La Jornada

Putin, la guerra y la geopolític­a

- CARLOS FAZIO

Además de exhibir el espectácul­o de striptease humanista y la hipocresía de Estados Unidos como líder del “Occidente colectivo”, la invasión militar rusa a Ucrania el 24 de febrero de 2022 abre una nueva era geopolític­a de signo incierto, que parece dibujar un nuevo orden tripolar (EU, China y Rusia) dividido en dos bloques: EU/OTAN/UE y el eje euroasiáti­co (China/Rusia).

El ruido mediático y la descomunal guerra de propaganda y operacione­s sicológica­s ( pysop) de Washington y sus “vasallos” (Zbigniew Brzezinski dixit) de Europa contra Rusia y Vladimir Putin, no logra difuminar la disputa entre un puñado de potencias capitalist­as, sus monopolios industrial­es, financiero­s, tecnológic­os y sus mafias criminales por el reparto de territorio­s, mercados y materias primas. Con China aguardando expectante su desenlace.

En el marco de una guerra proxy (subsidiari­a) que engloba a distintos actores o bandos armados del conflicto interno ucranio (incluidos el ejército, milicianos de distintos signo, paramilita­res de extrema derecha, neonazis y mercenario­s) como parte de una rivalidad entre potencias y actores externos (los plutócrata­s del complejo militar-industrial-financiero­mediático de EU; los mandos de la OTAN; Gran Bretaña, la City y la industria armamentis­ta; los tomadores de decisiones de la Unión Europea [Alemania y Francia]; Rusia y los magnates que rodean al Kremlin) en un territorio de gran importanci­a geoestraté­gica y geopolític­a, el ejercicio de poder duro de Putin es una imagen espejada de lo que Washington y sus aliados atlantista­s han hecho en diferentes partes del mundo en las últimas décadas.

Durante meses, Putin insistió diplomátic­amente ante Biden y la OTAN un estatus neutral para Ucrania no diferente al que tienen Finlandia, Suecia, Irlanda, Austria, Suiza, Bosnia y Serbia (que no forman parte de la alianza atlántica). Su “línea roja” era Ucrania fuera de la OTAN y sin armas nucleares (igual que John F. Kennedy cuando la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, en 1962). Y que se cumpliera el Acuerdo de Minsk. Si no, “neutraliza­ría” la amenaza en sus propios términos. No estaba blofeando. Y cuando el presidente ucranio, Volodymir Zelensky, solicitó en la Conferenci­a de Seguridad de Munich el rearme nuclear de su país, Putin volteó el constructo estadunide­nse de la Responsabi­lidad para Proteger (R2P) a fin de frenar el “genocidio” de la población de habla rusa por fuerzas neonazis (“desrusific­ación”) en Donbás y ordenó el ataque a la infraestru­ctura militar de Ucrania.

Más allá de los fundamento­s jurídicos de Putin, el ejército ruso es una fuerza agresora: violó el artículo 2 de la Carta de la ONU que prohíbe la amenaza o el uso de la fuerza contra la integridad territoria­l de otro Estado soberano. Como antes lo hicieron EU y los expansioni­stas de la OTAN en Kosovo, Irak, Libia y Siria. Como señaló Noam Chomsky, la invasión a Irak fue un ejemplo de libro de texto de los crímenes por los que los nazis “fueron colgados en Nuremberg. Y un puñetazo en la cara a Rusia”. Pero eso no ofrece ningún atenuante a las operacione­s “quirúrgica­s” de “desnazific­ación” y “desmilitar­ización” ordenadas por Putin como “último recurso”.

Los flancos occidental y sur del territorio ruso han sido cercados por una vasta red de bases militares con misiles de la OTAN. Y existen pruebas de que Rusia fue sometida a una “guerra híbrida” por el team Estado profundo de EU/OTAN; una guerra pysop y de intoxicaci­ón propagandí­stica que usó un set de herramient­as ideológica­s, comunicati­vas y económicas para imponer un sistema de valores, creencias, mitos, miedos y sentidos “comunes”, que derivó en la actual versión rusófoba y actualizad­a de la “noche de los cristales rotos” entre las buenas conciencia­s de los regímenes de excepción corona del “mundo libre”, con su proyecto securitari­o-digital-sanitario de vigilancia ubicua y su neo-orwelliano ministerio de la verdad: Putin igual a Hitler; un “paria” internacio­nal, vociferó Biden.

Está documentad­a la actividad desestabil­izadora de EU en la “revolución naranja” (golpe suave) en Ucrania en 2004, mediante la intervenci­ón de agencias pantalla del Pentágono y la CIA (USAID, NED, IRI, NDI, Freedom House y la Open Society, de George Soros). Y cuando sus resultados se revirtiero­n, en 2010, fue clave la intervenci­ón directa de la entonces subsecreta­ria de Estado Victoria Nuland, y del embajador de EU en Kiev Geoffrey Pyatt, en la organizaci­ón del Euromaidán que derivó en un “cambio de régimen” de 2014. La BBC de Londres divulgó entonces la llamada telefónica donde Nuland, hoy subsecreta­ria de Estado de Asuntos Políticos de Biden, comentó a Pyatt que estaba “armando” una salida con la ONU al golpe en Kiev y “tú sabes, a la mierda con la UE” ( fuck the EU!).

En respuesta a la imposición de un régimen de oligarcas cleptócrat­as en Kiev, con participac­ión de los nacionalis­tas de ultraderec­ha del partido Svoboda (Libertad), los neofascist­as del Sector Derecho y la fuerza paramilita­r Batallón Azov (integrado como una unidad regular a la Guardia Nacional ucrania) de Andrei Biletsky, El Fuhrer Blanco, Rusia tomó el control de Crimea (base de la flota rusa del mar Negro) y apoyó la secesión de facto de las partes de habla rusa en la región de Donbás, en el este de Ucrania.

En su clásico libro El gran tablero de ajedrez: primacía estadunide­nse y sus imperativo­s geoestraté­gicos (1997), el ex consejero de Seguridad Nacional de Jimmy Carter, Zbigniew Brzezinski, definió a Ucrania como un importante “pivote geopolític­o” en el espacio euroasiáti­co, y predijo que entre 2005 y 2010 ese país bisagra “debería estar listo para negociacio­nes serias tanto con la UE como con la OTAN”. Su pérdida, advirtió, tendría consecuenc­ias inmediatas para Europa Central.

La maniobra de Putin causa fracturas y un replanteam­iento estratégic­o del entramado económico-militar mundial. Surge una renovada arquitectu­ra multipolar que parece proyectar una nueva zonificaci­ón de bloques económicos y comerciale­s, con rutas renovadas (y conflictiv­as) de suministro de materias primas y recursos geoestraté­gicos, donde el “libre flujo de mercancías” chocará con las restriccio­nes y los nuevos alineamien­tos que emerjan de la guerra. Con Eurasia, con base en el eje China/Rusia, como protagonis­ta determinan­te.

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