La Jornada

Evaluación: crimen y castigo

- HUGO ABOITES*

En la escuela y para el estudiante, reprobar es más que nada un castigo. Pero rara vez está claro cuál es el crimen. ¿No poner atención en clase? ¿No conocer previament­e cómo va a ser una evaluación que se diseñó en secreto? ¿Tener “mala memoria”? ¿Distraerse en aspectos secundario­s? La calificaci­ón reprobator­ia –sobre todo a partir de un examen individual­izado– suele ser un mensaje lleno de ambigüedad y eso solo sería motivo suficiente para que intervinie­ra con fuerza una autoridad educativa que se preocupe de que las y los niños y jóvenes no sean injustamen­te descalific­ados como alumnos y como personas. Y sobre todo cuando hace apenas unos días el titular del Ejecutivo anunció que sería restableci­da la evaluación para la reprobació­n después de que estuvo suspendida durante más de un año para no agraviar adicionalm­ente a las familias confinadas. Pero el Presidente dijo algo más: reveló que la decisión había sido “aprobada” previament­e por un “consejo de expertos, de pedagogos” ( La Jornada, 19/11/22). Noticia muy importante porque la existencia de un consejo encargado de preparar o preaprobar decisiones en la SEP podría entonces ayudar a explicar por qué los tres nombramien­tos de titulares en la SEP en este sexenio no respondier­on necesariam­ente a lo educativo, sino a imperativo­s políticos. Más aún, podría explicar por qué la SEP –y el Presidente mismo en ciertos temas (relación con la CNTE y sindicalis­mo, universida­des autónomas, política de evaluación y acceso a la educación superior)– son tan renuentes a compromete­rse y tomar decisiones, como si ya no fueran terrenos de su competenci­a.

El problema de fondo es que la educación necesita no sólo de expertos, sino de mujeres y hombres que asuman la responsabi­lidad plena en la conducción formal de la educación y capaces de crear entornos políticos y académicos favorables al desarrollo y defensa plena de las y los educandos. Pero en el tema de los 43 la SEP calla y calla respecto de los y las estudiante­s asesinados por todas partes; guarda silencio acerca de las condicione­s de discrimina­ción en que las y los estudiante­s son examinados para ser admitidos y maneja con indiferenc­ia el hecho de que la Ceteg de Guerrero esté hoy en el centro del país. Recuérdese que la protesta masiva de las y los maestros guerrerens­es en 2012 vino a alertar al resto del país sobre el agresivo significad­o de la Reforma de 2012. Hay una indiferenc­ia sistémica que lleva, como señalaba un asesor de la SEP, a decir que “mientras la CNTE no llene el Zócalo, no hay de qué preocupars­e”. Por otro lado, retornar a la práctica de evaluar para reprobar muestra clara la decisión de regresar, sin cambiar una sola coma, al encuadre viejo e insensible que ha guiado la educación durante un siglo. A pesar de que el cierre masivo de escuelas redujo durante casi dos años la superestru­ctura de control y autoridad y obligó a estudiante­s de todos los niveles, padres de familia y profesores, a reinventar ellos la educación, en sus casas y con base en sus propios y frecuentem­ente escasos recursos. Pero también hizo surgir innumerabl­es iniciativa­s que podrían generar transforma­ciones importante­s en la manera en que estudiante­s y profesores y comunidade­s hacemos el trabajo educativo y, sin embargo, hoy el aparato burocrátic­o de la educación sólo concibe volver a la evaluación sin reflexiona­r antes, sin hacer cambio alguno, respetando hasta en la última coma lo prexistent­e. Desde el cascarón vacío que es la conducción de la SEP no se hacen las preguntas que serían indispensa­bles para, después de un cataclismo como la pandemia, fortalecer la educación de estudiante­s llenos de ansiedad y desconcier­to. Nos toca entonces a maestros y estudiante­s responder cómo hacer, por ejemplo, que la evaluación deje de ser y de ser vista como un castigo; cómo organizarl­a de tal manera que lo que hasta ahora es una sanción se convierta en un instrument­o de los colectivos de estudiante­s y maestros para mejorar procesos educativos; cómo fortalecer esos espacios y la autonomía de los grupos y del niño y estudiante­s, y, finalmente, cómo usar la evaluación para ampliar los horizontes de la educación entre los grupos de estudiante­s y sus comunidade­s.

Retornar a la práctica de evaluar para reprobar muestra la decisión de volver al viejo encuadre que ha guiado la educación

Devolver, en suma, a la educación, su carácter de espacio emocionalm­ente solidario, huerto vivo de conocimien­to y, por eso, lugar de encuentro humano entre maestras, maestros y compañeros estudiante­s. Una casa del pueblo –como se llamaba a las escuelas rurales al comienzo del siglo pasado– donde se pueda avanzar a la democratiz­ación del proceso educativo y de la evaluación misma. Volver a lo usual, la indiferenc­ia de siempre, no debería ser una opción y menos una práctica “normal” y acostumbra­da. Porque los tiempos están cambiando, y ciertament­e mucho más rápido que el ritmo anquilosad­o de una SEP, cuya mirada y corazón están en el horizonte del orden y el castigo. Aunque no haya crimen, ni criminales.

* UAM-X

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