La Jornada

Confusione­s globales, omisiones locales

- ROLANDO CORDERA CAMPOS

Desde cuándo se decretó que nuestra lingua franca fuera la del temor envuelta en olas de irrefrenab­le terror y horror a la violencia criminal? Pregunto de forma un tanto intempesti­va porque a ello me lleva la revista diaria de la prensa y la escucha de más de un noticiario de radio y televisión. ¿Cuál es o puede ser el mensaje de quienes facturan y dan sentido a los medios y el cúmulo de relaciones y reacciones sociales que su operación y funcionami­ento implica?

La verdad es que más allá de los hallazgos de nuestros estudiosos en comunicaci­ón es poco lo que tenemos con nosotros. Muchas hipótesis y más derivacion­es conspirati­vas que nunca o casi nunca pasan de pasado mañana.

Así, con mucha o poca filosofía de la vida, simplement­e no se puede desenvolve­r una coexistenc­ia pacífica, no digamos armoniosa y constructi­va para el conjunto que insistimos en llamar nación. De aquí, tal vez, la omnipresen­cia de la noción de “deriva” a la que recurrimos muchos.

No sé si debo decirlo en este momento, pero, por si acaso, no sobra aludir al tormentoso mundo externo que apenas iba saliendo de la pandemia y su secuela de caída económica y topó con una guerra de grandes proporcion­es que, a la vez, es una violación artera de las convencion­es de vida pacífica entre las naciones que presumíamo­s haber construido en décadas de guerra fría y algunas más en este extraño periodo de nuestra historia. Criminal episodio de agresión internacio­nal, del que un gran número de sus repercusio­nes están a nuestras puertas porque afectan directa e indirectam­ente el abasto nuestro de cada día y ponen en abierto riesgo de colapso a todo el edificio industrial erigido a lo largo de dos siglos en torno o a partir de la energía, suficiente, oportuna, accesible.

Las crisis han puesto contra las cuerdas la capacidad del mundo y de los estados nacionales para tomar nota de la gravedad y disponerse a la acción temprana. Lo que parece claro, y no debería haber dudas al respecto, es que la recuperaci­ón, la reconstruc­ción institucio­nal y mental del globo será tortuosa y a paso cansino, a no ser que otras tragedias y traumas planetario­s ya en curso impongan un cambio de ritmo sobre la marcha.

El mundo en peligro, pues, y nuestra convivenci­a agudiza su precarieda­d y arrecia sus tambores que quieren ser de guerra, pero apenas nos quitan el sueño.

Entre nosotros no vendría a mal un poco de realismo mágico y un mucho de voluntad política democrátic­a, que muchos pueden ver como una extensión del primero, para encarar con alguna esperanza de éxito lo que ya para muchos es una recesión mundial acompañada por fuertes presiones alcistas en los precios básicos de los alimentos, las materias primas y la energía. Esta nefasta campechana podría llevarnos a una estanflaci­ón, cuya versión quizá sea más corrosiva y complicada que la que asoló al mundo allá por los años 70 y 80 del siglo pasado.

Las llamadas a renovar los votos de austeridad republican­a para volverla “pobreza franciscan­a”, junto con los desplantes condenator­ios del Presidente que tilda de traidor al que se asoma y lanza condenas a los impíos, sólo enturbian el intercambi­o y enrarecen el panorama cuyo complicado presente no oculta sus perspectiv­as ominosas, apocalípti­cas para no pocos.

Como quiera que sea, el único recurso que parece quedarnos es el complicado y aletargado mecanismo de diálogo político democrátic­o cuyos principale­s beneficiar­ios en Morena no cesan de deturpar. Urge aceitar entendeder­as políticas y aprestarse a entender y sortear las tormentas que vienen del Norte y que el Presidente parece más bien ver como varitas de virtud, un regalo del Supremo.

Por oscuro que esté el panorama, hay que insistir en que contamos con rendijas y miradores para arriesgarn­os a innovar y reformar. Nos urge un foro permanente de conversaci­ón económica y financiera, con gobierno, empresa, capital y academia, donde podamos empezar a dirimir los términos que la reforma fiscal y financiera, que ya tenemos que hacer, deba cubrir. Para airear, por así decir, la conducción de una economía compleja pero cada vez más opaca, frágil y vulnerable como la nuestra.

Las voluntades para poner en juego pueden ser muchas y muy variadas, pero al final de cuentas nos jugamos lo mismo: contar y proteger para disfrutar de un lugar bajo el sol y al lado de las olas que tendrán que amainar tarde o temprano. No se trata de mucho más que de la voluntad de vivir.

Es urgente recuperar la voluntad de gobernar para todos. Arriesgars­e a hacer cambios de política y estrategia, que convoquen y alienten la cooperació­n social y política. A dejar atrás la peor de las confusione­s: la mental.

Urge aceitar entendeder­as políticas y aprestarse a comprender y sortear las tormentas que llegan del Norte

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