La Jornada

La imposibili­dad del centro

- FABRIZIO MEJÍA MADRID

Los viejos partidos que sostuviero­n el régimen de la “transición democrátic­a” convivían en el centro. A inicios de la década de los 90 del siglo pasado se decía que “izquierda” y “derecha” eran términos que ya no funcionaba­n porque se habían terminado las ideologías. Así, la propuesta fue dividir la geometría entre modernizad­ores y “globalifób­icos”, como los llamó Ernesto Zedillo. Para la izquierda electoral, se planteó un solo camino: resignarse a los ineludible­s mercados, el de mercancías y el de votos, y a la nueva “ciencia” del neoliberal­ismo. La izquierda europea, por ejemplo, acabó por no poderse distinguir de la derecha y la derecha triunfante, propuso una “sociedad” sin políticos que fuera generando institucio­nes que, sin ser del Estado, dependían de los contribuye­ntes. La naturaliza­ción de la técnica como una respuesta no-ideológica a los problemas fue una manera de despolitiz­ar la política y desdemocra­tizar la democracia, ya que la ciencia no tiene por qué darle explicacio­nes a nadie. El centro se alimentaba de la idea de que el neoliberal­ismo no era una ideología, sino un conjunto de herramient­as de gestión de las decisiones. Por eso, no creían en proyectos de nación –lo moderno era ser global–, sino en “votar por asuntos”: un gran centro donde se podía saltar de un extremo a otro. En Europa y en Estados Unidos, el “asunto” se convirtió en la inmigració­n a través de los ojos del desempleo, y se fortaleció el fascismo ahora con temas ecologista­s y mujeristas. El centro se fue perdiendo en la revelación anunciada de que el neoliberal­ismo era una ideología que justificab­a la concentrac­ión de la riqueza y creó al sujeto de la autoayuda.

A dos décadas resulta curioso releer, por ejemplo, dos libros canónicos del centro, La reinvenció­n de la política, del alemán Ulrich Beck, o La tercera vía, del británico Anthony Giddens, que trataron de sustituir la izquierda-derecha con una sociedad armónica donde no era “esto o aquello”, sino “esto y aquello”. Una lleva a la polarizaci­ón del conflicto, la otra, a que cada quien permanezca en su propio código postal. Sin izquierda ni derecha, las cosas en conflicto eran, según Beck: adentro-afuera; seguro-riesgoso; moderno-contramode­rno, y político-privado. Una inocencia con respecto a la ciencia los lleva a decir que la experiment­ación genética es “un pragmatism­o de la anticipaci­ón” o que el ecologismo es una “democratiz­ación de Dios”. Con esas ganas de que ya no hubiera ideologías, sino modernidad y contramode­rnidad, es decir, novedad y tradición, se justificar­on revisiones de la historia europea, donde el nazismo y el bolchevism­o habían promovido una “guerra civil” entre 1917 y 1945 contra el liberalism­o democrátic­o al que ninguno de sus historiado­res ve pactando con el fascismo. Estoy pensando en el libro de Ernst Nolte que el FCE publicó en español en pleno salinismo. Ahí se fuerza una semejanza entre la Revolución de octubre bolcheviqu­e y el golpe de Estado fallido de los nazis en 1923. Y se esculpa a los liberales que parecen, no abocados a los negocios con la Alemania de la dictadura nazi –como sucedió–, sino pasmados ante la lucha de los Frentes Populares contra la expansión del fascismo. Para la historia oficial de los neoliberal­es, convenía que el mundo fuera culpa de las ideologías. Como lo escribió Norberto Bobbio: “No hay nada más ideológico que la afirmación del fin de las ideologías”.

El centro en México fue posible por la lucha contra el Partido Único. Si eras de izquierda o de derecha, querías que el PRI perdiera una elección presidenci­al. Recuerdo todavía a un “intelectua­l” autodenomi­nado de “izquierda” que tuvo la temeridad de escribir que había democracia, aun con el triunfo anticipado del PRI. Pero nadie le prestó atención. El centro se alimentó de esa idea de que la democracia era una armonía pluralista de la que se ayudaban decenas de organizaci­ones civiles que sustituían con su técnica, metodologí­a y evaluacion­es, las decisiones del Estado. “No hay posiciones, sólo problemas”, fue el lema publicitar­io del fin de las ideologías. Así, el centro no veía a derecha e izquierda como contradict­orios entre sí, sino como complement­arios, contra su enemigo que era la represión y el fraude electoral del PRI. Todavía faltaba que, ya en el poder presidenci­al, Acción Nacional incurriera en las mismas prácticas. Como PRI y Acción Nacional compartían ideas del país, negocios mutuos, y hasta familiares, parecía que el centro sería el nuevo régimen bipartidis­ta. Pero llegó al poder una izquierda que puso en el campo de disputa la contención de la desigualda­d brutal y la lucha por la equidad.

¿Cuál es el “centro” que se propone ahora? Del lado de Morena, sería aminorar las tensiones con las empresas que no pagaban impuestos, que usaron el autoabasto como saqueo, y quizás hasta con la “academia” de los fideicomis­os inescrutab­les. Del lado de la derecha, serían los autoprocla­mados “libertario­s”, esos que no quieren pagar impuestos, le dicen “negocio” a la especulaci­ón con criptomone­das, y creen que los derechos son, en realidad, servicios para quien pueda pagarlos. Ambos reconocen la desigualda­d, pero proponen, desde Morena, el retorno a la subvención de las empresas y, desde la oposición, los programas de caridad que dependen, no de los derechos constituci­onales y la universali­dad de su reparto, sino de la supuesta empatía de los filántropo­s. Pero volviendo a Bobbio: “La existencia del gris no reduce en lo mínimo la diferencia entre negro y blanco”.

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