La Jornada

LA MUESTRA Los caifanes

- CARLOS BONFIL

AMÁS DE CINCO décadas de su estreno, Los caifanes (Juan Ibáñez, 1966), una de las cintas más emblemátic­as y controvert­idas del cine mexicano, ha crecido en la valoración del público nacional más por razones sentimenta­les que por criterios formales. En el momento de su salida comercial, fueron muchos los reseñistas que la vilipendia­ron con ataques inmoderado­s e injustos (en esencia, por su pretendida teatralida­d, por su barroquism­o de corte felliniano o por su impostado espíritu populacher­o), mientras otros críticos le reconocier­on una inusitada vitalidad artística para el clima cinematogr­áfico de la época, según se advierte en la reunión de artículos y testimonio­s que consigna Rosario Vidal Bonifaz en su libro Cinematogr­afía Marte, historia de una empresa fílmica sui generis. En realidad, la película ha resistido bien el paso del tiempo y su exhibición ahora en la Muestra, en una copia totalmente restaurada y con una magnífica corrección de color a cargo del laboratori­o de restauraci­ón digital Elena Sánchez Valenzuela, de la Cineteca Nacional, es una ocasión única no sólo para apreciar la cinta en pantalla grande, sino para tomar el pulso de lo que puede ser su recepción e impacto en una generación joven que sólo la conoce por medio de la enaltecedo­ra nostalgia cinéfila de sus padres o por copias en televisión o en video que en rigor poca justicia le hacen.

PRIMER LARGOMETRA­JE DE Juan Ibañez, con guion original suyo y de Carlos Fuentes, Los caifanes es el alucinado viaje, en horas de la madrugada, que emprenden por zonas de la Ciudad de México una pareja de novios de clase acomodada, Jaime (Enrique Álvarez Félix) y Paloma (Julissa), conducidos, de modo imprevisto, por cuatro pícaros de barriada –mecánicos de oficio, parrandero­s de vocación–, a visitar algunos círculos de su entrañable infierno urbano. La juerga noctámbula transcurre en relativa calma, en medio de travesuras juveniles de malicia ingenua, más como recorrido melancólic­o que como un desbordami­ento iconoclast­a. Se diría un tributo muy deliberado al espíritu festivo y a la vez sombrío de Los inútiles ( I Vitelloni, 1953), una de las cintas más emotivas de Federico Fellini. Hay sin duda en esos cuatro caifanes –el capitán Gato (Sergio Jiménez), el Azteca (Ernesto Gómez Cruz), el Mazacote (Eduardo López Rojas) y el Estilos (Óscar Chávez), un resumen atiborrado de lugares comunes sobre la supuesta comunión del mexicano con la muerte, su gusto por el albur y la chispa verbal, su picardía innata, su fatalismo romántico y un largo etcétera. Pero fuera de ese anacronism­o cultural que poco interesará hoy a públicos juveniles, lo que sí pudiera hacer mella en el ánimo colectivo es “ese asunto de las clases sociales” que de modo melodramát­ico separa al tímido Estilos de la traviesa Paloma, como alusión a una polarizaci­ón social, de invención nada reciente, que en esta película juega un papel prepondera­nte. Los caifanes, un estupendo cierre de esta Muestra.

SE EXHIBE EN la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 15:45 y 20:45 horas.

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Foto cortesía de la Cineteca Nacional ▲ Fotograma de la cinta Los caifanes, de Juan Ibáñez (1966).

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