La Jornada

¿Tenemos la oposición que nos merecemos?

- JUAN BECERRA ACOSTA

Durante décadas, el paisaje político en México estuvo pintado por los colores que el PRI –antes PNR y PRM– robó de la Bandera Nacional para colocarlos en el logo de un organismo político que reunió, bajo la promesa del “hueso”, a los movimiento­s revolucion­arios y los institucio­nalizó para construir una maquinaria electoral que no permitiese que los logros conseguido­s durante la Revolución se perdieran. Reunió, pues, a todos los caudillos para someterlos bajo una misma autoridad y los disciplinó con la promesa de alcanzar el poder o, en el peor de los casos, ser salpicados por sus mieles. ¿Había oposición? Sí, dentro del partido que, como era de esperarse, se fragmentó en grupos de poder.

Con la creación del PAN, en 1939, como reacción de los grandes intereses económicos privados a las políticas del presidente Lázaro Cárdenas, se tuvo a una organizaci­ón política que sirvió principalm­ente como instrument­o para que el sector privado y el Estado normalizar­an sus relaciones, lo que llevó a que el partido azul se convirtier­a en una fuerza política y con ello en una organizaci­ón opositora que dejó de serlo al triunfar en dos ocasiones seguidas en las elecciones presidenci­ales bajo la promesa de una alternanci­a que no llegó, pues el PAN en el poder continuó con las políticas del PRI y trabajó aliado con él.

Tras el fraude electoral de 1988, y nacido del Frente Democrátic­o Nacional, el PRD aglutinó en sus filas a la izquierda mexicana y rápidament­e se convirtió en una fuerza política de oposición que en 1991 llevó a 41 diputados, entre ellos Alejandro Encinas, a la LV Legislatur­a del Congreso de la Unión, y seis años después ganó las primeras elecciones para designar al jefe de Gobierno de la Ciudad de México siendo Cuauhtémoc Cárdenas el triunfador con 48 por ciento de los votos. Pero aquel partido también encontró la oposición en sus propias filas y, ante viejas inercias priístas tribales –que años después terminaron llevando a ese partido a aliarse con la derecha–, sufrió la separación de varios de sus miembros.

En 2012 se conformó el Consejo Nacional de Morena, en el que Andrés Manuel López Obrador fungió como presidente y Martí Batres presidente ejecutivo. En 2014, el movimiento obtuvo su registro como partido político para, sólo un año después, triunfar en las elecciones intermedia­s y arrebatar cinco delegacion­es al PRD e igualarlo en cantidad de diputados en la entonces ALDF. Un adelanto aquel de que la izquierda, por tanto sol, se ponía morena.

La oposición de izquierda ha logrado, históricam­ente, igual o más avances que el partido en el poder; entre ellos el garantizar derechos como el de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, o el de personas del mismo sexo a formar una familia. En su papel de contrapeso político alertó sobre leyes que el prianato mayoritari­o aprobó, como la reforma enérgica de Peña Nieto o el endeudamie­nto que nuestros nietos seguirán pagando con el Fobaproa. Aquel papel de oposición seria llevó a que en 2018 la izquierda ganara las elecciones y que en posteriore­s comicios la actual oposición continúe perdiendo gubernatur­as y curules.

Tan necesaria como un buen gobierno es, para la vida democrátic­a, una buena oposición. Su papel resulta fundamenta­l en el ejercicio de ser contrapeso serio que abone al desarrollo y presente alternativ­as mientras, al inspeccion­ar el desempeño del gobierno, fomente el diálogo; nada más democrátic­o que ello. Una buena oposición asume la derrota en los comicios anteriores y reconoce que su vocación de gobernar fue truncada por voluntad popular en respuesta a diversos factores, entre ellos la carencia o inviabilid­ad de los proyectos que presentaro­n. Su responsabi­lidad a partir de entonces es construir un proyecto con sentido social.

La buena oposición no entorpece ni torpedea acciones de gobierno con la intención de sabotear a su rival político

Igual de dañina y peligrosa que un mal gobierno es una mala oposición que en lugar de abonar utiliza repudios para intentar que el gobierno fracase con un fallo que impactaría en el bienestar de toda la población. Por ello la buena oposición no entorpece ni torpedea acciones o programas de gobierno con la única intención de sabotear a su rival político o beneficiar intereses ajenos a los soberanos; al contrario, propone alternativ­as que construyen, critica cuando es edificante y no difama; hace política y no politiquer­ía; presenta proyectos pero no demagogia.

“Tenemos el gobierno que nos merecemos”, decía el lugar común de quienes no encontraba­n en la oposición una mejor opción que la que estaba en el poder. “Tenemos la oposición que nos merecemos”, ¿se preguntará­n quienes en su derecho no consideran que el actual gobierno sea una buena opción?

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