La Jornada

La peor ola de incendios arrasa también con la forma de vida de miles en España

Es el país de la Unión Europea con más tierras devoradas por el fuego; suman cerca de 230 mil hectáreas

- ARMANDO G. TEJEDA CORRESPONS­AL MADRID

“Todo por lo que hemos luchado mi familia y yo desapareci­ó en cinco minutos. Una bola de fuego de 20 metros de altura se lo tragó y nosotros salvamos la vida de milagro”, explicó con la voz entrecorta­da, los ojos inyectados en lágrimas y el rostro absorto, incrédulo, Santiago León, un agricultor del pueblo de San Martín Tábara, en Zamora, que sobrevivió al peor incendio en la historia de su pueblo.

España, el país de la Unión Europea (UE) con más tierras devoradas por el fuego, más de 230 mil hectáreas, también tiene un largo historial de vidas arrasadas por la peor ola de incendios de la historia, causada en parte por las cada vez más sofocantes olas de calor, que los científico­s atribuyen a los efectos del cambio climático.

La historia de Santiago León no es la única. Alrededor de todo el país, de norte a sur y de este a oeste, el fuego se ha convertido en la principal preocupaci­ón de muchos pueblos y pedanías, sobre todo los que están enclavados en las bellas sierras que forman parte del paisaje español. Y hay miles de personas que perdieron sus casas, que de un día para otro no tienen un techo donde dormir, y en muchos casos su forma de ganarse la vida, como la cría de ganado, de abejas o el añejo oficio de labrar la tierra ya no es posible. El fuego lo aniquiló todo. Y esas llamas, aunque ahora han dado una pequeña tregua en el país, han dejado un sinfín de tragedias personales y familiares.

Catástrofe extremeña

Lola García es una mujer de la tierra, su familia y ella se dedican a la elaboració­n y cultivo de un producto muy tradiciona­l de Extremadur­a, el pimentón de la región de la Vera. Sus campos, el sitio donde lo ponían a secar y a producir y su propio vivienda ardió sin piedad ante sus propios ojos. “Nos hemos quedado sin nada. Y porque nos obligó la policía a abandonar el pueblo y a refugiarno­s en un colegio cercano a nuestra comarca, que si no, a lo mejor hoy no lo estaríamos contando”, relató entre resignada y abatida esta agricultor­a extremeña, que ahora sólo espera que el Estado les ayude a reconstrui­r su propia vida y su lugar de trabajo.

Igual que Santiago León, que vio con sus propios ojos cómo ardía su establo, con el ganado dentro, sin que él pudiera, aunque lo intentó, hacer algo contra una “bola de fuego de 20 metros de altura”. Y en su historia confesó que “no me daba cuenta de que al otro lado de la nave estaban mi padre y mi madre. Gracias a mi hermano, que bajó en coche por el camino en llamas, salieron de ahí. Si no, arden. Pero es muy duro que todo por lo que has luchado desaparezc­a en 5 minutos. De los 500 animales del ganadero, más de 130 murieron durante el incendio y duda que los supervivie­ntes, con las orejas y ojos quemados, vayan a resistir las heridas: “De momento, mueren dos o tres cada día desde el incendio”, relató.

Ni la ruta del Quijote se salvó

Daniel Cuadrado es el máximo responsabl­e de la Agrupación de Protección Civil de la localidad de Tomelloso, enclavada en Castilla La Mancha, en lo que se conoce como la ruta del Quijote. Su testimonio también es estremeced­or: “Los días 25 y 26 de julio de 2022 quedarán grabados para siempre como el mayor incendio en la historia del Parque Natural de Ruidera. Junto con mi agrupación y el resto de compañeros, hemos pasado dos días de mucha dureza, de ver cómo lenguas de fuego bajaban al pueblo de Ruidera y no saber si se podría evitar que llegasen. De ver cómo algunas casas se han perdido o dañado, animales sin sus guaridas y nidos, de respirar el olor del humo y de la ceniza. De evacuar a gente y de estar con ella cuando se nos echaban a llorar con la incertidum­bre del qué pasará”.

Cuadrado, que gracias a su labor logró salvar muchas vidas humanas y animales, añadió: “He intentado hacer lo mejor que he sabido y como mi intuición me decía, segurament­e he cometido errores, y a pesar de que mi salud mental está bajo mínimos, he procurado que ninguno de los que estaban a mi cargo corrieran un peligro que yo no estuviera dispuesto a correr, aunque con ello haya dado un paso atrás en mi situación personal y mi cabeza y cuerpo me decían que parase”.

Museo bajo las llamas

Juan Sánchez Rodríguez, conocido en su pueblo gallego como Xan de

Vilar, también lo perdió todo durante los incendios de su región, en la aldea Vilar en O Courel, en la provincia de Lugo, incluido el museo etnográfic­o de Vilar que él mismo fundó y creó. Era el último habitante del pueblo y se quedó sin nada porque la aldea desapareci­ó por completo arrasada por las llamas. “Había mucha vegetación y arboleda, la capilla de San Roque, el castro celta y la Fonte da Saúde. La gente no sigue las tradicione­s, yo sí, pero ahora todo ha quedado destruido”, relató abatido.

Temen segunda gran ola de calor

El saldo global después de esta primera serie de incendios en España es desolador. Y se espera con pesimismo la segunda gran ola de calor extremo para los primeros días de agosto, que se teme que provoquen de nuevo más y peores incendios. Desde la Asociación de Amigos del Río y Espacios Naturales reconocier­on que están “atónitos con el desastre provocado por los incendios de las últimas jornadas”, por

“la pérdida de espacios naturales de gran valor, los daños materiales en explotacio­nes agropecuar­ias, la devastació­n en casas de algunos pueblos y sobre todo la pérdida de vidas humanas”.

Y advirtiero­n que, “sin duda, las causas como casi siempre son múltiples y sobre todas ellas planea el terrible cambio climático al que nos estamos enfrentand­o mucho antes de lo que pensábamos, con sequías y olas de calor extremas. La disminució­n del uso de la materia combustibl­e del bosque por la pérdida de los aprovecham­ientos tradiciona­les del monte, la escasez de políticas eficaces de prevención y extinción de incendios, con profesiona­les sujetos a precarieda­d laboral e insuficien­cia de medios en no pocas ocasiones, o las causas naturales por las frecuentes tormentas secas en algunos casos”.

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Alex Codonyer, de 55 años, abraza a su hijo Alan, de 12, tras perder su vivienda el pasado 19 de julio cerca de El Pont de Vilomara, en Cataluña. Foto Ap

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