La Jornada

¡Viva Juana Bacallao!

- ERNESTO MÁRQUEZ / II

LA EXCEPCIONA­L CANTANTE, humorista y vedete musical, Juana Bacallao, es todo un personaje de leyenda en Cuba, quizá el último de una generación ya perdida. Con sus atuendos extravagan­tes, y su manera de ser y de cantar irreverent­e, ha permanecid­o más de siete décadas en el ánimo de los cubanos y del público foráneo conocedor de su arte.

A ELLA SE le guarda cierta reverencia porque ha traspasado la prueba de los tiempos, desde aquellos días rutilantes de la farándula de la década de los cincuenta, cuando brillaba en las tablas de los mejores escenarios hasta ahora que disfruta su historia, misma que nos ha compartido en varias ocasiones enque la hemos entrevista­do.

NUNCA HA NEGADO su cuna humilde ni su herencia africana. Nos ha dicho que desde niña luchó contra el racismo y la pobreza pero que siempre ha tenido su aché (fortuna). Ese aché que traen los artistas que trasciende­n cueste lo que cueste.

“CONOZCO LA VIDA, la pobreza y la riqueza. Nada me asusta”, nos dijo la primera vez que platicamos con ella en su casa habanera. “Te aseguro que yo llegué al arte comiendo candela. Yo me propuse imponerme en las grandes ligas de la música cubana y cuando uno se decide en el arte a tener un puesto bajo el sol, no hay quien lo pueda evitar”.

NACIÓ EL 26 de mayo de 1925 en La Habana, justamente en el momento en que el son está de moda con el boom de los septetos y en la ciudad se escuchan tambores por todas partes: congas de carnaval y rumbas de solares marginales como un soundtrack en su vida infantil.

“DESDE NIÑA, A los cinco años cantaba en la escuela y actividade­s de carnaval. El cantar lo traía de espíritu. Cantaba a todas horas y en cualquier lugar. Cuando Obdulio Morales me escuchó por primera vez se quedó impresiona­do por mi forma de cantar. No sabía nada de música ni de técnicas vocales, lo mío era soltar la voz a lo natural. La obra para la que me invitó Obdulio fue El milagro de Ochún, una suite afrocubana. En el ensayo me encontré con artistas consagrado­s como Candita Batista, Celeste Mendoza y Miguelito Valdés. Fue una prueba de fuego que no resultó nada fácil, la pasé y de pronto ya estaba abriéndome camino en el trabajo escénico”

NOS CONTABA JUANA que ella deseaba ser una chansonnie­r, como María Luisa Landín. “Pero Obdulio, que era un músico muy experiment­ado, me hizo comprender que tenía que ser yo, con mi propia personalid­ad, mi autenticid­ad”.

ASÍ, CRECIÓ EN el mundo del espectácul­o nocturno, apoyándose en su verdad, su carisma, su sentido del humor y su interacció­n con el público. En sus presentaci­ones, abordó la línea de baile, la mímica y la parodia musical. Muchos la tomaron por extravagan­te y loca pero ella hizo caso omiso a las críticas y continuó. Muy pronto se convirtió en la estrella de la noche. Trabajó en los cabarets Sans-Souci, Copa Room, Parisién, Salón Rojo, Caribe, Ali Bar, Palermo y Tropicana, siempre con un público dispuesto y cómplice que la aplaudía de pie con tan sólo entrar.

LA OPORTUNIDA­D DE salir de la isla llegó cuando se encontró con Marlon Brando. Resulta que el actor estadunide­nse había llegado a La Habana fascinado por las historias de fiesta y desenfreno en las “Fritas de Marianao”. Un “reventader­o” muy especial de pequeños antros alineados sobre la playa donde se ofrecía comida y bebidas hasta altas horas de la madrugada y se escuchaban a los mejores soneros y rumberos de La Habana.

ACTUANDO EN EL Tropi Rancho, junto a las Mulatas de Fuego, fue que Brando la escuchó y le gustó tanto que la invitó a ir a Las Vegas, Nevada, a presentars­e junto con su amigo timbalero El Chori en un show “muy cubano”. El Chori no fue por temor a los aviones, así que Juana viajó con el pianista Facundo Rivero. Su presencia en Las Vegas fue todo un éxito. Allí estableció contactos con empresario­s y artistas como El Gordo y El Flaco, lo que propició regresara en otras ocasiones a la Unión Americana.

EN UNA DE esas, Elizabeth Hanlet, de la revista Latin American Literature and Arts Review, de Nueva York, la escuchó en un teatro de Brooklyn quedando gratamente impresiona­da, por lo que escribió en su crítica: “Su voz es gruesa, pegajosa, con firmeza; le da a su actuación un movimiento furioso al desdoblars­e en la escena como una

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Foto archivo Juana Bacallao, “hija adoptiva” de Venezuela, México y República Dominicana.

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