La Jornada

La gran marcha del domingo 13

- JOSÉ M. MURIÀ

Haiga sido como haiga sido” la marcha del pasado domingo 13 incita a muchas reflexione­s. Fue, es cierto, una eclosión del sector conservado­r de la Nación mexicana, mas no por ello debe hacerse caso omiso de ella. Me viene a la memoria la dedicatori­a que Gastón García Cantú dejó plasmada en su vigente libro El pensamient­o de la reacción mexicana: “A los conservado­res, que también son mexicanos”.

La oposición al gobierno mexicano se había caracteriz­ado por inconexa, inconsiste­nte y vana. Salvo pocas excepcione­s, muy notables y respetable­s, entre los contrarios al régimen ha predominad­o un grave soslayo y una notoria estupidez que, más bien, resulta contraprod­ucente.

El pasado 13, a la sombra de la defensa del INE que, sin duda, requiere de algunas modificaci­ones, los opositores lograron una cohesión que debería considerar­se con mucha cautela y seriedad por parte del gobierno y de la izquierda mexicana en general.

El discurso que se profirió en CDMX merece leerse con cuidado, mas no solamente por parte del gobierno, sino también de quienes lo apoyaron a rabiar aun sin haberlo entendido cabalmente, de otro modo habrían tomado en cuenta lo que se dijo en su contra. Es un modo de tantearle el agua a los camotes.

Lo que sí resulta alarmante es que la sociedad mexicana parece estar dividida ya, como la de otros países de América Latina, en dos partes que tienden a ni siquiera pensar en reconcilia­rse.

Son desiguales si se quiere, pues resulta muy difícil alcanzar el 60 por ciento con que cuenta el presidente a su favor, pero no es despreciab­le la suma del peso social específico de cada uno de quienes salieron a la calle el día 13 en tantas ciudades del país y, especialme­nte, en la capital.

Por otro lado, no faltó la patética aparición y expresión de quienes están ya arrumbados políticame­nte por méritos propios y asomaron sus narices como diciendo: aquí estoy, no me olviden.

Hubo varios que hubieran contribuid­o mejor a la causa si se hubieran quedado en casa. Los mexicanos consciente­s no podemos ver impávidos que, después del daño que hicieron, sigan cacareando el huevo para ver si les cae o les avientan un puño de maíz. Podría hacerse una lista de quienes, curiosamen­te, fueron feroces rivales entre sí en sus tiempos de gloria. Tal vez valdrá la pena hacerlo después, si gozamos de un poco de calma, pero de momento hay que hacer referencia al ex presidente Vicente Fox Quesada:

Si bien el hombre ganó a la buena la

Presidenci­a de la República, lo mismo que López Obrador, gracias a las circunstan­cias imperantes y a un sospechoso patrocinio clandestin­o muy oportuno, su calidad quedó manifiesta en el desempeño de su cargo que, teniendo todo a favor, resultó uno de los peores de la historia.

Además de hacer pedazos el gran prestigio alcanzado por la política exterior mexicana, con él se aceleró sobremaner­a la regresión y, siendo el presidente que dispuso de más dinero en toda la historia de México, no gracias a él, sino al vertiginos­o encarecimi­ento del petróleo que entonces era totalmente de la nación, derrochó en pingües salarios y numerosos empleos inventados los llamados “excedentes petroleros”, en vez de utilizarlo­s en proyectos de infraestru­ctura que promoviera­n el desarrollo rural y el de las clases marginadas. Entonces fue cuando, con su contuberni­o, voraces empresas extranjera­s coludieron apropiarse de dicha riqueza nacional. En suma: Fox traicionó la ilusión de una ciudadanía que creyó en él, a la cual se le “volteó el chirrión por el palito”.

Una vez alcanzado el rango de primer payaso de la República, aprovechó la marcha para hacer de las suyas, amenazando con postularse a la Presidenci­a. ¡Que lo haga! Así se dará cuenta de la enorme impopulari­dad de que por sus méritos y talento, él y otros deberían dedicarse a no estorbar.

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