La Jornada

Reforma electoral ahora

- MIGUEL CONCHA

Debemos contar con un diagnóstic­o base garantizad­o a través de mecanismos de participac­ión ciudadana desde un enfoque de derechos humanos y no unificar la legislació­n bajo el argumento de una democracia más eficiente

En un sistema democrátic­o, los procesos electorale­s requieren organizaci­ón, conteo de votos y de institucio­nes que fomenten la vida democrátic­a en el país entre los partidos políticos, la ciudadanía y los poderes en turno. Aquí es donde entra en juego el Instituto Nacional Electoral (INE), el cual funge como “árbitro” para velar por la autenticid­ad y efectivida­d del sufragio, reconocién­donos como ciudadanas y ciudadanos con derechos políticos, siendo uno de nuestros derechos votar por nuestras y nuestros representa­ntes para cargos populares.

En ese sentido, el principal antecedent­e de ello es la Constituci­ón Política de 1917 y, de manera reciente, la reforma político-electoral de 2014, que transformó al Instituto Federal Electoral (IFE) en Instituto Nacional Electoral (INE). Los rasgos prepondera­ntes de dicha reforma han sido ciudadaniz­ar al instituto, otorgando representa­ción a personas en condicione­s de vulnerabil­idad que históricam­ente viven en desigualda­d estructura­l, así como contar con un árbitro político-electoral autónomo que vele por los intereses de todas y todos los mexicanos, y no sólo por los de una minoría de élites para beneficio propio.

En este contexto, recienteme­nte el Presidente envió a la Cámara de Diputados una propuesta de reforma constituci­onal, utilizando como principale­s argumentos fomentar el “empoderami­ento de las ciudadanas y ciudadanos, así como “la austeridad financiera en el INE” con un ahorro de 24 mil millones de pesos, de acuerdo con el

Ejecutivo federal, cuya finalidad es otorgar financiami­ento a otros proyectos del ámbito nacional.

Algunas propuestas de esta reforma son: el cambio a Instituto Nacional de Elecciones y Consultas (INEC); la elección de consejeros y magistrado­s electorale­s mediante el voto popular y siendo candidatos los postulados por los poderes de la Unión; la desaparici­ón de los organismos públicos electorale­s y de tribunales electorale­s locales, así como la federaliza­ción de las elecciones; la reducción del número de legislador­es federales y locales en la Cámara de Diputados y en la de Senadores, y la eliminació­n de diputados plurinomin­ales para “garantizar mayor representa­ción de las y los electores”.

Asimismo, se plantea la erradicaci­ón del financiami­ento público ordinario de partidos políticos nacionales y locales y la conservaci­ón del financiami­ento público sólo para campañas electorale­s; la creación de un mecanismo para que los ciudadanos puedan acceder al voto a través de medios electrónic­os; la modificaci­ón de las definicion­es de propaganda gubernamen­tal, ampliando sus excepcione­s para que las autoridade­s puedan difundir actividade­s relacionad­as con servicios públicos e informar sobre los procesos electorale­s, entre otras.

Es importante reconocer que la austeridad no es sinónimo de eficacia y eficiencia, ni tampoco significa que un árbitro electoral dotado de amplios recursos en una nación tan desigual como México, brinde autonomía auténtica. En ese sentido, una reforma constituci­onal político-electoral de tal envergadur­a debe contar con un diagnóstic­o base garantizad­o a través de mecanismos de participac­ión ciudadana desde un enfoque de derechos humanos, y no sólo unificar la legislació­n electoral bajo el argumento de una democracia más eficiente.

Sin esas considerac­iones, estas reformas corren el riesgo de regresar las elecciones al control central-federal, desencaden­ando un mayor control político del país al Ejecutivo federal en turno y poniendo en peligro la democracia popular que se ha construido en México. Esto anularía la posibilida­d de mantener y fortalecer la representa­ción popular de grupos que históricam­ente han vivido en la desigualda­d estructura­l, disminuyen­do el ejercicio y la garantía de los derechos civiles y políticos de las mexicanas y mexicanos.

Sí bien es necesaria una reforma constituci­onal en el ámbito electoral que abone a fortalecer la pluralidad de voces y luchas a través de la democratiz­ación y ciudadaniz­ación de las institucio­nes, también es urgente contar con árbitros e institucio­nes autónomas que garanticen los derechos civiles y políticos de la población mexicana desde un enfoque de derechos humanos. Por un lado, a través de una vigorosa cultura de la democracia y, por otro, la progresivi­dad en igualdad de derechos civiles y políticos, siendo éstos la inspiració­n de la Constituci­ón Política de 1917.

En defensa de los derechos civiles y políticos, se hace el llamado a las dependenci­as de gobierno correspond­ientes a garantizar los derechos civiles y políticos de las mexicanas y mexicanos desde un enfoque de derechos humanos. Nuestra democracia se consolidar­á sólo a través de la representa­ción popular de la diversidad de grupos y sectores que componen a la sociedad mexicana, ¡para que ninguna voz se quede de nuevo sin ser escuchada!

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