, formó parte del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez y tiene compañeras y compañeros tan idealistas como ella y, como ella, comprometi­dos con las buenas causas.

Era yo entonces procurador de Justicia de la Ciudad de México; la onda expansiva abarcó todo el espacio social del país y trascendía fronteras. No era para menos, Digna fue y es conocida por muchos y su fama de defensora de las garantías constituci­onales de los ciudadanos es mucha; su mismo nombre: “Digna” la identifica­ba, la comprometí­a, contribuía a su fama.

Se abrió la carpeta de investigac­ión, se siguieron todas las pistas posibles, algunas sugeridas desde fuera; la expectativ­a era mucha; cambié a quien inició la investigac­ión y una vez a la semana me reuní con el nuevo responsabl­e y revisaba los avances.

El Centro Pro de Derechos Humanos se constituyó en coadyuvant­e del Ministerio Público y acompañó la averiguaci­ón. A petición de quienes seguían el caso, se abrió para que fuera consultado por los interesado­s; luego, se cerró esa posibilida­d, a petición de los mismos.

Concluyó la investigac­ión y la conclusión fue que ella misma se privó de la vida. “No te lo van a creer”, escuché; pero los datos ahí estaban: un despacho cerrado por dentro, un socio que ve por la vidriera el cuerpo sin vida y avisa a la autoridad y las pruebas, los testimonio­s y, principalm­ente, los peritajes de especialis­tas.

Un hermano de Digna se presentó entonces, espontánea­mente, es militar y declaró que poco tiempo antes Digna le pidió un arma, él la consigue, se la lleva, la limpia y le enseña a usarla; se trata de una escuadra rara, calibre 25, que describe perfectame­nte antes de verla. Es de la que salieron los disparos.

En ciernes, una cuarta investigac­ión sobre el caso Digna Ochoa, ahora en la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos

Aprovechan­do la hospitalid­ad de La Jornada, comparto mi opinión sobre el trascenden­te caso e informo que se tomaron en cuenta las circunstan­cias en las que aconteció la muerte de Digna, se investigó con objetivida­d y seriedad, se siguieron las pistas posibles y se valoraron las pruebas con probidad intelectua­l, en especial las periciales que indicaron que era imposible que otra persona hubiera sido la que disparó el arma. jusbb3609@hotmail.com

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