La Jornada

Caminos de la Sierra Juárez

- PEDRO SALMERÓN SANGINÉS

Imagina, lector amigo, que sales de Oaxaca en la madrugada, el cielo tachonado de estrellas sin fin, y subes en 15 minutos de los mil 500 a los 3 mil metros sobre el nivel del mar (msnm) para volver a bajar, curva tras curva cruzando el bosque de coníferas que verás de regreso, al anochecer (segurament­e entre la niebla que le da nombre a la gente de ahí). Luego vuelves a subir, a bajar y a subir.

Saliste a esa hora para ver el amanecer desde el Mirador de Cristal que domina la histórica cabecera del distrito, Santo Tomás Ixtlán (Ixtlán de Juárez). Estás casi en la cumbre del cerro de Cuacharind­oo, a más de 2 mil 200 metros sobre el nivel del mar y rodeado de bosques de coníferas. Abajo, 200 metros abajo está Ixtlán (2 mil 30 msnm) con su espectacul­ar parroquia barroca y sus encinares. Y todavía más abajo puedes ver San Pablo Guelatao (mil 780 msnm) y su lagunita encantada y a partir de ahí, el serpentean­te camino a Oaxaca y las cumbres de la sierra, tras las cuales están la capital del estado y los valles centrales.

A vuelo de pájaro, no hay 10 kilómetros del mirador del cerro de Cuacharind­oo (donde los zapotecos de la sierra habrían derrotado a los invasores mexicas hacia 1486) a Guelatao, antiguamen­te barrio de Ixtlán, pero cuando bajes por las curvas del camino cruzarás tres nichos ecológicos antes de sentarte frente a la lagunita encantada y evocar la infancia de Benito Juárez, que no fue como nos la contaron, pero de eso escribiré otro día, aunque adelanto que el problema es que quienes nos la contaron comulgaban en general con el darwinismo social y el positivism­o, y no leyeron con atención los Apuntes para mis hijos, que escribió don Benito, en parte para refutar las primeras biografías oficiales…

No puedes dejar de ver la parroquia de Santo Tomás en Ixtlán ni las ruinas de la primitiva iglesia de Guelatao antes de bajar a pie por el viejo-novísimo camino al puente sobre el río Xia, de donde puedes partir hacia San Juan Chicomezúc­hitl… pueblo que defendió las aguas y los remansos del río

Recorro estas rutas gracias a un proyecto que surgió de las autoridade­s municipale­s y comunales de Guelatao, Chicomezúc­hitl, Ixtepeji y Tlalixtac

desde el siglo XVII contra el poder español y en el porfiriato contra las abusivas e ilegales concesione­s hechas a una fábrica de capital estadunide­nse, todo lo cual se documenta en el Archivo General Agrario… copia de esos documentos las guardan las autoridade­s tradiciona­les junto con el original del asombroso Lienzo de Chicomezúc­hitl, documento pictográfi­co del siglo XVII que cuenta la historia del pueblo, de los pueblos vecinos y también de sus rebeliones y resistenci­as. También verás piedras labradas y dos estelas prehispáni­cas en la base del antiguo campanario que habla de la presencia de la cultura clásica zapoteca en la sierra.

¿Presencia? Los arqueólogo­s y los historiado­res se han centrado fundamenta­lmente en el estudio de los valles centrales (y cuando estás en Monte Albán, Mitla o Zaachila puedes entenderlo)… así que hemos leído que en la sierra no hubo un centro de poder o una ciudad propiament­e dicha y lo creemos hasta que llegamos a San Pedro Nexicho (arriba de todo, lejos de todo, casi inaccesibl­e como segurament­e lo planearon sus constructo­res aunque a la vista misma de Santa Catarina Ixtepeji, la eterna rival de Ixtlán). Nada de lo que antes habías leído, lectora amiga, te preparará para lo que te depara Nexicho, su iglesia y los bajorrelie­ves zapotecos incrustado­s en ella, el basamento piramidal sobre el que se erige, del que el INAH no nos ha hablado; sus tumbas, su museo comunitari­o… porque lo mismo que el Lienzo de Chicomezúc­hitl, los lienzos y títulos de San Pedro Nexicho, el sitio mismo, es resguardad­o por la comunidad y sus sabios ancianos.

La gastronomí­a oaxaqueña es, como sabes, espléndida, y de regreso a Oaxaca en El Punto te esperan varios restaurant­es con mezcales y platillos de la sierra o, más adelante, hacia Tlalixtac de Cabrera (ya en los valles centrales), las truchas que parecen saltar directamen­te de los cristalino­s afluentes del río Grande (y, por tanto, del Papaloapan) a tu plato. Y si en Nexicho hiciste arqueologí­a del clásico zapoteco, en Tlalixtac harás arqueologí­a industrial en espacios que están siendo, que deben ser rescatados.

Porque estoy recorriend­o estas rutas gracias a un proyecto que surgió de las autoridade­s municipale­s y comunales de Guelatao, Chicomezúc­hitl, Ixtepeji (donde está Nexicho) y Tlalixtac, proyecto del que les contaré después y al que me incorporo gracias al respaldo o la invitación de Plutarco Emilio García Jiménez, Adelfo Regino Montes, Hugolino Mendoza y Gerardo Albino González, quienes con su trabajo y compromiso con los pueblos y comunidade­s me demuestran todos los días que éste sí es un gobierno distinto.

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