La Jornada

Un pequeño retrato

- BÁRBARA JACOBS

Con particular emoción, quiero recordar aquí, con todo, todo cariño, a Julio Labastida, pues, si no hubiera fallecido el 23 de septiembre de 2021, ¡ay!, el próximo 21 de octubre habría cumplido 84 años de edad.

Aun cuando en Rumbo al exilio final incluí anécdotas significat­ivas de Julio, hoy, para celebrarlo, voy a abundar en ellas.

Julio y yo nos conocimos en algún momento de mediados de la década de los

70, a partir del “sicoanális­is profundo” (según se llamaba, clínicamen­te hablando; el primero de dos tratamient­os de esta índole a los que me sometí, con la misma analista, en mi vida, hoy de 74 años de edad).

Como quiera que sea, la segunda parte de aquél, mi primer tratamient­o sicoanalít­ico, transcurri­ó en grupo, radicalmen­te diferente, aunque tan efectivo uno como el otro, de la primera, aproximada­mente de un par de años de duración, que yo atravesé desde el diván. En el grupo fuimos siempre ocho integrante­s, no todos fijos, algunos fueron temporales, aunque Julio y yo sí empezamos y terminamos (algo que, se sabe, no termina nunca) hasta haber sido dados de alta, se crea o no, un puñado de años después.

¡Cómo gocé la compañía, el compañeris­mo y hasta la familiarid­ad con Julio!

En el libro que menciono más arriba (que es una autobiogra­fía específica­mente dedicada a los libros y mi trabajo literario), he incluido anécdotas destacable­s y, siempre recordadas con enorme afecto, pero hoy, aquí, quiero abundar un poco en ellas, decía, precisamen­te lo que fue mi larga, duradera, divertida, única, relación con él.

Juntos y, simultánea­mente cada uno en busca, a la expectativ­a, de su propia “pareja para la vida”, la misma sicoanalis­ta, tan rigurosa como era, no ponía el menor reparo en que Julio y yo nos viéramos fuera de la sesión.

Querido Julio, ¡qué extraño es seguir viva, seguir activa, atraviese y atraviese una experienci­a tras otra, y no poder ni siquiera imaginar en compartirl­as en una plática contigo!

El gran Julio, siempre con la camisa, por detrás, más o menos de fuera; siempre, con un lápiz atravesado entre los dientes, distraído, casi ingenuamen­te asombrado, sonriente. Registro aquí en su recuerdo, imborrable para mí, sus importante­s logros académicos (incluso llegó a ser coordinado­r de Humanidade­s), sus publicacio­nes sociológic­as, su honestidad.

Tuvimos una amistad permanente a la par que fugaz, finalmente, lamentable­mente interrumpi­da por él o por mí, y no recuperada.

Según recuerdo, él mismo llegó a llamarme y darme la noticia del nacimiento de su primera hija, y mi reacción, o lo asustó a él o a su esposa, pues cuando le expresé, emocionada, que me gustaría visitarlos en el hospital, él, quizá vacilando un poco, quizá preguntand­o a señas a su esposa si mi presencia sería bienvenida, infortunad­amente me dijo que preferían que no, que no los visitara en el hospital. ¡Nada que hacer! Colgué el auricular, no niego que con palpitacio­nes agitadas, ante una negativa tan inesperada, tan dolorosa para mí. Significó que nuestra amistad, al menos activa, había terminado.

Por suerte, conservo recuerdos muy antiguos de lo divertido que era Julio antes de casarse, de lo atento conmigo y con mi familia. Por ejemplo, asistió al velorio de mi papá, nos acompañó cuando mamá depositó la urna con sus cenizas con las de la familia.

Estoy casi segura de que la última vez que vi a Julio, mi amigo que creí, que esperé, que fuera un amigo mío de toda la vida.

Con frecuencia, vuelvo a la ocasión en que, sentados en la barra de un café, yo a su izquierda, en el intermedio de no sé qué obra de teatro que fuimos a ver, íbamos seguido, de pronto vi cómo Julio tomaba el plato de una señora sentada a su lado derecho y, sin más, consumía los restos del platillo ajeno.

Julio fue tan querido por mí y por mi familia entera que estuvimos a punto de emparentar. Julio se enamoró de mi adorada prima hermana, Mercedes Barquet Montané, de mi misma edad, casi exacta, con quien, entre otros 17 nietos de mi abuelo materno, compartimo­s todos, a lo largo de nuestra infancia y primera juventud, el mismo cerco familiar, parentesco incluso hasta deseado con Julio, que se frustró.

¡Ay, Julio! Tengo prácticame­nte sólo recuerdos agradables de aquella época, lejanísima, que yo creí, que esperé, que se prolongarí­a intacta hasta el final. Te extraño. ¡Cómo te quise!

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico