En el toreo todo puede cambiar, excepto la bravura que emociona y el torero que apasiona, afirma el aficionado Bruno Newman
OS BUENOS AFICIONADOS, que añadir que ningún empresario ha hecho fila en la taquilla. Ahí empieza su grave distanciamiento con el público, la notable falta de empatía de los promotores con su cliente principal, el gran público, y cuando no hay empatía con este, identificación inteligente con sus expectativas, todo propósito de servicio brilla por su ausencia. Hago lo que se me pega la gana sin rigor de resultados y, si no te gusta no asistas, pero no me interesa mejorar mi oferta de espectáculo taurino, parecen decir.
“ME DA TRISTEZA que aficionados de toda la vida hayan dejado de ir a la plaza porque ya no les resulta apasionante ni interesante lo que ven. El primer tercio se ha vuelto simulación de lo que fue y presagio de lo que viene. Casi se puede decir la película que vamos a ver. Desde luego nada es como antes y en el toreo todo ha ido cambiando, pero lo que no puede pervertirse es la bravura que emociona y el torero que apasiona. Si eso se desvirtúa, la fiesta de los toros pierde su sentido y la emoción es expulsada de las plazas. Se me olvidan los nombres de ganaderías exigentes porque ya no las vemos y nadie las reclama, ni públicos ni toreros ni crítica ni autoridades. El descuido ha sido múltiple. Ya son muchas temporadas en la Plaza México de carteles flojos y encierros mansos a partir de un criterio empresarial clasista, racista, exclusivista y maternalista. A la fiesta le urge asombro, misterio, personalidades y drama. No es una cuestión de edad, es falta de verdad tauromáquica”, concluye Bruno Newman con aire preocupado.