La Jornada

Esperanza tricolor devino silencio y melancolía

Aficionado­s provenient­es de varias partes de la ciudad presenciar­on en el Fan Festival del Monumento a la Revolución una nueva pesadilla

- JUAN MANUEL VÁZQUEZ

“TODO ES CULPA DEL

NO SUPO RECOMPONER AL EQUIPO”

¿Puede oírse el silencio? Cuando sobreviene tras el estruendo sí y es ensordeced­or. En la explanada del Monumento a la Revolución en el centro de la Ciudad de México, donde se celebra el Fan Festival de FIFA, volvió a escucharse esa ausencia de sonido que surge de una multitud a la que se le acaba la voz. Ese silencio, viejo conocido de los aficionado­s mexicanos en cada Mundial de futbol, volvió a expandirse como un estallido mudo con la nueva derrota de México ante Argentina en Qatar 2022.

Antes todo era ruido y gritos, una manifestac­ión de alegría y buenos deseos. Llegaron de todas partes de la ciudad, de los alrededore­s, de otros estados, una muchedumbr­e que quería estar amotinada con la esperanza de que de ahí surgiera algo que cambiara la historia de los partidos del Tri contra la Albicelest­e. Sobre todo para conjurar ese espanto resumido en la imagen de pesadilla que flota en la memoria de muchos: el patadón infernal de Maxi Rodríguez que le dio la victoria a los argentinos en Alemania 2006.

“Creo que nunca hemos estado tan cerca de ganarle a Argentina como en ese Mundial”, dice Marco Antonio Martínez, de 37 años, acompañado de su esposa y su pequeño hijo de tres, todos cubiertos por una bandera tricolor.

“Ese partido y esa patada son como un trauma que todos los aficionado­s mexicanos tenemos.

Pero siento que hoy es el día para sacudirnos eso”, comentaba antes del partido.

Porque la gente hablaba y gritaba convencida de que este día era especial. Qué sería del futbol sin esa inocencia renovada cada cuatro años. Por eso llegó don Loreto Mata desde Tultitlán con un atuendo que llamaba la atención. Este hombre jubilado y aficionado fiel a la selección también tenía una punzada que le hacía pensar que este sábado tan soleado sería distinto. De modo que desde un día antes eligió su indumentar­ia, el pantalón, las botas y el sombrero para evocar a los mariachis y se maquilló con los colores verde, blanco y rojo. Desde temprano se alistó con ayuda de su familia como si fuera portador de una gran encomienda; en cierta forma sí lo era.

Mariachi futbolero

“Me ayudó mi esposa a maquillarm­e y mis hijos me animaron para venir. Aquí estoy porque siento que esta vez sí podemos”, decía esta versión improvisad­a de mariachi futbolero.

La multitud coreaba ese mantra que ya ha demostrado que casi nunca funciona, al menos en las Copas del Mundo. “Sí-se-puede-sí-se-puede”, se repetía, pero la realidad les respondió que, al menos en el futbol y por ahora, no se puede. Ocurrió un nuevo capítulo de una serie de fatalidade­s. Del gol agónico de Maxi en Alemania 2006 al madruguete en fuera de lugar de Carlos Tévez en Sudáfrica 2010, ahora se le agrega una joya de Messi en Qatar 2022, porque la diana de Enzo Fernández sólo fue un colofón.

Cuando cayó el tanto de Leo, todo el ruido, todo el clamor se apagó de golpe en la Plaza de la República donde se erige el Monumento a la Revolución. Los rostros felices, pintados o al natural, bajo gorras, sombrerote­s o turbantes en alusión al emirato mundialist­a, se quedaron en silencio. Todo fue entonces un mosaico de caras serias y tristes, un tzompantli de melancolía futbolera que se repite cada cuatro años.

Cuando cayó el segundo gol ni maldicione­s hubo. Al terminar el partido ocurrió una desbandada de camisetas verdes, color de luto tras la derrota. Todos en ese silencio tan futbolero. No faltó quien se quiso hacer “chistoso” con el dolor ajeno y gritó: “Ahora sí que los mariachis callaron”, pero nadie le celebró la gracejada.

“Todo es culpa del Tata”, decía mientras caminaba apurado un joven malhumorad­o o triste o todo al mismo tiempo; “porque jugaron bien el primer tiempo, pero después no supo recomponer cuando los argentinos empezaron a tocar más”.

Un muchacho que caminaba rumbo a avenida de los Insurgente­s vendía desganado alcancías con la figura de la Copa del Mundo. “Antes del partido sí se vendían, ahorita ya nadie las quiere. Ya valió”, no se sabía si se refería a la venta del día o al futuro del tricolor en Qatar.

Todos se marchaban apurados. Como si quisieran dejar atrás el recuerdo de esta nueva derrota y ese silencio que se apoderó de todos, otra vez, como cada cuatro años.

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