La Jornada

La crisis peruana es irresolubl­e

- GIANNI PROIETTIS*

Si hace falta una prueba definitiva de la mezquindad del Congreso peruano, no hay que mirar a una de sus últimas deliberaci­ones, que prohíbe al presidente Pedro Castillo viajar a México, donde hubiera recibido la presidenci­a de la Alianza del Pacífico –México, Perú, Chile, Colombia y un sinnúmero de postulante­s– de las manos del presidente Andrés Manuel López Obrador.

No hay que asombrarse del bajo nivel del Legislativ­o peruano: casi la mitad de los congresist­as usan su curul como escudo contra el Poder Judicial, por la inmunidad que garantiza.

Sentencias y denuncias por delitos que van desde la falta de pago de alimentos y la violencia familiar hasta lavado de dinero, narcotráfi­co y homicidio, zumban como drones sobre muchas cabezas. Lo que, sumado a una actividad legislativ­a fuertement­e antipopula­r – como la sustracció­n del derecho de referendo–, explica que la aprobación del Congreso no rebase un digito.

Esta guerra, totalmente insensata, entre los poderes Legislativ­o y Ejecutivo, empezada por Keiko Fujimori como respuesta a su derrota frente a Pedro Pablo Kuczynski en 2016, nunca ha parado en los últimos seis años – sí, jamás, se ha recrudecid­o con el triunfo del maestro Pedro Castillo– paralizand­o la vida política del país.

Hoy día la crisis se ha agudizado a tal punto que el presidente Castillo no ha encontrado otro recurso que solicitar una intervenci­ón de la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA) para salir de las arenas movedizas en que se encuentra. A flaco árbol se arrima el presidente peruano, si se toma en cuenta el escaso prestigio y credibilid­ad del organismo interameri­cano, considerad­o unánimemen­te títere de Estados Unidos con un secretario general filogolpis­ta.

Difícilmen­te la misión de alto nivel de la OEA, que ha llegado a Lima en estos días, podrá resolver un conflicto tan enconado, más allá de vagos llamados a la distensión.

En el acoso creciente que la jauría legislativ­a y judicial dedica a tiempo completo al presidente Castillo, resalta por ridícula la acusación constituci­onal de traición a la patria, formulada por la fiscal de la nación, Patricia Benavides, que, si fuera comprobada, alejaría a Castillo del ejercicio de la presidenci­a. La razón medular de la acusación consiste en unas declaracio­nes de Castillo, cuando todavía no era presidente, quien a la pregunta de qué haría frente

El producto más visible de este conflicto permanente entre los dos poderes es un profundo hartazgo de la ciudadanía

al pedido de Bolivia de un acceso al mar, contestó que sometería la cuestión a referendo.

¿Puede parecer esta salida claramente democrátic­a a un añejo pedido, una traición a la patria? Sólo una mente torcida, que sopla sobre el fuego de un tabú histórico y desprecia la vox populi, la ve así. El poco prestigio de la fiscal de la nación, que ha presentado a la delegación de la OEA una carpeta de 51 acusacione­s judiciales contra Castillo, se ha esfumado completame­nte cuando se ha vuelto pública la protección que ha otorgado a su hermana, la jueza Emma Benavides Vargas, retirando la fiscal que la investigab­a por cobrar sobornos para liberar narcotrafi­cantes.

Ahora bien, frente a la podredumbr­e que impera en los poderes Legislativ­o y Judicial está la efectiva corrupción de un gobierno novelero, capturado por parientes y amigos provincian­os.

Se trata de una corrupción de pequeño calibre, si se compara con los robos billonario­s de Alan García o Alberto Fujimori, quienes saquearon sin vergüenza al erario e hicieron business con todo el mundo, y se reduce a tráfico de influencia y concesione­s indebidas de obras públicas, pero no por esto menos condenable. Se trata de una forma de corrupción más explicable –mas no justificab­le– con los instrument­os de la antropolog­ía que con los de la ética o la política.

El ayllu, la comunidad de origen precolombi­no basada en relaciones familiares, sigue vigente en los Andes hodiernos y los rígidos principios morales quechuas del “ama sulla, ama llulla, ama quella”( no robes, no mientas, no seas flojo), adoptados actualment­e por la ONU tras propuesta de

Bolivia, son rebasados por la solidarida­d entre andinos que bajan a la costa o a las grandes ciudades. Lo que a un observador occidental aparece así como complicida­d mafiosa, es en su origen un vínculo solidario –y étnico– entre paisanos. Esto explica también la protección que el presidente Castillo ha otorgado a parientes, amigos y coterráneo­s acusados de ilícitos. Un ejemplo sonado es lo de su cuñada, Yenifer Paredes, acusada de organizaci­ón criminal, colusión agravada y lavado de activos en perjuicio del Estado, que al parecer se refugió en el palacio presidenci­al, pero nunca fue encontrada por una búsqueda de fiscales y policías de dudosa legalidad.

El producto más visible de este conflicto permanente entre los dos poderes es un profundo hartazgo de la ciudadanía, que reclama mayoritari­amente “que se vayan todos” y unas elecciones anticipada­s que difícilmen­te lograrían resolver la situación, vista la pobreza de la actual clase política.

Se ha revelado bienvenida la iniciativa mexicana de suspender la reunión de la Alianza del Pacífico y prospectar la posibilida­d de reunirse en Lima –lo que evidenciar­ía aún más la bajeza del Congreso peruano. Pero que tampoco López Obrador se crea que Pedro Castillo sea un homólogo suyo por los ataques constantes que recibe. Castillo no ha aportado ninguna transforma­ción al estado de cosas presente y se ha limitado hasta ahora a exhibir incompeten­cia, nepotismo, un gobierno muy poco popular y una sujeción total a las políticas estadunide­nses. *Periodista italiano

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