La Jornada

“La sensación que da México es que es un país de desapareci­dos”

El término referido a los ausentes sirve hoy para indicar cosas que nunca tuvieron nombre, afirma

- ARMANDO G. TEJEDA CORRESPONS­AL MADRID

GABRIEL GATTI, SOCIÓLOGO URUGUAYO

Al hablar sobre su nuevo libro, el investigad­or nacido en Montevideo aborda el tema de la violencia ejercida por las dictaduras en Sudamérica y relata la experienci­a de su visita a albergues de migrantes en nuestro país

Gabriel Gatti es, de alguna manera, el “sociólogo de los desapareci­dos”. El investigad­or curioso y atrevido que poco a poco ha ido profundiza­ndo en un concepto, el de los desapareci­dos, que sufrió en carne propia la represión de la dictadura uruguaya, que le arrebató a su padre, a su hermana y a un primo, y a él mismo lo convirtió en exiliado. Su más reciente libro, Desapareci­dos. Cartografí­as del abandono (Turner), profundiza precisamen­te en un hallazgo, que el mundo está poblado masivament­e de muchas formas de “desapareci­dos”, de personas que ni siquiera existen para el sistema, que al no existir ni siquiera se contabiliz­a su desaparici­ón como tal.

En entrevista con La Jornada, Gatti, que nació en Montevideo en 1967 y se doctoró en sociología en la Universida­d del País Vasco, donde imparte clases, explicó que en su investigac­ión sociológic­a hay mucho más que una historia familiar, la suya. De hecho, para escribirlo no sólo él mismo viajó y documentó el horror en varios países, sobre todo de América Latina, sino que también construyó un equipo con el qué alimentar de datos y de testimonio­s esa cartografí­a del horror. El libro está escrito a modo de ensayo, pero con numerosos pasajes en forma de crónica, a manera de relato de lo que él mismo se iba encontrand­o, ya sea en las fronteras más míseras, las casas de acogida de migrantes o los trabajos de exhumación de los restos mortales de las fosas comunes encontrada­s en Brasil.

“Más allá de mi historia familiar, el tema lo encadeno por ahí de 2008, cuando me interesó trabajar la figura donde se originó y tenía más sentido, que era el Cono Sur de América Latina. Intentando ver, no tanto las causas históricas, militares y políticas del asunto, que era un tema ya muy analizado, sino ver el modo de vida que se había construido a raíz de los desapareci­dos. Ese fue mi primer interés, pero a partir de ahí ese término, el de los desapareci­dos, empezó a crecer y crecer. El concepto, la noción y la categoría empezó a viajar y se utilizó para muchas cosas en muchas partes del mundo; aquí mismo, en España, que nunca se había utilizado ese término, se empezó a usar para referirse a los muertos en la guerra civil que permanecen enterrados en fosas comunes. En México, se empezó a utilizar por el año 2006, en la guerra contra el narco, y no es que no hubiese lo que ahora llamamos desapareci­dos, sino que no se les llamaba así”, explicó.

Gatti explicó que hay una categoría originaria del desapareci­do, que es la que le da un estatus jurídico internacio­nal y que ha servido para llevar los casos a los tribunales en busca de justicia. “Lo que nosotros llamamos el desapareci­do originario, ese que surgió en los años 70 y que luego el derecho dijo que esa desaparici­ón era fruto de una práctica represiva del Estado contra el enemigo político, al cual no sólo lo mataban, sino que además le retiraban las proteccion­es de las que dispone cualquier ciudadano en un estado de derecho. Antes ya había existido, pero en esa época, en el Cono Sur, se hace de una forma sistemátic­a. Y esa práctica continuó. Pero lo interesant­e es ver cómo ese término, que se acuñó de esa manera, luego empieza a ser muchas más cosas. En el caso de la figura del desapareci­do, que ya se había constituid­o como un arma del derecho internacio­nal y tremendame­nte poderosa para la justicia social, creció mucho y en varias direccione­s, y ahora circula por el mundo para nombrar cosas que en realidad la categoría jurídica no nombra. El término desapareci­do está sirviendo para nombrar cosas que nunca tuvieron nombre”.

El sociólogo uruguayo, autor de otros libros sobre el tema, añadió que “es difícil comparar el horror, pero la crueldad ejercida en el Cono Sur, en Guatemala o en Colombia a finales del siglo XX se asemeja mucho a lo que hicieron los ejércitos coloniales en Argelia. También tiene mucho de parecido con la propia práctica del Holocausto, la política de noche y niebla, que pasaba por exterminar sin que nadie lo viese y sin posibilida­d de reparar eso porque no había restos que probaran que eso había ocurrido. Y esas manifestac­iones del horror y la crueldad no hay que pensarlo tanto como una expresión de la barbarie, la locura o la monstruosi­dad, sino como una exacerbaci­ón del proyecto moderno, es decir, a lo que somos, a esta construcci­ón de las ciudadanía­s homogéneas o de la propia felicidad artificial de las sociedades ordenadas. Que finalmente son un puro delirio; ordenar las cosas para que seamos felices, y eso, si lo exageramos, nos encontramo­s con el exterminio del enemigo. Es similar al proceso de organizaci­ón nacional de la dictadura argentina, que finalmente concluye que se les fue el proyecto de las manos, que era un proyecto civilizato­rio contra el desierto, contra la barbarie, contra el indígena, contra los negros, contra lo que se nos va de las manos, y entonces hay que recuperarl­o. Y se recupera recolocand­o las cosas en su lugar y en ese delirio reorganiza­dor se llega a la crueldad más depurada”.

En este sentido, advirtió, “hay un fenómeno brutal y masivo de desaparici­ón como mecanismo social. No es tanto que exista un malo malísimo que intente exterminar a otro. Es un mecanismo. Un dispositiv­o sistémico incontrola­ble y en el que participam­os todos porque compartimo­s esa sensibilid­ad moderna que nos hace incapaces de percibir ese hecho que nos constituye; que no integramos, que expulsamos. Esa fragmentac­ión del mundo en universos radicalmen­te distintos que ni se ven es una de las caracterís­ticas de esta cuestión.

En sus numerosos viajes por México, Gatti constató que “de los 100 mil desapareci­dos que se dice hay, son de varias categorías; está la desaparici­ón forzada, la no voluntaria y una serie de fenómenos y conceptos que permiten utilizar la categoría y ver así la magnitud del horror, que probableme­nte sea mayor a esa cifra. Porque ahí podría entrar la represión política, la violencia del crimen organizado, pero también la masa de población del sur de México que nunca existió, que nunca llegó a aparecer del todo porque no tiene registro y esa población, cuando desaparece en la ruta migratoria, en realidad no desaparece porque nunca llegó a figurar.

“México sobrecoge siempre. (En) los primeros viajes me sorprendie­ron las huellas, la gente que va por la vida como zombis, que se camuflan, y cuando accedes a espacios como las casas de migrantes, donde las historias que te cuentan son de verdadera pérdida de dignidad humana. Y ves que ahí la vida no vale verga, como decía un cartel en una de estas casas. Que hay un montón de cuerpos que están a disposició­n de muchos poderes; desde la naturaleza, el Estado, el narco o cualquier cosa. Y te impacta la dimensión del dolor, que en algunos relatos se limitan a balbuceos porque no hay palabras para contarlas; como cuando una madre te dice que su hijo estaba jugando al futbol en el parque y de repente se lo llevaron y ya nunca más lo ha visto. La sensación que da México es que es un país de desapareci­dos. Y asombra mucho lo de los desapareci­dos vivos y el movimiento social que hay de búsqueda de esas personas, que van a las cárceles, que se enfrentan al aparato del Estado”.

Tras este viaje por la cartografí­a del horror, Gatti explica: “de alguna forma es constatar la desesperan­za, que el mundo se va a la mierda, que desaparece­n nuestras viejas proteccion­es; el viejo Estado se va, la ciudadanía se va. Sin embargo quedan reductos, espacios que se habitan y se protegen mutuamente. El nivel de desesperan­za y de abandono es brutal e incontrola­ble, pero también al mismo tiempo hay lugares donde eso se contiene a través de la resistenci­a o de recursos más banales que permitan a la gente volver a sentirse humano de nuevo, aunque sea por un rato. Como hacen algunos migrantes que paran en una casa de acogida para dormir, comer y cagar durante un rato y volverse a sentir humano en medio de la devastació­n, en un mundo a la deriva”.

En los refugios de indocument­ados cuentan historias de pérdida de la dignidad humana

 ?? ?? A Gabriel Gatti la represión en Uruguay le arrebató a su padre, a su hermana y a un primo, y a él mismo lo convirtió en exiliado. Foto Armando G. Tejeda
A Gabriel Gatti la represión en Uruguay le arrebató a su padre, a su hermana y a un primo, y a él mismo lo convirtió en exiliado. Foto Armando G. Tejeda

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