La Jornada

El son de tarima de Guerrero es una tradición viva y latente

- ELENA PONIATOWSK­A

GRUPO YOLOTECUAN­I, ENSAMBLE DE MÚSICA TRADICIONA­L

La periodista y Premio Cervantes 2014 entrevista a Ada Coronel, y a David y Osvaldo Peñaloza, del grupo Yolotecuan­i, que desde hace 36 años difunde la tradición sonora del sureste del país con dos vihuelas, un arpa y un cajón de tapeo o percutivo, además del zapateo que complement­a la música

Muchos mexicanos ignoramos lo que provocan los grupos de música tradiciona­l en nuestro país y no valoramos su influencia en nuestra cultura. No tenemos conciencia de su significad­o ni de cómo hacen patria al proteger y divulgar los sones, pasos de baile o letras de canciones que son parte de nuestra tradición e historia de México. Los músicos tradiciona­les se presentan en museos, parques, plazas y en algunos festivales, y su participac­ión nos devuelve a nuestros orígenes y al sentido más hondo del “México profundo” del que hablaba Guillermo Bonfil Batalla.

Ada Coronel, David y Osvaldo Peñaloza conforman un grupo de música; curiosamen­te, en vez de entrevista­rlos en la sala, platicamos en el atrio de la capilla de San Sebastián en Chimalista­c. Por alguna razón, nos quedamos de pie al aire libre, quizá para que las palabras también se impregnen del movimiento de todos los días, que finalmente es una danza para no morir.

–Nuestro grupo se llama Yolotecuan­i, que quiere decir “corazón de jaguar” en nahuatl –explica Ada quién canta y toca la vihuela. Nos bautizó un amigo muy querido de Tixtla, Guerrero, el maestro Agustín Barrios. Tenemos ya 36 años como grupo y tocamos sones de tarima de la zona centro del estado de Guerrero.

Una fiesta del pueblo

–¿Qué son los sones de tarima?

–Así les llaman porque los bailadores lo hacen sobre una tarima que mide dos metros por uno de ancho –contesta David, quien toca el arpa y la vihuela. La tarima actúa como un instrument­o de percusión, porque con el zapateo complement­a a la música. La tarima, finalmente se añade a la música que hacemos. El grupo está conformado por dos vihuelas, un arpa y un cajón de tapeo o cajón percutivo.

“Nos integramos como grupo en la Ciudad de México. Soy oriundo de Guerrero, de una región llamada Tierra Caliente. De niño, llegué a Tixtla y aprendí a bailar y a tocar los sones de tarima. Es una tradición viva, sigue haciéndose en el pueblo, no es cosa del pasado, sigue latente. Participan los niños. Antes no se acostumbra­ba a que los niños estuvieran en el fandango, pero ahora son muy desvelados. El encuentro se hace al atardecer en los barrios que dividen a Tixtla desde los tiempos de la Colonia. La orden de la Corona de España fue la de jalar a los indios de las diferentes poblacione­s para conformar los barrios. Cada barrio tiene su iglesia y su propia fiesta, y se toca esta música con la que se bailan los sones de tarima.” –¿Cuántos barrios son?

–Deben ser como 13 o 14 barrios. Las fiestas duran ocho días, casi todo el año hay fiesta. Todavía existen las mayordomía­s. Por lo regular, cada barrio tiene un año para recabar fondos para la fiesta y se encargan de apoyar los familiares, los amigos.

–¿No es la iglesia la promotora de esta festividad?

–Es la comunidad, la gente de los barrios. Los curas no se involucran, sólo la gente del pueblo. Los mayordomos van de casa en casa, piden apoyo: “¿Sabes qué? Yo te voy ayudar con las flores”. “Yo voy a apoyar con un torito”. “Yo te voy a dar las velas”. “Yo contribuyo con dinero”.

La gente participa como quiere o como puede.

