Otro adiós
Cosa extraordinaria, el lunes me llamó Dulce, la media hermana de mi padre, para invitarme a cenar a su casa el sábado. Le pregunté quiénes más asistirían. “Nadie. Sólo estaremos los de la familia.” Extrañada por la solemnidad de su tono, le pregunté si tenía algún problema de salud y me respondió que no, sólo deseos de informarnos acerca de una medida que iba a tomar, pero antes quería oír nuestro punto de vista.
A esas alturas de la conversación la curiosidad me estaba matando y le pedí que me adelantara algo del asunto que iba a tratarnos. “No puedo. Es algo que tengo que decirles en persona y cuando estén todos juntos. ¿Cuento contigo?” Le dije que sí, desde luego, y por ver si lograba quebrantar su hermetismo le hice una broma tonta: “Oye, ¿no irás a salirnos con que vas a casarte otra vez?” Colgó sin responderme. Mis dudas y mis sospechas crecieron.
Desde el lunes hasta ayer me pasé horas tratando de adivinar qué era tan importante como para que –cosa rara– a Dulce le urgiera reunirnos en su casa y escuchar nuestra opinión acerca de algo que estaba a punto de hacer. ¿Cambiar de nacionalidad? ¿Unirse a una secta? ¿Volverse vegana? ¿Someterse a una cirugía plástica? En caso de que Dulce fuera a plantearnos alguno de estos asuntos, ¿por qué necesitaba de nuestra opinión?
Ante ese otro misterio, sentí que ni de lejos me acercaba al que sería tema de nuestra reunión.
Llevaba tiempo de no ver a Dulce. Me alegró encontrarla repuesta del contagio que había sufrido y que al fin se hubiera dejado las canas, porque la favorecen. Por la solemnidad de la situación, mi hermana Marcia llegó vestida como si fuera a ser testigo en un juicio oral y no a una cena familiar. En cuanto a Joel, siempre apresurado, no disimulaba su ansia de que entráramos en materia y a cada momento veía su reloj.