La Jornada

Tigres saca las garras y pone 1-1 la serie ante Diablos Rojos

- JUAN MANUEL VÁZQUEZ

“Pasan las generacion­es y caen los ídolos”, dijo el legendario cronista Pedro Mago Septién. Lo que no se diluye es una herencia casi sanguínea de fidelidad al beisbol. De eso se alimenta lo que alguna vez se llamó la “guerra civil” cuando Diablos Rojos y Tigres compartían la Ciudad de México.

Los Pingos siguen en la capital del país y los felinos se mudaron a Quintana Roo, pero la rivalidad sigue intacta 67 años después de su primera batalla en el antiguo parque del Seguro Social, luego llamado Delta y hoy convertido en una monótona plaza comercial.

En esa añeja rivalidad que los hermana, Tigres demostró que conserva el orgullo de ser una novena que no se rinde y empató la serie a un juego por bando al vencer con drama a los Diablos Rojos por 4-1 en el estadio Alfredo Harp Helú, con la mejor entrada al recinto en lo que va de la temporada.

Si en el primer juego los capitalino­s respondier­on con una agresivida­d incontenib­le, esta vez un error del pítcher abridor, el japonés

Rintaro Hirama, abrió la llave de las carreras de Tigres en la tercera entrada. Un fallo desde la loma para hacer out en primera base fue la señal maligna de una tarde perdida para los Pingos. El inicialist­a Edwin Espinal no pudo atrapar una pelota mal tirada que se escabulló por el terreno y le dio el banderazo de salida al rival felino rumbo a segunda.

Y de ahí les llovió el rally de Tigres, con puro batazo bien colocado impulsaron tres carreras en ese terrible rollo para los rojos. En la siguiente tanda un par de dobles y otra carrera dejaron en evidencia que el juego se le había ido de las manos a Hirama, el serpentine­ro de Diablos, por lo que acudió el apagafuego­s Arturo López con la casa llena y la misión de conseguir tres outs muy complicado­s. En esas condicione­s, nadie quisiera estar en los zapatos de un relevista.

Los escarlatas no respondier­on sino hasta la cuarta entrada cuando por fin pudieron timbrar. El bate más productivo del equipo, Japhet Amador, llegó a hacer lo que mejor sabe e impulsó la carrera de Moisés Gutiérrez, la única de los rojos, para llegar a 51 empujadas.

El partido seguía reñido y entonces llegó la lluvia para interrumpi­r el juego en la parte baja de la séptima. La espera, como siempre, se convirtió en un concierto de miles de voces y en salón de baile, pero una hora después se interrumpi­ó la fiesta de las gradas y regresó el juego. En el beisbol no hay tiempo para el aburrimien­to.

La última entrada fue un cierre dramático, de esos que tanto le gustan a la novena capitalina. Dos outs, dos pasaportes y un doble de Julián Ornelas dejaron la casa llena para prenderle fuego a esta historia. La remontada estaba al alcance de un tablazo y Amador, el Gigante de Mulegé, llegó al plato. Conectó con furia y la pelota agarró altura, arriba, muy arriba, para caer finalmente en el guante del jardinero central de Tigres, Tito Polo. Y ahí terminó el relato.

 ?? Foto Diablos Rojos ?? La pandilla escarlata quedó tendida en el terreno ante los felinos en un partido donde sólo pudo anotar una carrera y terminó la última entrada con las bases llenas.
Foto Diablos Rojos La pandilla escarlata quedó tendida en el terreno ante los felinos en un partido donde sólo pudo anotar una carrera y terminó la última entrada con las bases llenas.

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