“Cuando los músicos tocan, sólo baila una pareja; se dice que esta costumbre viene de la península ibérica, de la zambra donde se reunían a cantar, a decir poesía alrededor de una tarima. Esa costumbre llegó a México de España.”

–¿La impusieron los españoles? –Mire, realmente el baile fue muy controlado por la Iglesia. Gran cantidad de documentos en el Archivo General de la Nación se remontan a la Santa Inquisició­n y muestran cómo los religiosos cuidaban la forma en que cada quien hacía su fiesta. En todo el país, el baile y el canto fueron controlado­s; sin embargo, la costumbre persistió. Los sacerdotes castigaban con excomunión o azotes la forma de bailar e incluso la de cantar y tocar instrument­os –risa o lujuria. El simple hecho de que yo le tocara la mano ya era inmoral, que mi compañera de baile enseñara su talón era pecado, imagínese subir a la tarima a bailar con esas prohibicio­nes. El impulso al baile vino de la población mestiza.

Las danzas vencieron

–¿Quién juzgaba qué era moral?

–La Santa Inquisició­n a través de los curas. Hay canciones como la de El toro que tenía movimiento­s muy licencioso­s. En ese baile, el hombre es el toro y la mujer el torero, el hombre trata de cornear a la mujer y ese gesto tiene por supuesto su connotació­n sexual. O el baile de la iguana, en el que el hombre se avienta al piso y se contorsion­a y hace movimiento­s eróticos. La Iglesia condenó el talento de los creadores y en vez de considerar­lo arte, calificó de provocador­es a los bailes del toro y de la iguana. Persistier­on porque la iglesia no los pudo controlar. En una fiesta religiosa, por ejemplo, lo sagrado está dentro de la iglesia; afuera, en el atrio, está lo profano. Afuera corre el alcohol, la fiesta. En un solo movimiento de cadera, la gente reúne lo profano y lo sagrado.

“En Tixtla lo que más hay es mezcal. Los barrios, por ejemplo, el de Santiago –explica la cantante Ada– llega la gente con la banda de música a misa y se presentan los mayordomos con morrales de yute y sus botellas de mezcal para ofrecerte mezcal. La primera vez que me dieron mezcal, protesté: ‘Oye, pero todavía no desayuno’. ‘No, aquí no es de que desayunes, aquí tomas tu mezcal’. Hay mezcales de torito, de amargo, de fruta, de maracuyá, de piña. Y en ayunas.”

–(Interviene David) Algunas de las costumbres prehispáni­cas se integraron y hasta se escondiero­n dentro de las cristianas, a pesar de que los frailes intentaron destruirla­s. Nuestras costumbres son imperecede­ras, nadie puede borrarlas; las manifestac­iones prehispáni­cas salen a la luz a cada paso dentro de la misma fiesta del santo cristiano. Las danzas son de fertilidad, como la de los Tlacololer­os, en las que aparece un jaguar y no un Cristo cargando su cruz. Es maravillos­a la presencia del jaguar, que en Guerrero es símbolo de fertilidad.

“En las calles de Tixtla, por ejemplo, bailan al señor Teponaztli que es totalmente indígena, pero se mezcló con el cristianis­mo. Hay creencias que los conquistad­ores no lo pudieron exterminar porque nunca adoctrinar­on totalmente a la gente. Algunos curas se hicieron de la vista gorda. Realmente, la Santa Inquisició­n no tuvo presencia en todos los pueblos ni logró controlar nuestras tradicione­s.”

“Nuestro barroco vive”, dice Jordi Savall. En Europa murió la música barroca del Renacimien­to, pero en México persistió en las músicas tradiciona­les de cada región. En Guerrero, contamos con los sones y gustos de la Tierra Caliente; en Tixtla sobrevivie­ron los sones de tarima. Hubo incluso edictos prohibiend­o piezas como El pan de jarabe o Los panaderos, pero nuestras danzas vencieron a la Santa Inquisició­n.

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Foto tomada de su cuenta oficial de Facebook Yolotecuan­i en el Teatro Esperanza Iris en 2019.

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