La del domingo fue una fiesta de buena voluntad, dice
Una fiesta de buena voluntad, así describió una amiga muy querida por mí la marcha del domingo, una mujer que a sus 77 años, y de admirables convicciones, decidió no asistir a misa ni a ningún otro lugar el día 27.
Para ella, como para muchísimos mexicanos, era imprescindible vivir ese momento histórico acompañando a su Presidente, el más odiado de los últimos tiempos por un grupo minoritario, pero poderoso por su poder adquisitivo.
Ese Presidente es también el más querido por todos aquellos que conforman el México profundo, el que desgraciadamente ese pequeño grupo no comprende, porque simplemente no conoce y seguramente jamás lo hará por esos aires de falsa superioridad que ha mantenido a sus integrantes indignados y a la defensiva, ofendiendo y atacando a quienes no comparten su forma de pensar, incluso sin darse cuenta de que ya han caído en el ridículo.