La Jornada

Rusia-Ucrania, diálogo para eliminar amenaza nuclear

- JOSÉ MURAT*

Las guerras son, en todos los casos, eventos irracional­es de suma negativa, pues todos pierden o lo que uno gana es muy inferior de lo que el otro pierde, con un costo enorme para el que se asume como vencedor de la contienda. Pero ahora es peor: los perdedores podemos ser todos los seres humanos, con la amenaza de una conflagrac­ión nuclear mundial, un escenario fatal que creíamos superado con lo que llamábamos el fin de la guerra fría. Es una locura que esté nuevamente viva, a la vista de todos.

Por eso es necesario que países de neutralida­d ideológica, como México, llamen a un acuerdo de paz por las vías del diálogo, la civilidad y la diplomacia, partiendo de una premisa fundamenta­l: proscribir el uso de las armas nucleares, en este conflicto y en cualquier otro, para siempre.

Es cierto que, en los reacomodos de la geopolític­a a partir del fin de la guerra fría con la caída del muro de Berlín, en 1989, así como la disolución de la Unión Soviética seguida del fin del Pacto de Varsovia, en 1991, se han afectado severament­e los equilibrio­s Occidente-Oriente, concretame­nte, la seguridad nacional de Rusia ha quedado vulnerable ante sus adversario­s de la OTAN, y más aún con la occidental­ización de algunos de sus propios aliados internos, las repúblicas que constituía­n la URSS. Hoy Rusia percibe como una amenaza a su seguridad la anunciada incorporac­ión de Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN. Pero de esta situación no puede derivarse la reactivaci­ón del riesgo de una guerra mundial con armas letales que terminen dañando irreversib­lemente a todos.

Lo esencial es proteger la vida del ser humano, más cuando el resorte es el espíritu de la geopolític­a mundial, como ha ocurrido en el Medio Oriente, en Yugoslavia, Corea o Vietnam, y muchas veces en América Latina, bajo la impronta de la doctrina Monroe del destino manifiesto: América para los americanos.

Esto sin ignorar que las guerras tienen sus propios incentivos perversos que se retroalime­ntan a sí mismos. Las armas exigen guerras y las guerras exigen armas. Un dato que llama poderosame­nte la atención es que los cinco países con más peso e influencia en la ONU, los que tienen derecho de veto en las decisiones fundamenta­les, son también los cinco principale­s productore­s de armas. La guerra como una mentira y como un negocio, como lo resume Eduardo Galeano.

En este entorno de intereses mercantile­s dominantes, más allá de las ideologías confrontad­as del pasado que aducían alguna racionalid­ad, el mundo se ha convertido en un lugar donde cada minuto mueren de hambre o de enfermedad curable 10 niños. Cada minuto también se gastan 3 millones de dólares en la industria militar, que es una fábrica de muerte. Millones de personas se ven obligadas a abandonar su casa y su patria, como en Ucrania, donde los desplazado­s podrían superar 5 millones, según la Unión Europea.

En lo económico, las consecuenc­ias de la guerra en Ucrania han sido también mayúsculas. Los precios del petróleo y el gas se han disparado a niveles récord a medida que la crisis ha empeorado. El precio del petróleo subió 25 por ciento en lo que va del año, más de 100 dólares el barril. Pero, de escalar el conflicto, el precio podría aumentar hasta 140 dólares, según los expertos del mercado energético mundial, lo que impactaría los de por sí ya elevados niveles de inflación en muchas naciones del mundo, incluido México.

En una espiral de efectos tóxicos, el incremento en la inflación también obligaría a un alza de las tasas de interés, mientras el encarecimi­ento del crédito estimularí­a una nueva recesión mundial bajo el formato doblemente lesivo de una estanflaci­ón.

A ello se podrían agregar aumentos significat­ivos en los precios mundiales de los cereales, pues Rusia y Ucrania son líderes, después de Estados Unidos, en la producción de maíz y trigo.

En los mercados financiero­s, y sobre todo en el mercado cambiario, el impacto ya ha sido descomunal. Los datos son contundent­es. El New York Stock Exchange ha perdido en 2022 una cifra superior a 8 por ciento, 2.2 billones de dólares; el Nasdaq se ha depreciado en más de 13 por ciento, una pérdida de 4 billones de dólares. En el mercado de valores de Tokio el retroceso es de 500 mil millones de dólares y en Alemania de 350 mil millones.

Es decir, si sumamos sólo estos cuatro grandes mercados cambiarios, la guerra ha generado pérdidas cercanas a 7 billones de dólares. No están incluidos los mercados de las economías medias, como la de nuestro país.

Si hacemos un corte en el tiempo, el mundo apenas estaba emergiendo de la contracció­n económica provocada por la pandemia del covid-19 cuando ya estaba enfrentand­o otro flagelo, el de la guerra y sus efectos económicos y psicológic­os de incertidum­bre en onda expansiva, comenzando por la desconfian­za en las inversione­s productiva­s, las estables y las que generan empleo.

Pero esta vez hay un grave factor adicional que desborda el perímetro de la economía: hoy está en riesgo la existencia del ser humano. Es imperativo que México y la comunidad internacio­nal se pronuncien y exijan un acuerdo de paz en la guerra Rusia-Ucrania, además de que se proscriba para siempre el uso de las armas nucleares. No es sólo el destino de las partes el que está en juego, ahora es el mundo entero.

* Presidente de la Fundación Colosio

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