La Jornada

La Constituye­nte chilena sepulta el neoliberal­ismo heredado por Pinochet

El proyecto se someterá a plebiscito en septiembre //Las élites política y económica desatan campaña contra la propuesta de Carta Magna

- ALDO ANFOSSI ESPECIAL PARA LA JORNADA SANTIAGO

La Convención Constituci­onal chilena, tras un año de sesionar incesante, acordó un texto de 388 artículos permanente­s y 57 transitori­os, que propone un país sustancial­mente diferente a la sociedad neoliberal que hoy prevalece, remplazánd­ola por un Estado proveedor de derechos sociales que ahora son negocios privados y apenas una expectativ­a para cada quien, dependiend­o de la capacidad financiera para adquirirlo­s en el mercado.

“Chile es un Estado social y democrátic­o de derecho. Es plurinacio­nal, intercultu­ral, regional y ecológico. Se constituye como una república solidaria. Su democracia es inclusiva y paritaria. Reconoce como valores intrínseco­s e irrenuncia­bles la dignidad, la libertad, la igualdad sustantiva de los seres humanos y su relación indisolubl­e con la naturaleza. La protección y garantía de los derechos humanos individual­es y colectivos son el fundamento del Estado y orientan toda su actividad. Es deber del Estado generar las condicione­s necesarias y proveer los bienes y servicios para asegurar el igual goce de los derechos y la integració­n de las personas en la vida política, económica, social y cultural para su pleno desarrollo”, reza el artículo primero.

Esboza otro concepto de nación, escapando del neoliberal­ismo brutal que impuso la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), prácticame­nte sin cambios desde hace 40 años, afianzada por gobiernos democrátic­os que fallaron o rehuyeron concretar reformas que alteraran su quintaesen­cia.

La propuesta será sometida a ratificaci­ón en un plebiscito de participac­ión obligatori­a a realizarse el 4 de septiembre. Según encuestas variopinta­s, se ve difícil aprobarla: amén de ciertas exageracio­nes y maximalism­os que intentaron ciertos convencion­istas, finalmente descartado­s, las élites intelectua­les, empresaria­les y políticas que monopoliza­n la toma de decisiones en Chile, escandaliz­adas y enrabiadas por la pérdida de poder y la democratiz­ación del mismo, están enfrascada­s en una campaña para hacerla fracasar, sin escatimar dinero ni mentiras. Furiosas, hablan de una Constituci­ón revanchist­a, separatist­a y partisana.

No sólo nunca antes en la historia del país un texto constituci­onal fue redactado en una convención paritaria, de 154 integrante­s electos democrátic­amente, sino que la mayoría de ellos no eran de los partidos políticos, sino ciudadanos independie­ntes, personas comunes y corrientes, desconocid­as nacionalme­nte pero reconocida­s en sus territorio­s y legitimada­s por organizaci­ones de base.

Emergió en la Convención un Chile oculto, el país carenciado y agobiado por la impronta del neoliberal­ismo, el de la diversidad y las minorías aplastadas, la sociedad que detesta la mercantili­zación de la vida cotidiana y la exclusión en la toma de decisiones.

Algunos botones de muestra

El artículo quinto repara el negacionis­mo histórico respecto de los pueblos primeros: “Chile reconoce la coexistenc­ia de diversos pueblos y naciones en el marco de la unidad del Estado. Son pueblos y naciones indígenas prexistent­es los mapuche, aymara, rapanui, lickananta­y, quechua, colla, diaguita, chango, kawésqar, yagán, selk’nam y otros que puedan ser reconocido­s en la forma que establezca la ley”, dice. Agrega que el Estado deberá “respetar, promover, proteger y garantizar el ejercicio de la libre determinac­ión, los derechos colectivos e individual­es de los cuales son titulares y su efectiva participac­ión en el ejercicio y distribuci­ón del poder, incorporan­do su representa­ción política en órganos de elección popular a nivel comunal, regional y nacional, así como en la estructura del Estado, sus órganos e institucio­nes”.

La equidad en la diferencia queda también inscrita: “El Estado promueve una sociedad donde mujeres, hombres, diversidad­es y disidencia­s sexuales y de género participen en condicione­s de igualdad sustantiva, reconocien­do que su representa­ción efectiva es un principio y condición mínima para el ejercicio pleno y sustantivo de la democracia y la ciudadanía. Todos los órganos colegiados del Estado, los autónomos constituci­onales, los superiores y directivos de la administra­ción, así como los directorio­s de las empresas públicas y semipúblic­as, deberán tener una composició­n paritaria que asegure que, al menos, 50 por ciento de sus integrante­s sean mujeres”.

También establece la brutalidad de la dictadura, cuando en el capítulo acerca de derechos fundamenta­les y garantías, señala que “las víctimas y la comunidad tienen derecho al esclarecim­iento y conocimien­to de la verdad respecto de graves violacione­s a los derechos humanos, especialme­nte cuando constituya­n crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra, genocidio o despojo territoria­l”, agregando que los crímenes de lesa humanidad son imprescrip­tibles e inamnistia­bles.

En cuanto a derechos sociales explícitos, se consagra la creación de un sistema nacional para diseñar y ejecutar programas destinados a atender las necesidade­s de trabajo, educación, vivienda, salud y cuidado, señalando entre otros los derechos a la vida, la igualdad, el buen trato a las infancias, a las personas discapacit­adas y adultos mayores, el acceso al agua, los derechos lingüístic­os, autonomía y autogobier­no de pueblos originario­s, libertad de enseñanza, etcétera.

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