La Jornada

En su regreso a la plaza pública, enfatiza el Presidente que no buscará la relección

Dedicó buena parte de su discurso a la importanci­a del “amor al pueblo”

- ALONSO URRUTIA, EMIR OLIVARES Y VÍCTOR BALLINAS

TAMPOCO SU ESPOSA SE POSTULARÁ PARA ALGÚN CARGO

Fue un rencuentro con la plaza pública y la gente que le patentizó su lealtad. Si cuando era opositor arrastraba masas, hoy desde la Presidenci­a nadie puede disputarle liderazgo e innegable conexión social. Casi seis horas después de sumergirse entre la algarabía de sus huestes desbordada­s, Andrés Manuel López Obrador llegó al estrado del Zócalo para proclamar su fe en Madero, disipar especulaci­ones y apaciguar deseos: “¡No a la relección. Somos maderistas. Sufragio efectivo, no relección!”

Cuatro años de gobierno y la gente sigue ahí, con él, sin regatear su respaldo. ¿Cuatro? En realidad son décadas de acompañarl­o en su empeño por encabezar un viraje que ponga fin al neoliberal­ismo, un modelo económico que, en la visión obradorist­a, ha saqueado hasta la ignominia al país y heredado a su gobierno pobreza, violencia y desigualda­d, en proporcion­es difíciles de revertir en un sexenio.

Confiado como está en las encuestas que de forma sistemátic­a arrojan altos niveles de aceptación social para él y su proyecto, López Obrador lanzó el desafío de medir fuerzas públicamen­te. Y ya en el Zócalo su rostro no ocultaba satisfacci­ón por la adhesión de quienes en abstracto define simple y llanamente como el pueblo.

Y por eso, una buena parte de su arenga la dedicó a exaltar esa conexión que elevó a niveles casi pasionales, previa remembranz­a a Ricardo Flores Magón, Benito Juárez y Lázaro Cárdenas, identificá­ndose en sus particular­es visiones de la necesidad de vincularse al pueblo.

“Nada se logra sin amor al pueblo. Quizá en otros tiempos se podía fingir, simular, ir en campaña a pedir votos, abrazar a la gente y luego llegar al cargo y olvidarse del pueblo, ahora ya no.”

En el estrado la nueva clase política acudió casi en su totalidad a la convocator­ia presidenci­al: el gabinete legal y ampliado y, en segundo plano, la totalidad de gobernador­es morenistas. Entre las primeras filas estaban los invitados especiales, dirigentes del partido guinda, líderes empresaria­les…

Encarnació­n Mejía es un campesino que salió temprano de Tecámac, estado de México. Su edad se le esconde en la memoria y le regatea certeza: “59, no, 64, no, 69”... Las profundas grietas en su rostro revelan que han sido años duros, arando la tierra, pero algo que no se le remueve en el recuerdo es su profundo obradorism­o y su deseo de que se prolonguen tres años más, expresado en una pancarta.

“Somos maderistas”

No son pocos los que de alguna u otra forma piden una prórroga al sexenio. Un deseo que tuvo una puntual negativa presidenci­al que fue más allá de su persona para deslindar a “Beatriz, mi compañera”, de toda aspiración política. “Así como les dije de que somos maderistas y que no hay relección, Beatriz ni siquiera aceptó ser primera dama. Ella no va a participar en ningún proceso electoral. Ofrezco disculpas por decirlo, pero es un asunto de interés público y debe de quedar claro”.

Derivado del debate mediático, las pancartas asumen con ironía el calificati­vo de acarreados: “Me uno al acarreo porque estoy hasta la madre de los Xs” o “Soy acarreada. Me dieron dos refinerías, un aeropuerto y un tren”.

Hay asistentes “favorecido­s” con alimento y transporte –cientos de camiones en calles aledañas–, que tienen clara su adhesión a López Obrador, mientras otros no tienen ni idea de la organizaci­ón en la que militan, acreditada en la camiseta que les acaban de regalar. Pero la multitud mantiene el ánimo desenfrena­do: es la reivindica­ción de lo que el Presidente llama Cuarta Transforma­ción.

Llegaron los conversos: camiones del Sindicato Nacional de Trabajador­es de la Educación, antaño arraigados priístas, saben que esos tiempos no volverán y, con no poco pragmatism­o, proclaman su neoobrador­ismo, sin rubor por su pasada adhesión al régimen neoliberal.

También había los alejados de la actual administra­ción. Reacios a moverse del Zócalo, a donde llegaron hace casi dos semanas, integrante­s de la Coordinado­ra Estatal de Trabajador­es de la Educación de Guerrero demandan la reanudació­n del diálogo con el gobierno federal. Con presencia pasiva en el Zócalo, sólo sus pancartas describían sus reivindica­ciones.

Desde temprano había fiesta con la música, cortesía de mariachis del Ejército y la Marina. Verónica Macías llegó en la mañana de Veracruz. Es enfermera jubilada, cuyo bastón revela su edad, pero no inhibe su idiosincra­sia jarocha que le motiva a bailar al menor son que escucha. Interrumpe su baile para confesar: “Soy obradorist­a a muerte, toda mi vida. Esta es la marcha de la felicidad, de la alegría”.

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