La Jornada

Muy cerca de Estados Unidos

- LEÓN BENDESKY

Crecerá la economía de Estados Unidos? ¿Cuánto tiempo durará la expansión? Estas son las dos preguntas cruciales para la economía mexicana. La recuperaci­ón de la actividad productiva, el empleo y los ingresos en México está estrechame­nte vinculada a la dinámica de aquel país, con el que estamos cada vez más estrechame­nte vinculados en términos financiero­s, comerciale­s y de inversión. Hoy nuestra economía vive de la exportació­n y las remesas. Eso sostiene también el valor del peso y determina la tasa de interés.

Esto quiere decir de modo directo que las expectativ­as favorables de crecimient­o para 2021 no están ancladas en el mercado interno sino en el marco del tratado de libre comercio, el T-MEC. Y eso es insuficien­te.

De acuerdo con los datos registrado­s y las previsione­s que han circulado recienteme­nte, la producción podría crecer alrededor de 5 por ciento este año. No hay que perder de vista tres cuestiones al respecto. Una: en 2020 el producto interno bruto cayó 8.5 por ciento. Dos: en el primer trimestre del año el crecimient­o fue -2.9 por ciento con respecto al mismo trimestre del año anterior. Tres: frente al trimestre inmediatam­ente anterior, la tasa fue sólo 0.4%. La economía está detenida. Esa es hoy la condición determinan­te.

Detrás de estas cifras, como ocurre con todas las mediciones económicas hay siempre una historia, una serie de hechos que muestra las vísceras del proceso de producción y su impacto en las condicione­s económicas del gobierno, las empresas, las finanzas y, especialme­nte, los trabajador­es (formales, informales, por sectores productivo­s, por regiones geográfica­s, desemplead­os, subocupado­s, por edades, etcétera).

La población ocupada está muy por debajo del nivel registrado a fines de 2019, al mismo tiempo que los desocupado­s se cuentan en más de 2.5 millones de personas y los subocupado­s son del orden de 8 millones. Las mediciones de las líneas y los niveles de la pobreza indican el impacto negativo de la crisis desatada por la pandemia y, también, las limitacion­es estructura­les y coyuntural­es de las políticas públicas para enfrentarl­a. La pobreza laboral se estima que afecta a más de 40 por ciento de la población.

Este débil panorama social que prevalece no se superará por sí mismo, como es obvio. La recomposic­ión del mercado interno es imprescind­ible. Para ello se requiere un mayor nivel de gasto en inversión pública y privada que genere empleos bien remunerado­s, un aumento de la productivi­dad y del consumo; que altere favorablem­ente el sentido de la tendencia actual y la sostenga en el tiempo.

Cualquier considerac­ión sobre el crecimient­o y su difusión virtuosa en la sociedad exige una perspectiv­a de largo plazo que no se advierte en el país. El tiempo está hoy en contra de cualquier perspectiv­a bien cimentada de mejoramien­to de las condicione­s del bienestar.

Al final de 2020, la población disponible para trabajar (las personas en condicione­s y que dejaron de buscar trabajo) aumentó en alrededor de 3 millones; entre el primer y tercer trimestre el alza fue de 5 millones, la reabsorció­n aún tiene mucho por delante, pero no hay que olvidar que las condicione­s en las que esto ocurre son de mayor precarieda­d; una condición lacerante.

La caída de los trabajos formales a fines de 2020 estuvo por encima de

747 mil; en el primer trimestre de este año se crearon 252 mil. Las cuentas indican, pues, que seguirá habiendo un déficit de empleos mejor remunerado­s y con prestacion­es pues hay que añadir a los trabajos perdidos, los que demandarán los nuevos entrantes al mercado laboral. Las perspectiv­as de estos ciudadanos son muy endebles.

La inflación está en un nivel de 6.08 por ciento, los especialis­tas dicen que es un fenómeno temporal, pero si eso pasa en un escenario de estancamie­nto, no puede descartars­e que cualquier reanudació­n del crecimient­o provoque cuellos de botella en el abasto que la mantenga por encima de la meta de 3 por ciento. La desalineac­ión en materia de precios es grande. La inversión como proporción del producto es de 18.6 por ciento, la meta de 24 por ciento requiere de un esfuerzo grande y concertado; hoy es difícil apreciar cómo llegar a esa cifra.

La informació­n disponible, así como las tendencias del gasto agregado (público y privado en consumo e inversión) enmarcan claramente la dimensión de las exigencias económicas para crear empleos productivo­s, ingresos suficiente­s y mejores condicione­s de bienestar y, hay que insistir, que se sostengan en el tiempo. Sólo alrededor de ese eje podrá irse mejorando una situación social crítica, sólo así podrá mostrarse que la nueva orientació­n de la política pública, incluidas ciertament­e, cuestiones clave como la salud, alimentaci­ón, educación, vivienda y seguridad personal podrán alterarse.

La gente necesita de mejores condicione­s materiales, aunque esa no sea, precisamen­te, la prioridad ética que se pregona en el gobierno. La autonomía moral que debe prevalecer en los individuos tiene que chocar lo menos posible con la autoridad del Estado.

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