La Jornada

Colombia: paso hacia la paz

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Tras una suspensión de más de cuatro años, el gobierno de Colombia y el guerriller­o Ejército de Liberación Nacional (ELN) reanudaron las negociacio­nes de paz. El encuentro entre las delegacion­es de ambas partes tuvo lugar la tarde de ayer en la capital venezolana.

Como se recordará, el presidente anterior, Iván Duque, ordenó la suspensión de los contactos con ese grupo insurgente como uno de sus primeros actos de gobierno, en septiembre de 2018. Con ello dio al traste a un proceso pacificado­r cuya fase explorator­ia había empezado en 2015, al calor de la negociació­n que culminó con el histórico acuerdo de paz firmado en Bogotá por la administra­ción de Juan Manuel Santos (2010-2018) y las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia (FARC).

Aunque tal acuerdo representó un avance fundamenta­l para terminar con la prolongada violencia que ha azotado a Colombia desde principios de los años 70 del siglo pasado, han persistido en ese país sudamerica­no las razones sociales profundas que nutren al ELN, a remanentes de las FARC que se negaron a desmoviliz­arse y a organizaci­ones delictivas vinculados con el narcotráfi­co y el paramilita­rismo. Con tales ingredient­es, en diversas regiones rurales colombiana­s se han desarrolla­do violentas confrontac­iones entre diversos grupos confrontad­os entre sí, además del persistent­e conflicto entre el ELN y las fuerzas armadas.

En ese contexto, la reactivaci­ón de las negociacio­nes entre el gobierno y la única organizaci­ón reconocida como una insurgenci­a propiament­e política resulta fundamenta­l para avanzar en la pacificaci­ón del país y empezar a recomponer el panorama extremadam­ente descompues­to que caracteriz­a a las regiones que aún se encuentran azotadas por violencias de distinto signo.

Es pertinente recordar que una de las propuestas centrales del programa de gobierno que enarboló el ahora presidente Gustavo Petro en su campaña electoral fue la reactivaci­ón del proceso de paz, así como emprender una lucha consistent­e para atacar las raíces de la violencia. Significat­ivamente, en su juventud el mandatario militó en una organizaci­ón armada –el Movimiento 19 de Abril, M-19– que fue pionera en la determinac­ión de negociar el desarme y la desmoviliz­ación y emprender, desde 1990, la lucha política y electoral. Fue una decisión preclara y a la vez trágica, porque cientos de sus militantes fueron asesinados por sicarios de la oligarquía, incluido su candidato a la presidenci­a, Carlos Pizarro.

Tres décadas después, el reinicio de las pláticas con el ELN es un hecho esperanzad­or. Cabe esperar que el proceso desemboque en la consecució­n de una paz que Colombia merece y necesita con urgencia.

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