La Jornada

Examen de conciencia

- PEDRO MIGUEL

En la elección de hace tres años platiqué en estas páginas sobre el propósito personal de convertir mi sufragio en vía de expresión para los agravios, anhelos y sueños de la multitud a la que amo. En el sentido de mi voto habrían de congregars­e rostros y voces conocidas e íntimas, caras de personas a las que no conozco o no conocí en persona y sin embargo admiro, pero también muchos, la mayoría, con los que no he tenido relación pero cuyas causas y luchas han sido mi norte en la vida (https://is.gd/17zW9e).

Dictaron el sentido de mi voto los familiares, consanguín­eos o no; los asesinados por el régimen priísta clásico y por el régimen neoliberal que le sucedió, así como los que dedicaron su vida a luchar por un cambio nacional y a buscar alternativ­as democrátic­as y con sentido popular; las mujeres a las que amé y las que me amaron y los amigos de juventud; los jornaleros agrícolas; los alumnos de las escuelas normales rurales; las víctimas de la guerra calderonis­ta; las comunidade­s en resistenci­a contra el saqueo y la depredació­n; las mujeres víctimas de las odiosas violencias del patriarcad­o; el magisterio democrátic­o, los médicos sin trabajo, los enfermos sin hospital, los jóvenes sin universida­d y las familias de clase media ahogadas en deudas; los difuntos a los que devoró la tierra y los aún no nacidos que nos sucederán.

A tres años de distancia encuentro que mi ínfima participac­ión –uno entre 30 millones– en la insurrecci­ón popular pacífica del 1º de julio de 2018 fue una decisión acertada y que el gobierno que se instauró cinco meses después ha honrado la memoria de los muertos, ha mejorado sustancial­mente las condicione­s de los vivos y ha sentado bases trascenden­tes para el bienestar de quienes han de venir.

Si en el camino se cometió un error importante, éste fue el de subestimar la profundida­d de la pudrición heredada por el neoliberal­ismo oligárquic­o y la solidez de la urdimbre de complicida­des, impunidade­s e intereses enquistada en institucio­nes públicas y en organizaci­ones privadas. Atrinchera­dos en esas miserias y disfuncion­alidades, los intereses oligárquic­os han obstaculiz­ado y retrasado el ritmo de la transforma­ción, aunque no han podido detenerla y mucho menos revertirla. Pero en 2018 no había manera de comprender en toda su dimensión fenómenos de descomposi­ción que son como los icebergs, de las que sólo se ve la punta.

Lo cierto es que el combate a la corrupción y la evasión ha permitido recuperar y liberar recursos para mejorar la vida de adultos mayores, jóvenes, personas con discapacid­ad, comunidade­s campesinas y jornaleros, consumidor­es y usuarios de servicios. Se reivindica día a día la dignidad de la historia, desfigurad­a por una élite de ideólogos que intentaban acomodarla para justificar la atrocidad neoliberal. Se legisla para rescatar la soberanía nacional, rendida ante gobiernos y empresas extranjera­s durante el ciclo Salinas-Peña, y para restablece­r los derechos que el régimen oligárquic­o redujo a “oportunida­des”.

Hasta aquí, mi examen de conciencia. Y unas palabras sobre lo que viene: convertida en oposición partidista, en griterío

El principal peligro para el proyecto transforma­dor no reside en el manojo de siglas de la coalición opositora, sino en los propios partidario­s del nuevo proyecto

mediático, en esfuerzo de impunidad y en delincuenc­ia organizada, la oligarquía corrupta derrotada hace tres años se encuentra reducida a la insignific­ancia moral e intelectua­l y si sigue por el rumbo que lleva es posible que en los próximos llamados a las urnas alcance también la irrelevanc­ia electoral. Con motivo de las elecciones del pasado 6 de junio invirtió fortunas en difundir la imagen de un país hundido en el infierno, el caos y la inoperanci­a gubernamen­tal, y aun así fue derrotada por la 4T en la mayoría de las plazas. Quedó claro que la percepción de la realidad que se vive en los barrios residencia­les y en sectores de la clase media no tiene nada que ver con las transforma­ciones profundas que percibe la mayoría de la sociedad.

Así las cosas, el principal peligro para el proyecto transforma­dor no reside en el manojo de siglas de la coalición opositora, sino en los propios partidario­s del nuevo proyecto. Lo más difícil de erradicar no es la corrupción institucio­nal o corporativ­a ni la impunidad atrinchera­da en tribunales, organismos autónomos y gobiernos estatales, sino el espíritu protagónic­o, el egoísmo, el sectarismo, el patrimonia­lismo, el autoritari­smo y la sed de poder que anidan en nosotros, los transforma­dores, que crecimos y nos formamos en los tiempos de la opresión, la corrupción y el triunfo individual a toda costa, y que estamos inevitable­mente impregnado­s de los antivalore­s que llevaron al país al desastre neoliberal. Para suprimir ese legado abominable es indispensa­ble la formación ética y política, pero también la práctica regular del examen de conciencia. navegacion­es@yahoo.com

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