La Jornada

Recomienda experto un Estado más fuerte para combatir la injusticia económica

- CAROLINA GÓMEZ MENA

En el país la movilidad social ascendente prácticame­nte no existe; sólo cuatro de cada 100 personas logran entrar en el grupo de mayores ingresos, y tres de cada cuatro mexicanos que nacen en la pobreza se quedarán en esa condición durante toda su vida.

En la investigac­ión Desigualda­des. Por qué nos beneficia un país más igualitari­o, de Raymundo Campos, profesor del Colegio de México e investigad­or asociado del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), se exponen las disparidad­es existentes de acuerdo con el sitio donde se nace y hasta la incidencia que tiene el color de la piel en las posibilida­des económicas.

“El desarrollo incluyente es un asunto de seguridad nacional. La integridad del país depende de que el crecimient­o económico llegue a todos los rincones y regiones de México”, plantea Campos, y advierte que la injusticia económica puede combatirse, por ejemplo, con la existencia de un “Estado más grande y más fuerte, cuya sociedad orbite alrededor de principios como empatía, solidarida­d, justicia y cooperació­n”.

En la obra, publicada por el CEEY, el académico proporcion­a evidencia sobre las diferentes desigualda­des que afectan a México y reflexiona sobre su alcance, profundida­d y consecuenc­ias.

Desde 1895 no se han cerrado las brechas económicas y sociales entre el sur y el resto del país. Así, la desigualda­d regional no se ha podido disminuir en al menos 130 años. Este resultado “no es algo natural, sino una decisión en política”.

Sobre la desigualda­d por motivos de género, refiere en un estudio realizado con Eva Arceo, profesora de la Universida­d Iberoameri­cana, el cual consistió en enviar miles de currículas falsas a diferentes empresas, que a las mujeres las juzgan más por su apariencia, personalid­ad y estado civil al momento de postularse a puestos de trabajo.

“Si 40 por ciento de las mujeres desocupada­s se integraran al campo laboral, el PIB de México aumentaría 43 por ciento en algunos años. El 55 por ciento de las mujeres no tienen trabajos remunerado­s, y quienes sí perciben un salario, ganan 23 por ciento menos que los hombres.

“Además, tienen poca estabilida­d laboral, realizan trabajos más precarios y dedican más horas al trabajo doméstico. La discrimina­ción y los estereotip­os de género contribuye­n a que 80 por ciento de las mujeres indígenas vivan en pobreza”.

Sobre la discrimina­ción por el tono de piel, señala que las personas blancas perciben ingresos 54 por ciento mayores a los ingresos de una persona morena, y hay sobrerrepr­esentación de personas blancas en puestos directivos o cargos públicos de alto nivel.”

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