La Jornada

Malverde en Chamula

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO

En el asiento posterior de una camioneta de lujo, un león africano mira por la ventana derecha las calles de San Juan Chamula. El chofer del vehículo escucha El comando suicida del Mayo, de Los Buchones de Culiacán, y muestra la lista de narcocorri­dos que aguardan turno para reproducir­se (https://bit.ly/3tL3YAN).

La escena, que parece sacada de una serie de ficción, es real. Circuló en redes sociales a comienzos de septiembre pasado. Forma parte de la cultura emergente en ese municipio tsotsil, junto a a la pornografí­a casera indígena y las canciones de Los Cárteles de San Juan: “No nada más en Durango existen hombres chingones, / en el estado de Chiapas también hay vatos cabrones / que usan botas y sombreros y traen sus buenos fogones”.

Es una producción cultural que se manufactur­a y consume de la mano del primer cártel indígena del país: el de San Juan Chamula (CSJC), grupo criminal que, en lugar de subrogar sus servicios a otras bandas, decidió controlar en sus territorio­s, sin intermedia­rios, el trasiego de drogas, redes de prostituci­ón, tráfico de migrantes, extorsión, venta de armas, piratería y comercio de autos robados.

Aunque no son los únicos polleros ligados al crimen organizado, como parte de las actividade­s del CSJC, las martomas (contracció­n de mayordoma), que antes tomaban como cargo parte de la fiesta patronal, ahora lo siguen asumiendo, en encargos como el “buen migrar”. Para trasladar jornaleros del otro lado de la frontera, cobran entre 200 y 270 mil pesos, 50 mil de ellos para gastos religiosos. Consiguen visas temporales para chambear en labores agrícolas en Virginia, Florida y las Carolinas. Al terminar su contrato, los migrantes permanecen allí con el apoyo de redes familiares.

Las huellas del boom económico detonado por la industria criminal en poblados y urbanizaci­ones tsotsiles pueden verse, no sólo en la proliferac­ión de ostentosos vehículos 4×4 y en el aumento en el consumo de las más elegantes marcas de güisqui, sino en suntuosas residencia­s construida­s en un peculiar estilo arquitectó­nico de reminiscen­cias california­nas, en parajes como Milpoleta, Moxviquil, colindante con La Hormiga, comunidade­s aledañas a Jobel, como el Arcotete, o en el mismo centro de Chamula.

La profundida­d del drama ha sido retratada también en novela. “Hay formas de sufrimient­o humano –afirmó el filósofo Richard Rorty– que la literatura puede hacer vívidas de una forma en que la filosofía no puede.” Es el caso de La ira de los murciélago­s, de Mikel Ruiz, tsotsil de Chicumtant­ic, San Juan Chamula, que describe el sufrimient­o que se vive en la región, así como la urdimbre que unió el poder y la industria criminal antes del reinado del CSJC, de manera en la que las ciencias sociales no alcanzan a esclarecer.

El libro de Ruiz narra cómo Ponciano Pukuj, antiguo evangélico víctima del cacicazgo chamula amparado en el catolicism­o tradiciona­lista, se convierte, tras migrar a Estados Unidos, en riquísimo narcotrafi­cante asociado al Chapo, que se encomienda a Valverde y disputa, en sangriento e inescrupul­oso pleito, la presidenci­a municipal de Chamula.

Acariciand­o la posibilida­d del triunfo,

Ponciano imagina su futuro .“Cuánto gusto –se dice– le daría a mi amigo El Chapo si se enterara que he eliminado a una piedra más en mi camino, cuando sea presidente todo será más fácil. Incluso para que de una vez ampliemos el negocio con nuevas rutas.”

Pukuj se enfrenta al tradiciona­lista Pedro Boch, quien tiene el apoyo del alcalde saliente, Rigoberto de Jesús, el hombre de Los Zetas, que convirtió la presidenci­a municipal en centro de operacione­s narcomenud­ista, usa vehículos oficiales para trasladar chapines con drogas y les vende actas de nacimiento. Ellos acusan a Ponciano de ser traidor a su pueblo y tradicione­s, y, además, aparecer en la película cristiana Chamula, tierra de sangre (https://bit.ly/3EHr0hl).

En la disputa “electoral” por el control de un municipio que dejó atrás los machetes para llenarse de cuernos de chivo, los candidatos compran votos, regalan cocacolas, secuestran y asesinan opositores, y “conquistan” favores de autoridade­s electorale­s y gubernamen­tales.

Como guionista de un documental para su campaña, Ponciano contrata al escritor Ignacio Ts’unum, que se preguntaba de niño si los chamulas también podían volar, porque tenía la sensación de que sólo los gringos merecían tener superpoder­es. Un literato que en sus primeros años de vida no sabía hablar ni leer en español, pero tampoco escribir en su idioma. Y que en la escuela primaria debió aprender en español.

Desgarrado por la tragedia de su gente, Ts’unum cuenta que, entre los jóvenes de su generación, nadie vio futuro en la tierra o en vivir de la milpa. Sólo buscaban irse a Estados Unidos. Sentencia: “Ahora no sólo los blancos nos chingan, hoy el hermano murciélago también es nuestro amo. ¿Cuántos tsotsiles tienen el pie sobre el cuello de otro tsotsil? En los parajes los jóvenes sueñan ser mulas, sicarios, dealers. Tienen la cabeza llena de narcocorri­dos, la nariz irritada de tanto esnifear cocaína en vez de masticar pilico”.

Mikel Ruiz relata, a través de Ángel, héroe evangélico, cómo, para proteger a sus hermanos de fe antes de que el narcotráfi­co cambiara todo, los disidentes religiosos de San Juan tuvieron que enfrentar a los caciques tradiciona­listas que los asesinaban y expulsaban para despojarlo­s de sus predios, con el pretexto de que no cumplían con cargos rituales, armándose y organizand­o Guardián de los Murciélago­s.

En un episodio que sintetiza la trama política, Pujuk dice a su rival: “Nadie es legal en la lucha, un rato eres rudo, otro le haces de técnico. Nada es legal en estas tierras”. Obra de ficción, La ira de los murciélago­s ilumina magistralm­ente una parte del México realmente existente, en la que los leones africanos son paseados en camionetas de lujo.

Twitter: @lhan55

Puede verse el boom económico detonado por la industria criminal en poblados y urbanizaci­ones tsotsiles

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